viernes, 26 de septiembre de 2014

Id también vosotros a trabajar en mi viña


25 to a

Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido."
Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo-. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?". Le respondieron: "Es que nadie nos ha contratado".
(Del capítulo 20 del evangelio de san Mateo)

En sus parábolas, Jesús compara a menudo el reino del Padre con un hombre que tiene gente que trabaja para él. ¿A quién se refiere? ¿A nosotros? ¿A todos los hombres?... Es difícil de saberlo. En parte, en esa indefinición está precisamente la gracia. ¿Se refiere aquí a nosotros, los cristianos, que somos como "trabajadores del Reino", sus empleados por así decir, a los que sin embargo encuentra ociosos y les ruega e invita a que vayan a trabajar en  "su viña"? Podría entenderse así. Ser cristiano es una misión -nos dice-, y no sólo un estado. Es una misión incluso cuando nuestra situación personal nos parece totalmente pasiva, como ocurre cuando llega una enfermedad o la vejez, o una desgracia o circunstancia que nos impide ir y venir,  hacer esto y aquello. Pero es cierto  también que el problema muchas veces es que no tenemos la mentalidad propia de quien es enviado, de quien tiene una tarea, una misión. Y así estamos, como parados en la plaza. "¿Qué hacéis aquí ociosos?", nos dice. Y respondemos, como aquellos hombres: "Es que nadie nos ha contratado", no estamos en ninguna cuadrilla ni nada por el estilo... "Id también vosotros a mi viña, que os pagaré lo que es justo". Él quiere que nuestra fe y nuestra vida den fruto, como en esa otra parábola de los talentos. Trabajar por él es parte del ser cristiano.  
Adan, vicario de Dios
También cabe pensar que Jesús se refiere al hombre en general, a Adán, a la humanidad, a todos los hombres. Adán es creado para trabajar para Dios, para servir a Dios, que eso es ser libre, sabio y bueno. En cambio, servir al demonio es todo lo contrario: es ser esclavo y necio. Y servirse  uno sólo a si mismo es servir a un falso dios. No hay mucha más alternativa en la vida... Quiere Dios que los hombres trabajen con él y para él, que santifiquen el trabajo, lo hagan digno de su dignidad, de su belleza, de la grandeza de su vocación natural. El hombre es un vice Dios en la tierra, un dios pequeño, creado... Y por eso le pregunta: "¿Qué haces que no das fruto? ¿Por qué no pones a trabajar tus talentos, con los que me das gloria y sirves a tus hermanos?"
Se refiera a todos los hombres o en particular al cristiano y su misión, el caso es que ios es Padre del hombre, o del cristiano, y le llama a salir de su desidia, de su despiste, o de su pecado. Y, lo más bonito de la parábola: cuando alguien acepta esa invitación y se incorpora a la tarea y se pone a ello, a Dios le da tanta alegría, que ya no le importa lo que ha tardado, no se acuerda del tiempo perdido -tal vez malgastado o mal usado-… y le premia con todo, le trata como al que más. Por eso  podría decirse que es una parábola en que revela la alegría de Dios y la generosidad que nace de esa alegría precisamente: la alegría que le ocasiona la conversión, la respuesta a la vocación, la respuesta a la gracia, a la misión.
¿Puede un primero llegar a ser un último?
Aunque también revela una cosa menos positiva: en qué sentido puede ocurrir que los "primeros se conviertan en los últimos", como dice al final, cuando el que había respondido bien desde el principio se torna envidioso de aquellos últimos a los que por fin alcanzó también la misericordia del Padre. Como el hijo bueno de otra famosa parábola, a los contratados a primera hora les faltó comprensión y apertura de corazón. Comprensión y apertura de corazón no quiere decir cesión ni indiferencia ante el mal; no es una especie de conformismo ante el mal, ante el error, ante el pecado. Pero ante el mal y el pecado, más que rabia hay que sentir dolor.  En cualquier caso, que yo haya respondido al Señor desde el principio nada tiene que ver con un mérito anterior mío: no me da derecho a condicionar su amor por los demás, porque en realidad todo es mérito suyo. Cuando servimos a Dios nosotros no hacemos más que lo que es nuestra obligación y nuestro bien. Cuando uno empieza a pensar que servir a Dios es un mérito, y no un favor que él nos hace; cuando no se da uno cuenta de que él es el generoso y no nosotros, está poniéndose en el camino del engreimiento frente a Dios y frente a los demás. 
¡Dios que premia con alegría y generosidad...! Qué importante es decirle a la gente lo que hace bien, y no sólo lo que hace mal, alegrarse con sus victorias con sus rectificaciones. Hay que corregir a los demás, como decíamos hace dos semanas,  y hacerlo con cariño y con valentía. Pero imitemos en todo a este Padre del cielo, y alentemos siempre cualquier señal, aunque parezca pequeña, de conversión o de mejora, en lo divino y en lo humano.



lunes, 15 de septiembre de 2014

La primera vez (adoración santa Cruz)

 En la fiesta de la exaltación santa Cruz

Hoy, 14 de septiembre, la liturgia celebra una fiesta en honor de la Santa Cruz. Es una fiesta litúrgica que no conmemora ningún acontecimiento ni a ningún santo; se celebra en honor de una cosa, un objeto concreto, de madera, viejo, roto y dividido ya casi hasta el infinito: el madero del que pendió Jesús agonizante, el que fue empapado con  su preciosa Sangre; aquel al que se abrazó María, roto el corazón por el dolor. Había sido encontrado -en una especie de hoya donde fue arrojado trescientos años antes, después de servir para la ejecución del Señor-, por Elena, madre del emperador Constantino. Tal día como hoy, el 14 de septiembre de el año 335, esa reliquia de la Pasión fue venerada por primera vez, depositada sobre la misma roca donde Jesús fue crucificado:. No era ya un instrumento de ejecución, ¡era la Santa Cruz!
Una historia real y emocionante
Esta emocionante historia había comenzado diez años atrás, en 325 (o sea ciento noventa después de la meticulosa profanación de los lugares de la pasión y resurrección de Cristo que el emperador Adriano ordenó hacer el año 135). Aquel año, habiendo coincidido en Éfeso, el emperador Constantino, preguntó al obispo de Jerusalén cuál era el estado de los lugares de la Pasión. Era  Constantino cristiano de corazón después de la batalla de Ponte Milvio. Había influido en él sobre todo su madre, Elena, de origen británico y cristiana.  Cuando el emperador conoció la historia de la profanación y supo que sobre el lugar se erigían dos templos paganos, uno dedicado a Zeus y otro a Venus, dio permiso a Macarios para abatirlos y hacer una excavación en busca del nivel de terreno original, y financió la construcción de una basílica que custodiara aquellas dos maravillosas reliquias: el Sepulcro donde Jesús resucitó y la roca del Calvario, que se hallaron a base de seguir las indicaciones de los grupos de cristianos que habían quedado en la Ciudad (llamada en esa época Aelia Capitolina). Las dos capillas principales se dedicaron a los dos acontecimientos: Anástasis (resurrección), sobre la tumba, y Martyrion (la muerte martirial de Jesús), cubriendo la roca del Gólgota. Mientras tanto, la madre del emperador, Elena, contentísima con la orden dada por su hijo, se había trasladado en persona a la ciudad para dirigir la búsqueda de las santas reliquias de la Pasión, hasta que las halló en la pequeña sima donde habían sido arrojadas tras la ejecución. Todo el complejo basilical se consagró el día 14 de septiembre del año 335 y durante aquella ceremonia se veneró por primera vez -con indecible emoción- la santa Cruz, colocada de nuevo sobre la propia roca del calvario.
La victoria de Cristo en nuestro interior
¿Por qué os cuento esto? Pues porque me parece una historia preciosa, que es parte de nuestra propia historia. Y también porque muchas veces -en el plano espiritual y simbólico- parece también como si Cristo fuera vencido y destruida su obra: en el mundo en general, o tal vez también en nosotros mismos, en nuestro interior, en tu alma o en nuestra comunidad: por el pecado, porque se apaga la fe, porque adoramos engañosos ídolos creados por nosotros mismos). Y sin embargo no es así, la debilidad del amor del Señor es sólo aparente: debajo de esa toneladas de tierra y piedras, de templos vacíos, dedicados al orgullo y a la sensualidad como si fueran dioses, estaba y sigue estando el amor de Cristo, dispuesto a emerger y sanar los corazones desgarrados o endurecidos. Así, el suceso nos recuerda que Cristo venció el mal con el bien, con el amor, expresado de modo tremendo en la entrega en la Cruz. Y también que dentro de nosotros, aunque cubierta con cualquier inmundicia imaginable, está la gracia del Señor esperando que excavemos y saquemos a flote los trofeos de su victoria, y los adoremos con el corazón lleno de gratitud y alegría.
Nosotros amamos la Cruz, que es signo del amor, garantía de la compasión y el perdón de Dios, recuerdo de la resurrección del Señor y promesa de la nuestra. Además, tenemos presente la Cruz, porque hoy sigue siendo Cristo crucificado en muchos discípulos suyos y queremos acompañar a esos hermanos que sufren. También nosotros -normalmente en cosas sin importancia- sufrimos y podemos unir nuestro sufrimiento al suyo, con su amor. Todo sufrimiento de un cristiano es santificable con él, desde entonces, ninguno es inútil, porque sirve para expresar el amor y la gratitud al Padre por sus dones.  No digamos ¡qué cruz! Pensemos: gracias, Padre, por tu bendición, por hacerme partícipe de la Cruz de Jesús.