viernes, 31 de octubre de 2014

Oración del temor

Estate, Señor, conmigo
siempre, sin jamás partirte,
y, cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,
donde tu vayas, Jesús,
porque bien sé que eres tú
la vida del alma mía;
si tú vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tú sin mí te vas.

Por eso, más que a la muerte,
temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte
(De la liturgia de las horas)

jueves, 30 de octubre de 2014

"Retratos de Santos"


Acabo de releer el tomo 2 de Retratos de santos, de Antonio Sicari, publicado hace más de veinte años por Encuentro, y creo que reeditado hace seis en un solo tomo. He vuelto a disfrutar leyendo estos ensayos sobre Vicente de Paul, José Moscati, Juana de Arco, Teresa de Jesús... Ningún título les viene mejor al libro que el de "retratos", puesto que no son hagiografías, ni simples semblanzas: son retratos del alma sirviéndose de la "materia" de sus vidas concretas, reales; hechas de materia como las nuestras, pero transfigurada por la santidad interior. Retratos extraordinariamente realistas, realizados por un verdadero especialista académico en la teología de la santidad. Muy recomendable.








Antonio Sicari (1943), teólogo docente en Brescia, redactor de la revista Communio, carmelita descalzo, ha escrito un buen número de obras de teología espiritual sobre la santidad cristiana y varias monografías de santos. También una sugerente y original catequesis sobre el matrimonio cristiano


martes, 28 de octubre de 2014

Un nuevo arzobispo para Madrid

Mons. Carlos Osoro (Castañeda-Cantabria 1945), nuevo arzobispo de Madrid. 



El don de la sucesión apostólica
Queridos: esta mañana la comunidad cristiana de Madrid ha recibido un gran don de Dios, casi un milagro: porque hemos recibido un nuevo obispo y pastor en la persona de don Carlos Osoro Sierra. Y lo digo porque no deja de ser una especie de milagro que desde hace dos mil años se produzca la sucesión apostólica desde aquellos once galileos, los apóstoles de Jesucristo (a los que se añadió san Pablo, por la voluntad soberana del mismo Señor). Es maravilloso que cada obispo pueda retrotraer su origen hasta ellos. Me impresiona pensar, por ejemplo que quien me ordenó a mi, el cardenal Koenig, de Viena, había recibido a su vez la imposición de manos de su antecesor hasta llegar al comienzo, hace dos mil años. La Iglesia es apostólica, se funda en lo que aquellos recibieron del Señor, y no es fruto de una  simple autoorganización humana de los discípulos. ¡Es de Cristo! Cada uno de nosotros puede decirlo, puede decir que es de Cristo, sobre todo si se consagra a él, como cantan las monjas de Lerma; pero es que es la Iglesia entera la que pertenece a él. No es solamente humana. Es humana, desde luego, como lo puede comprobar cada uno de nosotros, en sí mismo y en los otros, para bien y para mal. Pero sobre todo es de Cristo, suya y no nuestra. Por eso es indefectible, no por nosotros. Es suya y siempre estará. El que no es de Cristo pasará, el que no procede de los apóstoles, el que no respeta la voluntad de Cristo, pasará; no es de la Iglesia. Pasarán los imperios, los sistemas, las corrientes de opinión, los modos de organizarse el mundo. Y la Iglesia seguirá allí. Hasta el final. Porque es de Cristo.


El buen Pastor
Cristo quiso que aquellos amigos y discípulos, a los que escogió nominalmente después de tratar con ellos, fueran sus sucesores: mediadores de su gracia y su doctrina, continuidad de su presencia. Invocó sobre ellos el Espíritu santo y los envió: id a todo el mundo, predicad el evangelio: quien a vosotros oye, a mi me oye; quien a vosotros rechaza, a mi me rechaza. Mientras, a ellos les dijo y rogó, para que estuvieran unidos entre sí y a él: como la vid y los sarmientos. El que se separa de los demás, de los santos, de los pastores, no es de Cristo y se seca. Entonces, lo que se ha vivido hoy es un milagro gozoso, maravilloso: un nuevo pastor nos ha sido dado por la Iglesia, por manos del Papa. Es un día de inmenso gozo, y así lo acogemos.

Despedida de don Antonio María
Se despide de nosotros un gran pastor también, don Antonio María, que ha presidido la Iglesia en Madrid durante dos décadas, con un pontificado increiblemente fecundo en frutos de gracias: vocaciones, templos, evangelización, estudios teológicos, unidad entre las diversas sensibilidades, atención personal a muchísima gente, y valentía y flexibilidad ante los poderosos de la tierra… Un gran pastor. (Os pido de rodillas que no prestéis atención a críticas y vituperios que han aparecido estas últimas semanas en algunos periódicos, escritos por algunos que deberían estarle muy agradecidos. Que Dios les perdone). Hemos recibido ayer una carta suya de despedida –mi última carta como obispo de esta queridísima iglesia y os agradezco de corazón…- y nos pide que nos unamos de corazón a don Carlos, que se lo manifestemos en la primera ocasión, del día 9, festividad de nuestra Patrona, que oremos por él siempre…Demos hoy muchas gracias a Dios, sea esa simplemente nuestra oración de alabanza. Demos gracias a María, a los ángeles custodios, a todos los santos protectores de nuestra ciudad y nuestra diócesis.


viernes, 24 de octubre de 2014

DOMUND, o sea ¡Misioneros!


En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores, entre los cuales estaban Bernabé y Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, amigo de infancia del tetrarca Herodes, y Saulo.  Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: «Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado».  Ellos, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.  Saulo y Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a Seleucia y de allí se embarcaron para Chipre.  Al llegar a Salamina anunciaron la Palabra de Dios.
(La primera Misión. Del capítulo 13 del libro "Hechos de los apóstoles)

Origen del Domund 
Cuando en el XVI  comenzaron los  grandes descubrimientos de nuevos mundos, se produjo también un gran movimiento misionero, como no se recordaba en la Iglesia desde la época en que fueron evangelizados los pueblos germánicos y eslavos. Gente con alma misionera, sobre todo franciscanos, jesuitas y dominicos, se lanzaron a llevar la fe por el mundo entero con mucha dosis de heroísmo juvenil, jugándose la vida en muchas ocasiones. Me viene ahora a la memoria la aventura de Isaac Jogues y su compañero, evangelizando a los indígenas de los grandes lagos norteamericanos. Luego, cuando en el XIX comenzó la colonización de Asia y Africa por parte de las potencias europeas, también se lanzaron campañas para el establecimiento de "misiones". A menudo, desde el principio, esa gente se jugó la vida, y se convirtieron en el alma más humana de la colonización. En 1622 los Papas crearon un organismo para impulsar y coordinar las misiones. Se llamaba sagrada congregación "propaganda fide", para la propagación de la fe. En 1926, instituyó esta jornada especial que hoy celebramos, esta fiesta de ayuda y sensibilización. (Como durante la  Gran Guerra europea la palabra "propaganda" adquirió la connotación negativa de manipulación que aún tiene, ahora se llama Congregación para la Evangelización de los pueblos).
Es bonito, y es parte de nuestra historia. Hoy, sin embargo, nos planteamos el reto de nuevas evangelizaciones: los medios, la política secular, el cine, el mundo financiero, los nuevos pobres... Sería maravilloso q todos sintiéramos aquella comezón que hería en el corazón a san Francisco Javier, a santa Teresita. Todavía hay miles de compatriotas jugándose el tipo, que han sabido entregar todo, y son un estímulo y un contraste para nosotros: ¡nos espolea su generosidad! Desde luego, para ayudarle económicamente, pero también para tomarnos en serio el valor redentor de nuestra fe, capaz de sanar el mundo de sus gravísimas enfermedades, y que así sintamos el afán de Cristo -si somos discípulos suyos: "He venido a traer fuego a la tierra, y estoy deseando que prenda...".

Misión y fuego interior
El fuego nace dentro, nace en el corazón. Nace de la vida interior de cada uno, del enamoramiento de Cristo y su misión en el mundo. Y para eso, conocerla, claro. Por desgracia, la conocemos un tanto difusamente, tanto que si alguien nos pidiera: -"Explícame, por favor, la misión de Cristo en el mundo, tú que eres cristiano", tal vez no sabríamos responder más que con unas generalidades. Si nosotros nos formáramos mejor y asimilásemos esa formación en oración, de nosotros saldrá ese fuego, que es evangelizador. Si en cambio somos más bien burgueses y acomodados, y vivimos habitualmente en pecado, o no nos esforzamos en amar de verdad, no habrá evangelización ni misiones, aunque aún estén unos cientos o miles de misioneros y misioneras jugándose la vida por ahí. Pensad, pues, en la Iglesia siempre a lo grande, en el mundo entero: en toda su extensión; en todas las relaciones humanas. Y llenaos de ganas de evangelizarlas, y decidle al Señor que sí, que queréis ser misioneros; y entonces ya habréis empezado a serlo de verdad, aunque no os mováis de Aravaca.


jueves, 16 de octubre de 2014

Invitados a las bodas del Hijo

To 28 a Los invitados a las bodas

«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: 
"Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda. 
" Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos.»
(Del cap. 22 del evangelio de san Mateo)

No es la primera vez que vemos en la Biblia asimilar la relación de Dios con el hombre con el amor entre el hombre y la mujer, el más intenso y feliz de los amores humanos; el que más plenitud, alegría, seguridad y amor a la existencia le hace sentir. Cuando nosotros pensamos en el amor de Dios no pensamos en esos términos, sino en un tipo de amor más frío, y nos resulta difícil pensar que Dios pueda amarnos con ese tipo de amor; en definitiva, no creemos que realmente le importemos personalmente. Pero es él mismo el que lo dice, el que se sirve de esa comparación: "Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo" (Is 61). Y no hay por qué no creerlo. Lo mismo que a cualquiera de vosotros no le da igual que el amigo o el amado le mire o no, le hable o no, a Dios no le da igual lo que hagamos, ni tampoco lo que nos suceda. Dios tiene corazón y nos ama.

Hablemos sobre el amor conyugal
El amor conyugal tiene algo de divino, de sacramento natural. No tiene nada de extraño que en Cristo se haya convertido en sus discípulos en uno de esos signos de su gracia, que son los sacramentos, que curan el mundo, herido en su más intimo ser y belleza por el pecado. A través de ese amor puede caldearse y llenar de luz el mundo. 
Para ellos mismos, hombre y mujer, no hay alegría comparable al de ese amor tan peculiar, que rompe las barreras de la intimidad y produce la experiencia recibir -en el cuerpo del otro- el mundo entero como regalo divino. Pero pensad que, por eso mismo, tampoco hay dolor como el que produce la infidelidad, la ruptura o la traición. Y hay conductas que tal vez no son propiamente una infidelidad matrimonial, pero tampoco son desde luego fidelidad. ¿No es un modo de infidelidad considerar a la esposa como a una servidora de los propios caprichos y comodidades, y desentenderse de sus dolores, no interesarse por sus necesidades, por su alegría? ¿No es una forma de infidelidad tratar al marido como un armario?
Estamos viviendo la experiencia de un Sínodo dedicado precisamente a el matrimonio y la familia cristianos. Tendrán que estudiar y decidir las grandes líneas de acción pastoral, en cómo tratar a los divorciados vueltos a casar civilmente, que siguen siendo nuestros hermanos, pero que se encuentran en una situación irregular. Pero nosotros podríamos preguntarnos también por qué hay tantos, y si no tendrá que ver todo esto con nuestras pequeñas, pero continuas faltas de fidelidad a la vocación matrimonial.
Mirad, en la parábola de hoy, que Jesús nos habla del peligro que pueden suponer cosas en sí mismo buenas: el campo que he comprado, la yunta de bueyes que tengo que probar... ¡la tentación de las cosas buenas! Como en la parábola, el origen de algunos conflictos matrimoniales no está en cosas malas, sino buenas en sí, pero que sacadas de lugar resultan inoportunas y dañosas. ¿Qué tiene de malo la afición al golf o al paddle, o la afición a la tele, o las tablets, o las amigas, o mi trabajo, o mis compañeros de oficina, o mi madre? Pues nada, claro. Y, sin embargo, a veces encontramos estas cosas en la raíz de un enfriamiento del amor, o en una crisis matrimonial.  Sed prudentes, sed sinceros con vosotros mismos; no penséis que el amor es automático: hay que alimentarlo, protegerlo, enriquecerlo. No perdáis el don mayor que Dios da al hombre sobre la tierra.

El amor humano y la eucaristía
Y, como en el amor humano, en el divino.  Ya sabéis que en esta parábola, Cristo es el esposo y la Iglesia la esposa. Todos nosotros estamos llamados a unirnos a su boda, a la alegría, a ser la Esposa. Pero los invitados se excusan; con cosas razonables, pero al final lo rechazan e incluso se ponen incluso violentos, no sólo desagradecidos, sino criminales… Ayer, paseando por la sierra recordaba cómo alguien muy cercano a mi me había contado que en su juventud había perdido la fe precisamente allí, en la Sierra -me decía-, porque comenzó a abandonar el banquete del Señor, la Eucaristía dominical. Algo bueno en sí -el deporte, la belleza del monte-, que le hizo daño por desorden (aunque luego la recuperó, eh...). La falta de unión con Cristo -con los sacramentos, con la oración-, debilita el vínculo que enciende el verdadero amor.  En realidad, sólo con Cristo se aprende a amar; cuando se participa de su vida, el egoísmo se disuelve como un azucarillo.

lunes, 6 de octubre de 2014

La familia y la fidelidad a Dios

To 27 a
Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo."   Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué pensáis que hará con aquellos labradores?» [...]  Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.
(Del capítulo 21 del evangelio de san Mateo)

Esta tremenda parábola de los viñadores homicidas  fue propuesta por Jesús en Jerusalén, no en Galilea, seguramente al final de su vida pública. Como nos indica san Mateo, la planteó a los sumos Sacerdotes y ancianos del pueblo, es decir, a los jefes de Israel. Era entonces Israel una monarquía teocrática -y sin rey-, regida por esa especie de senado que formaban los jefes de las grandes familias: el Sanedrín. Israel era, y es, el "pueblo escogido", "mi hijo", el que debía acoger y acompañar al Mesías en su misión universal de compasión y salvación de la humanidad. Ese era su gran destino. Sin embargo, lo rechazó al rechazar a Jesús como hijo enviado por Dios.  Tal vez el pobre rabí galileo pareció a sus autoridades demasiado "poca cosa" para esa misión, demasiado poco poder... Ese ha sido -y es- el gran drama de la historia de la salvación. Y aquí, en esta parábola que hoy recordamos, se lo anunció Jesús; pues nunca -hasta la Cruz- dejó de llamarles, de intentar que abriesen los ojos para ver el peligro que corrían, para reconocer su dramática equivocación. También les anuncia que, a pesar de todo, Dios construiría la casa del Reino con esa piedra angular que ellos rechazaban, como ocurrió con la Iglesia.

El peligro de la infidelidad
Han pasado veinte siglos desde ese drama, y la enseñanza permanece viva para nosotros, el nuevo Israel, que siempre ha tenido y tiene esta experiencia ante los ojos, y se aplica con temor la lección a sí misma: "Hoy, si escucháis la voz de Dios, no endurezcáis vuestro corazón" (Salmo 95).
 Dios cuenta con nosotros –con la Iglesia, que sois todos- para construir su reino, en todos los ámbitos de la vida, empezando por los más cercanos, como es vuestra familia, en la educación, los negocios, la creación de leyes y el nacimiento de costumbres. Y, sin embargo, no siempre le reconocemos jefe y señor, tal vez porque que nos parece que sus fórmulas no son prácticas ni eficaces para la vida real.
Desde luego, no pasará con la Iglesia lo que pasó con Israel, en el sentido de que Jesús permanecerá siempre en ella, y eso la hace indefectible: "yo estaré todos los días hasta el final del mundo", nos dijo. El Espíritu santo habita en ella y la asiste. Pero esa indefectibilidad no es "automática", ni su presencia evita que Cristo sufra "en su cuerpo, que es la Iglesia" (epístola a los Colosenses) el rechazo de nuestra infidelidad o nuestra desobediencia.  La historia nos muestra que eso ha pasado en diversos momentos de su historia bimilenaria. 

Un Sínodo especial
Recemos ahora por el Sínodo que comienza hoy en el Vaticano, recemos con fervor, como nos cuentan que ocurría durante los primeros concilios. Recemos, como nos pide el papa Francisco, unidos a su preocupación pastoral por el matrimonio y la familia. La familia no sólo es la primera célula y como el germen de la sociedad, sino también de la Iglesia: la primera escuela de virtudes humanas; donde la fe se hace cultura; donde la caridad se aprende con naturalidad, y la apertura a la vida que viene hace al hombre colaborador de Dios, casi creador. 
Es importante que la sociedad reconozca en sus leyes y costumbres este don de Dios a la humanidad, pero más importante aún que nosotros lo vivamos, lo vivamos vocacionalmente, sacramentalmente.
Encomendaos, vosotros, padres y madres a San José y a María. Reflexionad a menudo en sobre vuestra vocación cristiana, porque no sólo haréis así un gran bien a la sociedad; os lo hacéis a vosotros mismos, porque es el antídoto del egoísmo, de la superficialidad, del individualismo que nos corroe y nos mata.

domingo, 5 de octubre de 2014

San Agustín. Sermón sobre los pastores


«Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear –oráculo del Señor Dios–. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. 
(Del capítulo 34 de la profecía de Ezequiel)

 Es el único que las apacienta, y que las apacienta como es debido. ¿Qué hombre puede juzgar debidamente a otro hombre? No hay por todas partes más que juicios temerarios. Aquel del que desesperábamos cambia de repente y se convierte en el mejor. Aquel, por el contrario, del que tanto esperábamos falla súbitamente y se vuelve el peor. Ni nuestro temor ni nuestro amor son siempre acertados.

Lo que hoy es cada uno, apenas si uno mismo lo sabe. Aunque, en definitiva, puede llegar a saberlo. Pero, ¿y lo que va a ser mañana? Ni uno mismo lo sabe. Él, en cambio, apacienta a sus ovejas como es debido, dándoles a cada una lo suyo; esto a éstas, aquello a aquéllas, pero siempre a cada una lo que es debido, pues sabe lo que hace. Apacienta como es debido a los que redimió después de haberlos juzgado. 

jueves, 2 de octubre de 2014

Más sobre viñedos e hijos

to 27 a 

-«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: 
"Hijo, ve hoy a trabajar en la viña"  Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. 
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor" Pero no fue. 
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron:
-«El primero.»
(Del capítulo 21 del evangelio según san Mateo)

Un micro relato
El domingo pasado comentábamos una de las parábolas de Jesús, esos pequeños cuentos –micro relatos, dirían ahora- de los que, con una pedagogía maravillosamente sencilla, el Señor se servía para despertar la curiosidad del auditorio e implicar así a sus oyentes en su discurso. –la del terrateniente que va contratando a lo largo de la jornada a gente. Esas parábolas son a veces son auténticos retratos hechos como a boceto, que con tres rasgos, como el artista maravilloso que era, definía al personaje en la imaginación del oyente. Nos hablaba entonces a de un terrateniente que sale a contratar gente a diversas horas del día. Hoy nos habla de estos dos chicos, de dos hijos ya mayores de un padre, a los que les pide que vayan a trabajar en la heredad, y cada uno reacciona a su manera. Uno, diciendo que no y otro que sí... aunque luego, actúan justamente al revés.

"No quiero"
Qué bonito es el comentario que hace Jesús respecto al primero de ellos: “No quiero”, responde de entrada a la petición de su padre. Pero luego -dice- recapacitó y fue… Es bonito, porque así somos nosotros tantas veces. Y así han sido los santos. No es que no tuvieran fallos, no es que no cayeran nunca, o que lo hicieran todo siempre bien… lo que pasa es que después de equivocarse, después de meter la pata, rectificaban: "pero luego recapacitó, y fue". Así tendremos que hacer nosotros muchas veces. No nos convertimos a Dios una vez; son sucesivas conversiones -pequeñas y grandes conversiones- las que nos acercan a él, decía san Josemaría.
Porque de eso va el evangelio de hoy, de la conversión interior. Solemos entender la palabra "conversión" como el paso que un no cristiano da a la religión cristiana: "se convirtió al catolicismo", decimos por ejemplo. Pero ya veis que en lenguaje bíblico la palabra se refiere más bien a la conversión interior, del corazón -de vida-, provocada por ese "recapacitar", ese sentirse tocado por la verdad y rectificar la propia vida, la dirección, la conducta. La conversión. ¡Qué bonito!, qué nobleza, y qué valentía se precisa. Y el Señor la recibe siempre, inmediatamente. Lo habéis en la primera lectura: "cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá"

Recapacitar
Claro que lo difícil realmente es el paso anterior previo, el reconocimiento: ese “recapacitó y fue", que dice la parábola.  Ese es el paso que nos falla, que nos cuesta dar. Nos cuesta aceptar que lo que hemos hecho no está bien, o nos justificamos, o incluso ni siquiera nos damos cuenta, como ocurre en la vida de relación muchas veces: molestamos, omitimos ayuda, pensamos mal… y ni nos damos cuenta. O ni siquiera nos planteamos si hemos hecho bien o no: tenemos tanta "autoestima"   -o mejor, tanto engreimiento-,  que damos por supuesto que nuestra conducta es siempre buena, bienintencionada, justa… "Pero después recapacitó y fue…". Cuánta valentía y honradez hay detrás de esa expresión. Y tuvo su premio, porque eso le salvó.