martes, 26 de noviembre de 2013

"¡He aquí a vuestro rey!" (Pilatos)

To 34 c Jesucristo Rey del universo 2013 

Le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»
Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos.»
Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»
Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?
Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.»Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»
(Fragmento del capítulo 23 del evangelio de san Lucas)

Hace unos días comentaba el párroco que, a diferencia de otras fiestas del Señor (el nacimiento, la última cena, la anunciación...), hoy celebramos un misterio que aún está por llegar, que aún no ha sucedido: el reinado del Mesías.

¿El reino? ¿Qué reino?
   ¡Lo esperamos!, desde luego -"¡venga tu Reino!"-, pero está claro que aún no ha llegado: hay crímenes, hay guerra y se amenaza, se oprime a la gente y se la explota; se engaña, se viola, se encarcela injustamente, se blasfema; existen desigualdades humillantes, se desprecia a los desgraciados, se secuestra a gente para traficar con sus órganos. ¡¿Quién creería en el reinado de Dios?! Como en el impresionante pasaje de Lucas que acabamos de leer, el mundo se burla del supuesto Rey divino y de su supuesto poder… Y sin embargo, lo celebramos. En esperanza, pero lo celebramos: "mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor, Jesucristo", dice el sacerdote al terminar en la Misa el Padrenuestro. Y todos replicamos: ¡sí!, "porque tuyo es el reino -lo mereces-, el poder y la gloria por siempre"...

"Creo en tu Reino"
   Nos parecemos -se parece la Iglesia- a ese hombre del que el evangelio de hoy nos dice que colgaba en otra cruz junto al Señor -en el mismo suplicio- y que salió en su defensa, en medio de la lluvia inmunda de insultos y burlas dirigidos al "Rex Iudaeorum" clavado y desangrándose: "Nosotros estamos aquí merecidamente, pero ¡este hombre no ha hecho nada!", grita, ¡es inocente! Y se dirige a Jesús de un modo que estremece: "Jesús, ¡acuérdate de mi cuando llegues a tu Reino". ¡Qué maravilloso acto de fe en el reinado de Jesús! Jesús, ¡tú sí que mereces reinar -parece decir-, tú sí que eres el Rey! Y, sí, ¡claro que reinarás! Y acuérdate de mi cuando empieces a reinar..."Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso", le dice Jesús conmovido. Es el primer santo canonizado. No lo canonizó ningún papa; lo canonizó Jesús. 
   "Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre". Sí: el mundo y la historia serán tuyos, Jesús de Nazaret, serán de Dios y no de Satanás, ni de quienes le sirven...

¿Quién puede descubrir el reino?
  A Jesús quisieron coronarle rey algunas veces durante su ministerio en Galilea, pero él no lo permitió. Decía: no he venido a ser servido –a reinar-, sino a servir y a dar mi vida en redención. Dios ha venido a servir al hombre. La verdad es que esto es asombroso. Quizá se entiende mejor si leemos esto junto con la respuesta de Jesús a los fariseos que le preguntan por la llegada del Reino de Dios: "Mirad -les dice-, el reino no viene con ostentación; el reino de Dios está ya en medio de vosotros". Así, Dios reina ahora conquistando para el reino los corazones -uno por uno-, el pensamiento, la dedicación, la vida de los que le entienden.
   ¿A mi, qué me ciega para el Reino, para ver a ese Rey que el buen ladrón fue capaz de descubrir en el crucificado? A lo mejor la respuesta está en estas palabras del Señor: "no podéis ser siervos de dos señores". Efectivamente, puede que no seamos esos grandes criminales de los que hablábamos antes, pero tampoco logramos "ver" el reino, ni entrar en él, porque en realidad somos ya siervos de otro "señor", estamos esclavizados por algo o por alguien. ¡Es tan fácil que nos ocurra esto! 
   Yo, ¿a quién sirvo? A menudo los hombres somos grandes servidores -esclavos, casi- del alcohol, del sexo, del dinero, del orgullo... (porque hay pecados, pero también hay vicios) que esclavizan durísimamente. Tal vez necesitemos ir a nuestro libertador con sinceridad, -como el malhechor de la cruz-, reconocer la realeza de Jesús  a ofrecerle la corona de rey de nuestra vida de verdad, con hechos, arrojando con valentía a sus pies las cadenas que nos esclavizaban.
   

lunes, 25 de noviembre de 2013

Reconstruye mi iglesia

To 33 c Iglesia diocesana 2013 

   Nos acercamos al final del ciclo litúrgico anual, y el evangelio recoge en parte el tremendo discurso de Jesús sobre el final del Templo (una profecía que se cumplió poco más de treinta años después) y sobre el final del tiempo presente, acerca del que Jesús les tranquiliza, advirtiéndoles que no deben relacionarlo de inmediato con las catástrofes humanas de la historia. Nosotros no somos gente que espera las catástrofes y la destrucción, sino el reinado de Dios: el cielo nuevo y la nueva tierra, la nueva creación. 

¿Por qué Iglesia diocesana?
   Pero hoy os querría hablar sobre la Iglesia diocesana. En España, hoy se celebra una jornada de apoyo y concienciación sobre su valor y su importancia. De lo vital que resulta su unidad, como referente de pertenencia cristiana, y como instrumento de evangelización en las manos del Señor.
Recuerdo que en una estancia de trabajo en Egipto entrevisté a una joven estudiante alejandrina cuyo padre era de rito melquita y su madre de rito maronita. "Y, tú ¿qué te sientes, melkita o maronita?", le pregunté. Ella, con gran sencillez me respondió: "Yo, jesuíta". Porque resulta que frecuentaba un centro cultural muy activo y vivo que la Compañía regenta en aquella gran ciudad egipcia. Pensé que también aquí ocurre a menudo que uno se identifica con este o el otro grupo apostólico: soy más bien de los jesuítas, o yo soy de comunidades de base, o de Regnum Christi, o me encantan los franciscanos. Bueno, vien, pero suena un poco a la queja y reproche de san Pablo a los Corintios: "yo soy de Pablo, yo de Cefas, yo de Apolo..., ¿acaso Pablo ha muerto por vosotros? ¿Qué significa ser de Pablo o de Apolo...?". 

Iglesia universal, Iglesia particular
   "Tú eres Pedro, y sobre esta roca humana edificaré yo mi Iglesia"… "Mi Iglesia", dice; una: la Iglesia universal, católica. Así la puso en pie Cristo, pequeña como una semilla, pero poderosa como un ejército de paz. A la vez, los discípulos y apóstoles iban creando comunidades, donde se hacía real, visible, viva, la Iglesia universal: en torno a la Eucaristía, al Pastor con sus presbíteros: era la iglesia local, la Iglesia universal en aquel sitio, organizada en parroquias. Este el origen de la diócesis, la Iglesia particular . Es la Iglesia universal… enraizada en un lugar: con su pastor, unido a Pedro y a los demás, su seminario, sus presbíteros. En ella se desarrollan órdenes, grupos; en ella están presentes nuestros hermanos separados, nuestros hermanos mayores, los musulmanes, que adoran al único Dios, misericordioso y justo… como también los que no tienen fe ninguna, o la tienen confusa o un atisbo en su corazón... Por eso es tan importante que sintamos la fuerza de esa unidad en la Iglesia local, que la fomentemos, por encima de nuestro legítimo particularismo. ¿Sabéis la fuerza que tendría la Iglesia unida, hablando una sola voz en la vida civil? 

Día de la Iglesia diocesana
   Iglesia diocesana. La diócesis no son unas oficinas, eres tú. Pensaréis que esto vale para todos, y que por qué no se lo predico a las propias estructuras diocesanas, a las actividades apostólicas, a las órdenes y congregaciones, a los grupos… Sí, pero empecemos nosotros. Es más, porque hemos de comenzar por nosotros. Mirad: hoy se hace una colecta económica para el mantenimiento de la Iglesia diocesana. 
Sabéis que la Iglesia en España vivió honestamente de rentas durante siglos. Luego, del Estado, que había expropiado las fuentes de esas rentas, comprometiéndose a cambio a mantenerla. Luego, la Iglesia pensó que era mejor autofinanciarse de sus fieles, con un periodo transitorio en que se completaría la financiación con cargo a los Presupuestos estatales, aunque sólo en la medida en que los ciudadanos otorgaran su consentimiento expreso (la "casilla" en la Declaración de la Renta)... y en esas estamos: yendo en lo posible hacia la autofinanciación, sin renunciar por ello al reconocimiento que el Estado debe hacer de la realidad de la presencia cristiana en la historia nación, en su cultura: en su y "personalidad". El catolicismo no es en España una religión más, sino que ha sido una de las vetas que han configurado su ser en la Historia. 

Generosos
   Hoy es un buen día para hacer una aportación generosa, o para suscribir una periódica. En esta parroquia tenemos un vivo ejemplo de lo que estoy diciendo, también en lo económico: ¡habéis levantado este templo desde Cero a expensas de vuestros bolsillos! Pero hemos de ser generosos y ayudar también en otros sitios. Dios nos lo retribuirá con creces, porque es siempre más generoso que nosotros. 

jueves, 21 de noviembre de 2013

¿Crees en la vida eterna?

To 32 c Saduceos 2013


"Maestro, Moisés nos dio esta Ley: Si un hombre tiene un hermano casado que muere dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano... Resultó que eran siete hermanos... Pues bien, a la resurrección esa mujer ¿de quién será la esposa...?" Del capítulo 20 del Evangelio de san Lucas)

Los saduceos y el sacerdocio de Cristo
Al escuchar este evangelio alguno ha puesto cara de pensar: ¡pobre mujer! Pero bueno, esa es la historieta que le cuentan a Jesús ¿para plantearle una duda? A mi me produce más bien la impresión de que quieren burlarse un poco de ese rabí galileo, idealista y sin calificación, que con su idealismo sobre la vida futura está haciendo un favor, tal vez sin querer, a los que eran sus adversarios: los fariseos. No sé si os acordáis que decíamos que los fariseos habían absolutizado la Ley como forma de cohesionar al pueblo de Israel, ya sin entidad política. Los saduceos, en cambio, formaban un partido -más que una secta religiosa- que a su vez intentaban apoyar esa unidad y conciencia nacional en el Templo, regido por una oligarquía sacerdotal tolerada por los romanos. Ese sacerdocio, claro, no tiene nada que ver con el sacerdocio de Jesús. Jesús, que no pertenecía a la tribu sacerdotal, sino a la de Judá. No era un sacerdote. Se convirtió en el sacerdote de un nuevo sacerdocio, al ofrecer por nosotros no el sacrificio de unos animales, sino su propia vida, su propio corazón divino. Y nos lo dio para siempre. Por eso él es el nuevo y eterno sacerdote, su sacerdocio no pasa.
Nosotros, los presbíteros y obispos, que hemos recibido una participación ministerial de ese sacerdocio, tenemos la misión de serviros a vosotros, todos los discípulos, para que hagáis vivo en vuestras vidas el sacerdocio de Cristo santificando el mundo con vuestro amor, con el perfume del evangelio que hay en vuestras obras. Por eso el Papa dice que no quiere una iglesia clerical: vosotros habéis recibido el alma sacerdotal de Cristo: sois el sacerdocio de Cristo en la creación. ¡Menuda responsabilidad!

¿Crees en la vida eterna?
Volviendo a esos interlocutores de Jesús, los saduceos, veis que lo que le plantean es que no puede existir vida eterna, que sería absurdo. Exactamente lo mismo que ocurre ahora: no les cabe en la cabeza, porque no comprenden a Dios. Nos imaginamos la vida nueva con categorías imposibles (sin eliminar lo que la antigua tiene de caduca, de vieja ) y nos parece ridículo. Jesús les dice que están muy equivocados en el modo de plantear las cosas; y les hace también considerar que nuestra vida espiritual está en las manos del propio Creador, y de allí nadie se la puede arrebatar, ni siquiera la muerte. Nosotros no morimos, aunque muera nuestro cuerpo actual (que en su momento será también resucitado). Esta es la certeza que infundió valor en el corazón de los mártires judíos durante la persecución de Antíoco. La seguridad en el poder de Dios infundió en aquellos muchachos, de los que nos ha hablado la primera lectura, una fortaleza rayana en la temeridad.
No, nosotros no moriremos del todo; ninguno de los que estáis aquí; nadie, en realidad. Por cierto, esta es la gran responsabilidad que el hombre tiene ante sí mismo: daos cuenta de que todos nos presentaremos ante nuestro creador; el que ha creído y el que no, el puro y el manchado, el justo y el opresor, el que amó y el que despreció… todos nosotros nos presentaremos ante él, Y nos veremos tal cual somos de verdad. No olvidemos nunca que el Juicio existe, que hay juicio de Dios. 

La raíz de la valentía
Algunas veces, este pensamiento nos ayudará a salir adelante.Y siempre, a vivir con una loca ilusión que llena por completo el alma: Al despertar, me saciaré con tu semblante, como hemos rezado en el salmoNo me importa esto ni lo otro, porque al despertar, me saciaré de tu semblante: te veré, te comprenderé, veré el amor que me has tenido, curarás mis heridas físicas y morales
La esperanza –la seguridad en Dios- nos hace fuertes, serenos, alegres, dispuestos a dar la vida, a sufrir un poco las penas con que nos encontramos, grande alguna, pequeña la mayoría: me ha dejado el novio, no me reconocen mi talento, qué mala suerte que todo me sale mal... No importa: al despertar, me saciaré con tu semblante. Y daos cuenta de que eso lo podemos vivir todos cada día, pensando en la eucaristía: "no importa: mañana te recibiré, mañana estaré contigo".
¡Cuánto bien hace al mundo la gente que vive de la fe, de la esperanza, y que por eso se entrega a vivir el amor! Realmente somos sacerdotes del mundo, salvadores reales -aunque anónimos- de la Creación, por la esperanza en la Vida.

viernes, 15 de noviembre de 2013

La historia de un publicano

To 31 c 2013

Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría (Del capítulo 19 del evangelio de san Lucas)

El domingo pasado, a propósito de una parábola inventada por Jesús, hablábamos de fariseos y publicanos. Hoy san Lucas nos presenta a uno de estos pero en vivo y en realidad, en su pueblo y en su encuentro con Jesús. Se nos informa incluso de su nombre: Zaqueo. Se nos dice también que era jefe, y bastante rico. Siempre me ha fascinado la historia de este hombre, al que Jesús encuentra en Jericó, y a cuya casa se invita sin más, y su radical conversión de una vida de pecado como resultado de aquella conversación. 
Jesús descubre a Zaqueo: "¡Zaqueo!"
Cuando Jesús llega al pueblo, Zaqueo sabe quién es, por supuesto. ¡Cómo no va a saberlo; todo el mundo lo sabe! Como nosotros, los hombres de nuestro tiempo. Y desearía verlo, aunque sea a distancia. No sabemos si hubiera tenido mucho o poco interés, quizá tenía curiosidad. En cualquier caso, lo que no se le ocurre pensar que el Señor le conozca a él,  y menos aún que se interese por él. Como nosotros, los hombres de nuestro tiempo. ¿Nunca habéis estado en un concierto o un espectáculo con un famoso? Uno contempla al personaje, con suerte se cruza con él la mirada…, pero no se le ocurre a uno que el personaje le conozca a él. Y ahí llega la sorpresa: Jesús levanta la vista, le mira, y le grita por su nombre: "¡Eh, Zaqueo, baja de ahí, ven!, ¿por qué no me alojas en tu casa?". ¡Le conoce! "Zaqueo…" ¡Me conoce! ¿Cómo sabe quién soy? ¿Quién le ha hablado de mi? ¿Sabe qué soy? ¿Qué le habrán dicho de mi? Jesús nos conoce, nos quiere, nos busca...
No en el fondo no nos lo creemos. De hecho, nuestro problema -el de la humanidad y el de cada uno- no es que no creamos en Dios; es que no creemos que nos quiera. ¡Qué hermoso es el texto de libro de la Sabiduría que hemos leído antes (y que  es en realidad una oración, ¡una preciosa oración!)
Vivir en el pecado
Pero la distancia que Zaqueo siente respecto a Jesús no es el simple saber que Jesús no le puede conocer a él... es que piensa que en realidad sus mundos son totalmente extraños: Jesús es la bondad de Dios en persona, ¡y yo -piensa él- estoy tan lejos...! Yo en cambio vivo en el pecado, es más: del pecado.  Porque, mirad, hay pecado… y hay también "vida de pecado". Un pecado se cura pronto, pero cuando cuando nos metemos en una "vida de pecado", ¡qué difícil salir! A este hombre, que seguramente no es malo, o al menos no peor que cualquiera de nosotros, le ocurre esto. ¿Por dónde salgo? A estas alturas, ¿cómo puedo yo cambiar las cosas? Él querría, pero ¿acaso puede uno cambiar determinadas cosas, sobre todo si hay en mi un 'quiero pero no quiero'? “Mi pena es una pena muy mala, porque yo no quisiera que se me quitara…”, escribió un poeta paisano mio. ¿No os ha ocurrido nunca eso? Pues qué suerte. Pero que sepáis que pasa.
Mirar al Señor
La vida de pecado es muy difícil, muy áspera para el alma, que no se atreve a mirar cara a cara a Dios… Pero este hombre, Zaqueo, hace una cosa maravillosa, que le salva. En realidad, tiene e corazón, no es un malvado. Y sale al camino para ver a Jesús de algún modo; no sabe muy bien por qué, parece como si esperase algo… ¡Qué bonito! A lo mejor no lo necesitáis, pero por si acaso: si alguna vez estáis en esta situación, no ya de haber cometido un pecado, sino de 'estar' en él..  súbete a un árbol para ver Jesús, haz lo que sea; déja que te vea él, ponte a tiro de su mirada. ¿Os acordáis de Pedro en casa de Caifás?: "Volviéndose Jesús, miró a Pedro..."
Decía el Papa a los que están en una situación matrimonial irregular: no os alejéis, no dejéis de orar, de vivir con vuestros hermanos en la fe, de esforzaros en las virtudes, en dar testimonio… El Señor ve el corazón, y además él puede arreglar todo; acordaos de la Virgen de los nudos. "Zaqueo, baja enseguida. Quiero que me hospedes, que me acojas, quiero que hablemos". 
Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, 
y apartas los ojos de los pecados de los hombres 
para que ellos se conviertan. 
 Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, 
... tú eres indulgente con todos, 
ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida
(Libro de la Sabiduría, capítulo 11)


domingo, 3 de noviembre de 2013

Santos de Cristo

(Festividad de todos los santos  2013)
 Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. 
Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.»
Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén, alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, amén.»
(Del capítulo 7 del libro del Apocalipsis)

El Panteón
Si habéis visitado Roma, habréis visto ese magnífico edificio redondo que aparece cuando menos te lo esperas entre las callejuelas de la Roma barroca, llamado Panteón, una palabra griega que significa "todos los dioses". Es un enorme templo de la época imperial, reconstruido con su imponente cúpula en tiempos de Adriano. A comienzos del siglo VII, el emperador entonces reinante regaló al Papa este templo, vacío ya del culto para el que había sido pensado, y el Papa pensó en convertirlo en templo cristiano dedicándolo, en vez a todos los dioses, a todos los mártires, que habían derramado su sangre en aquella ciudad por el nombre de Cristo. Dicen que llevó allí, a ese templo vacío de dioses falsos, muchas de las reliquias de mártires que se conservaban dispersas por diversos lugares de la ciudad. La fiesta que hoy celebramos creo que tiene que ver con aquel acontecimiento.
¿Santos?
Nosotros los cristianos (a diferencia de lo que pensaban los miembros de la gens Julia, para la que se construyó -en realidad- aquel templo, una vez divinizados) no somos dioses, sangramos y morimos como cualquier mortal. Ni siquiera podemos llegar a ser santos en la tierra, siempre nos abrumarán nuestras faltas y pecados y defectos: "sólo tú eres santo", le cantamos a Jesús en el Gloria de la Misa. Pero Jesús nos ama y le amamos, y al 'seguirle' nos vamos 'contagiando' de su modo de amar, nos vamos pareciendo a él: él nos pone en 'camino de santidad' casi por contagio. No somos santos, pero estamos llamados a la santidad; su amor y su forma de amar nos santifica. Como hemos leído en la carta de san Juan: "Queridísimos: nosotros somos ya hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que seremos, aunque sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se va purificando a sí mismo, como él es santo".
Sufragios
Así que nosotros nos hacemos santos por contagio, por purificación. Hoy y mañana nos acordamos también hoy de los que se purifican, de las almas del Purgatorio. La Iglesia nos permite ganar por ellos una indulgencia plenaria diaria durante 7 días, como un regalo que les ofrecemos, una ayuda por lo que no hicieron o no supieron hacer. Son los sufragios, votos, deseos… Al amarnos, Cristo nos ha hecho como una familia, una unidad, la "comunión de los santos", la "comunidad" de los santos: y esa unión vital entre nosotros permite que nuestros regalos les lleguen a ellos. Es como si le dijéramos a Jesús: "por favor, aplícaselo a esta persona, si no te importa: acuérdate de mi abuelo, de mi amigo. Es verdad que tuvo este fallo, aquel defecto..., pero le queremos, es nuestro, y tuyo…"
Purificación. Purgatorio
Todos necesitamos purificación del corazón, de los afectos, de los odios, de las envidias, de las faltas, del mal que hemos causado... necesitamos todos, porque el alma no entra directamente en la felicidad del cielo, normalmente, aunque en algunos casos sí, claro: acordaos de las palabras de Jesús al Buen Ladrón: : ‘en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso…'. ¡Aquello fue la primera canonización en la historia! Pero normalmente tiene el Sr que purificar todo eso que no hemos sabido hacer. No es por él, sino por nosotros mismos. Una persona que no ama a alguien, tampoco es capaz de desearla. Y eso es lo que le pasa al corazón manchado. Y la purificación duele. 
Quizá el mismo dolor purifique... como al joven hijo cuidando cerdos de la parábola, el orgulloso fariseo que se creía perfecto, el juez sinvergüenza que no tenía a Dios ni le importaban los demás, el discípulo cobarde que le abandonó, aquella mujer que había engañado a su marido y había roto la vida a aquella familia... Y el Sr nos coge, como un juguete roto, y nos repara. Pero lo que hay que reparar no es el exterior, ¡eso no es problema, para él!, sino tu corazón. y ¿cómo se cura el corazón? Por eso también se puede servir de los sufrimentos ya en la tierra: del desconcierto de un dolor repentino, de la necesidad de vencer el egoísmo para trabajar junto a aquella persona, de la 'imposición' que me hace la vida al tener compartirla con este o aquel… Esa debilidad -nuestra o de los demás, física o moral- no obliga a sacar lo mejor de nuestro corazón: la compasión, la paciencia, el realismo, la generosidad; casi nos obliga a ser buenos. Señor: haré con esta persona como tú haces conmigo. Y nos va limpiando ya aquí. Es el 'purgatorio en la tierra', como dicen. Aunque no es suficiente sufrir. En realidad se puede sufrir de muchos modos, y no todos santifican, desde luego… Pero, si somos capaces de reaccionar como el bandido que acompañaba a Jesús en su cruz, y hacer del sufrimiento un  motivo de reflexión y de conversión, quién sabe hasta dónde puede llegar la hondura del conocimiento de Dios y de uno mismo en esas circunstancias. No es para desearlo a nadie, pero es cierto que hay personas para quienes el encuentro con el dolor ha sido también el encuentro con el amor verdadero.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Dos hombres suben hoy a orar

To 30 c  2013

Hoy veis que la enseñanza de Jesús va sobre la humildad que nos conviene sentir ante Dios: el que se ensalza a sí mismo al final resulta humillado; el que se humilla sinceramente ante Dios, resulta ensalzado por su Amor, que le levanta de su postración. Lo explica el Señor a través de esos dos personajes didácticos, fariseo uno y publicano el otro, que él mismo crea para enseñarles.

Fariseos y publicanos
"Dos hombres subieron al templo a orar: uno era un publicano, el otro un fariseo...", comienza Jesús. Los fariseos, como sabéis, era uno de los grupos o partidos religiosos que se habían formado tras la pérdida completa de independencia política de Israel. No importa tanto que la situación política sea un desastre para el ideal del reino de Israel, venían a decir; lo importante es que sigamos siendo israelitas por dentro, vivir la Ley que Yahveh nos dio, la Torá; Dios hará el resto cuando quiera, nos enviará a su Ungido (Mesías, en hebreo). Eran muy populares. Sinceramente piadosos y verdaderos amantes de Dios, escudriñaban las escrituras queriendo saber con todo detalle lo que Dios pide de nosotros, confiados en sus promesas. Eran además serviciales con la gente y mantenían al pueblo en la esperanza de la redención. Pero con el tiempo se volvieron estrictos e intolerantes en sus juicios sobre de los demás, minuciosos y legalistas personalmente, y también en muchos casos cumplidores externos, e incluso fingidos, hipócritas (farsantes, en griego), como les moteja en ocasiones Jesús.
Los publicanos no era ningún grupo religioso ni político, y menos aún populares entre la gente; eran simplemente las "empresas" locales de recaudación a las que los romanos ocupantes encargaban calcular y recabar las tasas contributivas, quedándose esas empresas con una parte como pago a sus servicios. Los romanos no eran especialmente escrupulosos para vigilar cómo aquella gente lograba la recaudación, de modo que muchas veces mediante extorsiones o con un estilo casi mafioso. No eran -en su imagen pública- "pobres pecadores" dignos de compasión por sus "debilidades".

¡Cuidado con las etiquetas!
Así las cosas, los oyentes del Señor están expectantes a ver qué les quiere enseñar. Y lo primero que les enseña Jesús es a no poner etiquetas a las personas, no dejarse llevar por ese tipo de prejuicio que es encasillar a las personas por el grupo social al que pertenecen. Sólo Dios ve el corazón. A nosotros la parábola nos coge ya -a su vez- con un prejuicio: para nosotros, precisamente gracias a la predicación de Jesús, los fariseos son malos que se creen buenos, y los publicanos son pobres pecadores abrumados por su debilidad... ¡Así somos! Tal vez hoy, para entenderla, se podría parafrasear la parábola así: "el publicano pensaba así en su interior: te pido perdón, Dios mio, porque soy un sinvergüenza, pero por lo menos no soy como ese fariseo hipócrita que va a misa pero luego peca como el que más; yo al menos no lo oculto. Mientras que el fariseo oraba así en su interior: Señor, todo el mundo piensa que soy un hombre bueno y cumplidor, pero yo sé perfectamente que no hago ni la mitad de lo que podría hacer y que tú te mereces...". Pero, en fin, no hagamos evangelio-ficción. Quedémonos con la enseñanza, y no etiquetemos a la gente fácilmente, no nos dejemos arrastrar por los prejuicios de grupo contra los demás. 

El que se ensalza; el que se humilla 
Pero seguramente lo importante -lo que pretende Jesús enseñarnos y que no olvidemos- está al final: la humildad que hemos de sentir ante Dios y ante nosotros mismos. Lo absurdo y perjudicial que resulta engreírse frente a él por las buenas obras, como si fueran un escudo a cualquier exigencia ulterior suya; porque ese autojustificarnos nos hace intocables por la gracia, y, respecto a los demás, establece una división porque nos hace creernos diferentes y pensar mal de todos. En realidad, no sabemos ante Dios cómo son los demás, ni tampoco podemos presentar una especie credenciales personales impecables y sin nada por lo que dar gracias a Dios y a los que nos rodean. Este fariseo, en realidad no da gracias por ningún don de Dios, sino por lo que es o piensa ser, por lo guay que se considera: se da en realidad gracias a sí mismo o a la buena suerte que ha tenido. No escucha a Dios que le habla, no lo reconoce, no se da cuenta de que le necesita, y va a lo suyo. Dar gracias es desde luego "justo y necesario", pero no por lo guay que soy, sino porque me llamas, porque me perdonas, por tus dones, que me dejan anonadado y admirado y en deuda infinita con tu amor.
El que se humilla de verdad ante Dios, es exaltado. La palabra latina de humildad viene de “humus”, que significa tierra. De ahí viene “humilis" y "humilitas”. Lo humilde es, pues, lo pequeño, lo que no tiene mucho relieve, lo que apenas tiene importancia. Cuando la Virgen María le cuenta a su prima Isabel lo que le había sucedido en Nazaret, afirma contudentemente que Yahveh se en realidad se ha fijado en su humildad de su esclava, en su pequeñez. Y efectivamente, eso fue lo que le atrajo de ella: su total falta de engreimiento. Así puedo hacer en ella "cosas grandes". Y así pasa con nosotros. Cuando Jesús sorprende en una ocasión a los apóstoles discutiendo sobre la quién de ellos será el más importante, toma un niño, lo pone delante y les dice: este es el más importante; el pequeño, el enfermo, el débil, el tonto es el más importante para vuestro Padre; porque es su hijo más débil, el que más tiene que importar a los demás, más fuertes.
Dios tiene debilidad precisamente por sus hijos más débiles, pequeños, inocentes. , y por los que se hacen pequeños, los no se creen tan importantes ni se atribuyen ante él un mérito que les dé  como un derecho a no hacer más, a no ser molestados. Cuando uno dice "yo ya soy bueno", poco puede ya hacer con él la novedad de Dios, su infinita creatividad. Gracias, Señor, por lo bueno. ¿Y qué más quieres de mi? ¿qué necesitas de mi?.
Humildad de Dios
Jesús nos invita a fijarnos en su humildad: "aprended de mi, que soy humilde de corazón". No se engríe, no se jacta de ser quien es, no se impone a la fuerza, no le importa hacerse amigo y lavarles los pies. Tras Jesús, Dios es humilde con nosotros, se abaja por sacarnos del atolladero. A nosotros, en cambio, el amor propio nos hace creer que lo que nos pasa es lo más importante, y así acabamos por olvidarnos del resto. Mantener la altura de nuestro Yo hace que rechacemos al que nos puede enseñar, y así no escuchamos ni aprendemos de los otros. No tener que reconocer nuestra necesidad hace que tampoco reconozcamos nuestros pecados, y así los ocultemos o pretendamos quitarles importancia. Pensar que ya hemos hecho bastante por Dios y por la Iglesia, que ya tiene que estar satisfecho de sobra, nos justifica para no hacer más... Realmente, el que se ensalza  acaba siendo digno de compasión. Mostrémonos siempre humildes, sincera y alegremente humildes, en deuda de amor. Aunque no os las desee a vosotros, muchas veces nos va a ayudar más una humillación que un triunfo.