viernes, 31 de mayo de 2013

Trinidad. La fuente y el río

Queridos:
   ¿Qué celebramos hoy? Hoy celebramos una fiesta en honor de la santísima Trinidad divina. Me gusta pensar que hoy celebramos la fiesta de la vida, la fiesta en honor de la fuente de la que procede nuestra propia existencia, toda la belleza,  la grandeza del ser; todo menos el pecado y el mal. Hoy lo veo por eso como un día de alabanza.

La fiesta de la vida
   La fuente del ser... Nos han sido reveladas muchas. Algunas son clave para entender el conjunto. Una de esas revelaciones claves es que el hombre es imagen y semejanza divina. Eso nos suele servir para reclamarnos su dignidad, pero también debería hacernos comprender algo tanto o más importante:  que Dios se parece a nosotros. "¡Es que somos de su linaje!", dijo san Pablo en su famoso discurso de Atenas. Dios es, pues, persona, es personal, es "alguien", no "algo". El creador que está en todo, energía que sustenta el mundo y lo crea, inteligencia que ordena el cosmos... no es "algo", sino alguien, persona. Aunque no una persona, como cada uno de nosotros, sino tres. Que haya tres personas divinas no es tan difícil de entender, lo difícil de comprender e incluso entender es su unidad. Pero no penséis que la realidad de las personas divinas es una especie de especulación de la Iglesia. Fue Jesús el que nos habló de tres personas divinas. De una habló llamándola El Padre o mi Padre (y nos pidió que al rezar le llamásemos también Padre nuestro. "Voy a mi padre y vuestro padre, mi Dios y vuestro Dios", dice a la Magdalena). También nos habló de sí mismo como el Hijo preexistente de ese Padre, que estaba en el Padre desde antes: "antes de que Abraham existiera yo soy". Y, al despedirse de los discípulos les habla de otra persona divina, "paraclito" le llama (que en griego significa invocado, llamado en auxilio, abogado). Les dice que es a quien en la Escritura conocían como "espíritu de Yahveh" o aliento divino, efecto de la presencia divina. Tres personas... Por eso no decimos nosotros sólo gloria a Dios, sino también "gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo". Ni sólo "en el Nombre de Dios", sino "en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

Comunión 
   Jesús habló con una gran sencillez, de un modo completamente directo, de la unidad entre esas tres personas. Por ejemplo aquella vez que "era invierno, y se paseaba por el pórtico de Salomón". "El Padre y yo somos uno", dice a los doctores del templo que le acosan a preguntas sobre su identidad
Nos explicó que están tan unidos que son Uno, que el que ve a uno ve todo. Porque del Padre procede como de fuente el Hijo, el Espíritu, y también la Creación aunque de otro modo: por creación. "¡Qué bien sé la fuente que mana y corre, aunque es de noche!", que dijo San Juan de la Cruz... Es decir: qué bien comprendo la unidad de la fuente y el agua que de ella mana, que Dios me ha revelado, aunque sea en la noche del conocimiento limitado.

   El Hijo se encarnó para que conociéramos a Dios, y también para que supiéramos qué significa ser de verdad hombre, hijo de Dios, persona, pues "nadie conoce al Padre sino el Hijo, y nadie sabe quien es el hijo sino aquel a quien el Padre lo quiera revelar". Hoy recordamos este augusto misterio, este augusto secreto divino, del que nada podríamos saber si él no nos lo hubiese querido revelar. Pero, "como somos hijos envió a nosotros el Espíritu de su hijo"

Nadie es tan humano como Dios
   Es día de fiesta, de alabanza, de cantar. Y también de hacer una consideración sobre la unidad: en la Iglesia, en la familia, en el mundo… siempre tan desunidos. A nada aspira tanto íntimamente la persona como a la unidad con la persona... Y, sin embargo, nos cuesta muchísimo abrirnos; nos encerramos, nos protegemos, queremos construir sólo a nuestro gusto; nuestro propia ambición de comunión acaba por cerrarnos, por miedo, a la verdad de lo que somos: personas que se realizan por la comunión con las personas.  Aspiramos, pero no nos damos, no nos abrimos del todo, no tendemos puentes, no nos preocupamos de los otros, no buscamos el bien común: somos miopes, cobardes, egoístas… No es moralina, pero eso es lo que nos daño a nosotros  a los demás. Hoy alabamos juntos a nuestro Padre común, ¡la fuente de todo el ser!. Y al Hijo, su imagen viva, hecha hermano por amor. Él nos revela al Padre, él nos hace abrirnos a la Trinidad. Hablamos el domingo pasado de docilidad. Ahora, de fijarnos en Jesús, para aprender tratar a Dios como hijos, para aprender a ser humanos.


lunes, 27 de mayo de 2013

Ven, Espíritu, ven

Pasc  Pentecostés 2013

   Queridos hermanos: hoy recordamos el misterioso suceso ocurrido en aquella casa de Jerusalén donde se se habían reunido los discípulos, mientras la gente de la ciudad celebraba la Fiesta de las Semanas, Pentecostés, una especie de feria de la recolección. Habían pasado diez días desde la despedida de Jesús.
  Recordáis que en la última cena con sus discípulos la víspera de su pasión, les dijo: yo regreso al Padre, pero no os dejaré huérfanos, porque os enviará otro paráclito, otro defensor, consejero, que os consuele. Ellos lo percibieron con toda su fuerza este día que conmemoramos y en él se apoya desde entonces la Iglesia, a pesar de resultar esa presencia tan misteriosa para nosotros:  El os enseñará todas las cosa; os recordará todo lo que os he dicho. Es el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotrosEl Espíritu santo es misterioso porque no tiene rostro, ni historia, ni palabras. Pero es vivo en su actuar: él mueve a entender, a dar vida, a predicar, es quien llama en el corazón, el que mueve la conciencia, el que levanta profetas en el pueblo de Dios… Es como el alma de la Iglesia (hablando de él, Jesús comparó su obrar al sonido del viento o a una fuente misteriosa que brota en el interior).

   Lo que ocurre es que el Espíritu santo es Persona -no es una especie de fuerza ciega o irracional- y actúa en personas. y en las personas se actúa por gracia y por diálogo, o bien por 'signos'. Por eso, el Espíritu santo sólo habla con quien le escucha, con quien se pone a la escucha de sus mociones, que no siempre son palabras, sino también impulsos, luces, que recibiréis siempre que os pongáis a buscar qué es lo mejor, lo más bueno. Y también a través de otras personas, en las que Dios pone sus dones (los 'carismas' como los llama san Pablo). ¿Os acordáis de aquel sencillo sastre que tanto influyó en la vocación del Beato Juan Pablo II, Tiranowski? Es la dirección espiritual.

   "Los que se dejan llevar por el espíritu de Dios son los hijos de Dios", escribe san Pablo. Mirad: hijos somos todos los humanos,  en cuanto que somos creados a su imagen y amados por él como un padre; más hijos aún lo somos como bautizados en el Hijo, pero hay modos y modos de ser hijo. ¿Os acordais de las parábolas de Jesús en que aparecen dos hijos? En incluso uno tercero -oculto en el relato- que es él mismo. Tal vez san Pablo quiera decir que los que se mueven por el espíritu divino, esos son de verdad hijos, son como otros Cristo. Y eso es. 

  Queridos: terminamos ya el camino pascual. Demos gracias al Espíritu por por tantas luces recibidas, por esta renovación interior; "porque nos devuelves a la vida", dicen los judíos en su oración matinal: porque a nosotros, Señor, nos has dado de nuevo tu vida.


jueves, 16 de mayo de 2013

No te vayas todavía


Pasc 7 c  Ascensión 2013

   
Queridos hermanos: cuarenta días después de su resurrección, Jesús se apareció por última vez ante sus discípulos de esta forma tan singular: los reunió junto a Jerusalén y, saliendo de la ciudad por el camino de Betania, que tantas veces habían recorrido juntos, se despidió de ellos; y, alzando sus manos para bendecirlos, ascendió al cielo hasta desaparecer de su vista. (Aún recuerdo que cuando peregrinamos a Tierra Santa en diciembre, visitamos lo que queda de de una basílica que recordaba el lugar con un templete octogonal abierto por arriba. La basílica fue destruida y reconstruida varias veces, y hoy es un lugar de propiedad musulmana). Con este prodigio reveló el Señor a sus discípulos que a partir de entonces ya no le verían como le habían estado viendo. En el Evangelio aparece como una segunda despedida, después de la de la Última Cena. Y también esta vez les hizo dos promesas : la primera, que regresaría; y también, la misteriosa y operativa presencia entre ellos del Espíritu santo.

   A los discípulos debió dejarles una sensación agridulce. La desaparición de Jesús de nuestra vista ha marcado a la Iglesia con un punto de nostalgia, con e que recorre su camino en la historia: "¡Ven, Señor Jesús!", reza: ven al mundo, ven a la historia humana, ven a los que sufren, a los que creen, a los que no creen, a nosotros, a esta comunidad, a mi alma.

   San Josemaría escribió a este propósito: "Como los Apóstoles, permanecemos entre admirados y tristes al ver que nos deja. No es fácil, en realidad, acostumbrarse a la ausencia física de Jesús. Echamos de menos su palabra humana, su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de hacer el bien. Querríamos volver a mirarle de cerca, cuando se sienta al lado del pozo cansado por el duro camino, cuando llora por Lázaro, cuando ora largamente, cuando se compadece de la muchedumbre".
Es verdad que Jesús dijo: "Yo estaré con vosotros hasta el final", pero se ha quedado de un modo que nos puede desconcertar o incluso decepcionar. Pero si lo pensamos es el adecuado, y así lo dijo él: "os conviene que yo me vaya". Jesús se va porque la historia es verdad, porque la realidad es real y las cosas que hacemos, la vida que vivimos -y que él vivió también-, son realies y no un juego de niños, un juego de magia. Los niños dicen después de inventarse un mundo fantástico y vivir en él durante un buen rato: ya no juego. Cometen un error, buscan en perdón, y ya no ha pasado nada. Se dan un golpe con la mesa, lloran, su madre les acaricia el sitio del golpe y se lo besa y le dice: ya está; y efectivamente, deja de dolerle. Pero eso no es real.

   Jesús se va porque la historia nos toca a nosotros. Él no ha venido a cumplir nuestra tarea, sino a mostrarnos cómo se hace, a darnos su fuerza, para que asumamos nuestra responsabilidad. La presencia de la fuerza divina no es un refugio de la pereza o de la irresponsabilidad. Hace poco me enviaron una foto de una rana tumbada boca arriba con las patas delanteras sobre la tripa y aspecto apacible. El cartel de texto decía: "Tengo una duda: ¿Los flojos vamos al cielo o nos vienen a buscar?"

San Josemaría añadía en ese texto: "Me conmueve recordar que, en un alarde de amor, se ha ido y se ha quedado; se ha ido al Cielo y se nos entrega como alimento en la Hostia Santa". Jesús está con nosotros, junto a nosotros. Sobre todo en el pan y en la palabra: en la eucaristía y en la oración. Búscale a diario y verás. Juan Udaondo me contó que cuando era joven, la segunda o tercera vez que se encontró con con san Josemaría en Valladolid, en un aparte de tertulia le preguntó qué tal iba; al responder que pensaba que iba bien y que estaba comulgando a diario, el santo le comentó simplemente: "¡Ya verás...!". Y él recordaba este "ya verás" entonces, cuando había vivido tantas apasionantes aventuras apostólicas por el mundo. Probemos nosotros y pronto descubrirás que la ausencia del Señor que sientes se debe más a ti que a él mismo, a su invisibilidad. 

Por eso está también en la confesión, en la que uno se limpia la mirada y vuelve a verle, como Tomás, como Pedro, como todos, cuando fueron regresando. Una confesión que comienza en tu interior, con la sinceridad del reconocimiento que tanto cuesta, porque nos auto justificamos siempre. Pasa luego a la sinceridad con Señor, llena de amor y confianza, y por último a la celebración sacramental, al sacramento de la penitencia, en el que el sacerdote representa a un Jesús que escucha, que explica, que anima, que corrige, que aconseja. No la dejemos. Vayamos siempre que la necesitemos, siempre que perdamos la alegría interior, la alegría de estar en paz con Dios: la paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da os la doy yo; no temáis: yo he vencido al mundo.

miércoles, 8 de mayo de 2013

María





Pasc 6 c 2013
   Queridos: Estamos recorriendo los últimos pasos del camino pascual, y yo querría hablaros de María, la madre del Señor, que es por voluntad suya también madre nuestra, madre de todo el que la acepte "entre sus cosas", como dice el evangelio que hizo el discípulo amado, Juan. Hoy, esa especie de santoral secular que se va creando, celebra el Día de la Madre por ser el primer domingo de Mayo. La verdad es que antes sentía una cierta prevención ante esa dedicación; me parecía algo un tanto artificial y de finalidad comercial. Pero, ¡vaya!, ahora ya no me parece tan mal: "el mes de las flores"... también es el de la Madre del Señor. 

   Ser madre es algo grande, no es un 'hecho' sin más. A mi me parece una verdadera vocación de Dios, una vocación divina. Jesús también tuvo Madre: María de Nazaret. Y debe de ser tan significativo el hecho de la filiación materna  que nos ha dado a su madre por nuestra, a sus discípulos y hermanos. "Desde aquel día, el discípulo la recibió en su casa", dice el evangelio de san Juan, al recordar lo que Jesús les dijo -a él mismo y a María- desde la Cruz. Y en ese discípulo se han visto reflejados todos los discípulos que han amado a María. Porque la filiación a María es, de algún modo, un acto libre, no se impone: hay que quererla, 2recibirla". Es preciso hacerlo así, porque ella no es Dios, no es -digamos- teologalmente "necesaria". Es... un don, un regalo de Jesús. 

   No es divina ni nosotros la adoramos: es hermana nuestra, una de nosotros, de nuestra parentela, hija de Adán. Pero es especial: fue "llena de la gracia", engendró a Jesús y le acompañó toda su vida, la única que acompañó a Jesús durante toda su vida; ella es el vaso de la revelación. Fue la primera creyente, la primera cristiana, y hubo un momento en que era la única: ella era la Iglesia. Ha participado ya de la resurrección: está viva y gloriosa, no sólo el alma sino alma y cuerpo. Así que es, desde luego discípula, y la primera. Pero también te ve con ojos de madre, te ve como hijo o hija, y le gustaría tratarte como tal. Jesús se lo ofreció a ella y también a ti. Pero para eso hay que "recibirla". 

   ¿Qué es recibir a María como madre? Supongo que, ante todo, conocerla: meditar en el misterio de su persona y de su vocación, para ver el parentesco espiritual que nos une a ella. Luego, tratarla: poner en marcha la fe para verla y dirigirnos a ella sabiendo que nos conoce, nos escucha, nos ve, ora con nosotros y por nosotros. Y rezar. Rezar, recitar oraciones (que eso significa la palabra rezar). Seguramente no está de moda aconsejar "rezar". Se valora más lo creativo, lo espontáneo, y se sospecha que tras el rezo hay rutina. Pero mirad, aunque es orar y no rezar lo estrictamente necesario, rezar es como una propedéutica del orar, una pedagogía de la oración. Puede que sea cierto que hay gente que reza y no hace oración, ok. Es más: todos hemos de reconocer que a menudo rezamos sin orar. Pero también es cierto que sin rezar raramente se llega a orar, o al menos a orar bien, que no es cosa fácil. Puede que sólo rezando no se llegue a orar, pero desde luego, más difícil todavía es llegar a orar sin rezar.

   Así que recemos a María. Rezar pensando, rezar implicándose, rezar personalizando… Luego, a volar, orar. Tengamos oraciones, devociones. Hagámosla con devoción, con amor, sin rutina ni escrúpulo –con libertad-, pero con constancia. Recemos especialmente a María, todos los días, en todo momento, en cualquier momento. Para sentir la maternidad divina, que Dios ha querido manifestarnos a través de ella. Porque Dios es un Padre con corazón de madre. Pidámosle especialmente la fidelidad, de la que es un arquetipo, y la castidad que se cultive en la caridad con Dios y con todos. La castidad tiene mucho que ver con la caridad. Sin caridad el sexo no llega a ser amor ni la castidad llega a ser una virtud auténtica.