(15 de febrero 2015. 6º TO)
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: - «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote
(Del capítulo 1 del evangelio según san Marcos)
Hay pecados y pecados
En estos comienzos de la vida pública de los que nos van dando cuenta estos primeros domingos, el evangelio quiere subrayar que Jesús no sólo predicaba de un modo nuevo, sino que rubricaba con milagros esa novedad. Hoy el evangelista nos muestra un milagro -una curación- especial, por lo simbólica. Parece que quiere destacarla sobre otras curaciones, tal vez por su simbolismo: se trata de un pobre hombre aquejado de lepra. Ya sabéis que esa enfermedad resulta repulsiva, y era incurable entonces y contagiosa, según se creía. Pero sobre todo se trataba una enfermedad -perdonadme- tan corpórea, tan concreta... Te come, te va destruyendo desde dentro de ti mismo irreversiblemente… No había para un judío mejor imagen del pecado. Porque hay pecados y pecados: hay unos son un simple tropiezo, pero hay otros se arraigan, le hacen a uno esclavo de la avaricia, de su propio mal humor, de la desesperanza, de su prepotencia, de su impureza. Se convierten en lepra espiritual que autodestruye sin que uno se pueda valer. A la gente le echaba atrás, se sentía ante ella impotente. A Jesús, en cambio, no. "Se llenó de compasión…". A Jesús basta que se lo pida tocando su corazón: “Si tú quieres, puedes limpiarme”. ¡Qué maravilla de oración!
La oración y el pecado
Moisés, el gran legislador de los hebreos, había ordenado prudentemente -aunque también con una dureza que nos resulta insoportable- su confinamiento, su segregación. Qué duro tenía que ser para el enfermo... Y ¡qué dulce al oído resulta la libertad de Jesús, su señorío! "Sí, quiero: sé limpio". ¡Gracias! Gracias por tu omnipotencia y por tu bondad. Tú siempre estás más allá del poder del mal, tú siempre llegas donde nosotros no podemos ni soñarlo. ¡Cómo mira Jesús nuestras miserias! Muchas veces se lee: "se compadeció", "sintió compasión"… Tú, que te alegras como un niño con nuestra alegría, también te conmueves con nuestro dolor. "Se conmovió", se sintió conmovido. "Se acercó acercó al féretro (de la viuda de Naim) y le dijo: no llores"… Cuidemos a los enfermos, acompañémoslos con cariño. Curemos sobre todo su corazón. No siempre podremos curar su enfermedad, pero siempre podemos curar su corazón.
Volvamos ahora al pecado visto como lepra, algo que te destruye desde dentro, y tú no puedes apenas hacer algo...Pero ruega por dentro: “si tú quieres, puedes limpiarme”. Aquí aparece uno de los matices que puede tener la lucha espiritual: el que se produce cuando el problema moral no es tanto el reconocimiento del mal, sino que uno no se siento con fuerzas de rechazarlo, no puede, se ha apoderado de uno… "Mi pena es una pena muy mala, porque yo no querría que se me quitara", que decía el poeta sevillano. Y entonces sólo podemos hacer lo que hizo este hombre: orar, pedir, sinceramente: "Señor, límpiame. Te lo pido de veras"… "Entonces yo también quiero, ¡sé limpio…! "
Y también está ese "Ve a mostrarte al sacerdote…", que le pide Jesús ¿Hay un guiño del Evangelio aquí al sacramento de la penitencia? No es muy probable. Más bien es una clara referencia a la ley de Moisés, de nuevo. Pero nosotros sí que podríamos entenderlo o aplicarlo así ahora. Como si Jesús nos dijera: "muéstrate al sacerdote". El sacerdote es Cristo, los ministros no somos más que eso: servidores de su presencia… de tu presencia, que nos dice: "él te ayudará en mi nombre". No sólo como juez; también como hermano, como amigo, como padre, como médico; que todo eso es el Señor.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: - «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote
(Del capítulo 1 del evangelio según san Marcos)
Hay pecados y pecados
En estos comienzos de la vida pública de los que nos van dando cuenta estos primeros domingos, el evangelio quiere subrayar que Jesús no sólo predicaba de un modo nuevo, sino que rubricaba con milagros esa novedad. Hoy el evangelista nos muestra un milagro -una curación- especial, por lo simbólica. Parece que quiere destacarla sobre otras curaciones, tal vez por su simbolismo: se trata de un pobre hombre aquejado de lepra. Ya sabéis que esa enfermedad resulta repulsiva, y era incurable entonces y contagiosa, según se creía. Pero sobre todo se trataba una enfermedad -perdonadme- tan corpórea, tan concreta... Te come, te va destruyendo desde dentro de ti mismo irreversiblemente… No había para un judío mejor imagen del pecado. Porque hay pecados y pecados: hay unos son un simple tropiezo, pero hay otros se arraigan, le hacen a uno esclavo de la avaricia, de su propio mal humor, de la desesperanza, de su prepotencia, de su impureza. Se convierten en lepra espiritual que autodestruye sin que uno se pueda valer. A la gente le echaba atrás, se sentía ante ella impotente. A Jesús, en cambio, no. "Se llenó de compasión…". A Jesús basta que se lo pida tocando su corazón: “Si tú quieres, puedes limpiarme”. ¡Qué maravilla de oración!
La oración y el pecado
Moisés, el gran legislador de los hebreos, había ordenado prudentemente -aunque también con una dureza que nos resulta insoportable- su confinamiento, su segregación. Qué duro tenía que ser para el enfermo... Y ¡qué dulce al oído resulta la libertad de Jesús, su señorío! "Sí, quiero: sé limpio". ¡Gracias! Gracias por tu omnipotencia y por tu bondad. Tú siempre estás más allá del poder del mal, tú siempre llegas donde nosotros no podemos ni soñarlo. ¡Cómo mira Jesús nuestras miserias! Muchas veces se lee: "se compadeció", "sintió compasión"… Tú, que te alegras como un niño con nuestra alegría, también te conmueves con nuestro dolor. "Se conmovió", se sintió conmovido. "Se acercó acercó al féretro (de la viuda de Naim) y le dijo: no llores"… Cuidemos a los enfermos, acompañémoslos con cariño. Curemos sobre todo su corazón. No siempre podremos curar su enfermedad, pero siempre podemos curar su corazón.
Volvamos ahora al pecado visto como lepra, algo que te destruye desde dentro, y tú no puedes apenas hacer algo...Pero ruega por dentro: “si tú quieres, puedes limpiarme”. Aquí aparece uno de los matices que puede tener la lucha espiritual: el que se produce cuando el problema moral no es tanto el reconocimiento del mal, sino que uno no se siento con fuerzas de rechazarlo, no puede, se ha apoderado de uno… "Mi pena es una pena muy mala, porque yo no querría que se me quitara", que decía el poeta sevillano. Y entonces sólo podemos hacer lo que hizo este hombre: orar, pedir, sinceramente: "Señor, límpiame. Te lo pido de veras"… "Entonces yo también quiero, ¡sé limpio…! "
Y también está ese "Ve a mostrarte al sacerdote…", que le pide Jesús ¿Hay un guiño del Evangelio aquí al sacramento de la penitencia? No es muy probable. Más bien es una clara referencia a la ley de Moisés, de nuevo. Pero nosotros sí que podríamos entenderlo o aplicarlo así ahora. Como si Jesús nos dijera: "muéstrate al sacerdote". El sacerdote es Cristo, los ministros no somos más que eso: servidores de su presencia… de tu presencia, que nos dice: "él te ayudará en mi nombre". No sólo como juez; también como hermano, como amigo, como padre, como médico; que todo eso es el Señor.
1 comentario:
Elegancia y señorío. Ver más allá, ir más allá...
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