(24 abril 2016. Dom 5 de Pascua, C)
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: "Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros. (Del capítulo 15 del evangelio según san Juan)
El mandato del amor
Acabamos de escuchar directamente el famoso mandamiento nuevo, el mandato del
amor entre los discípulos. Nos estamos refiriendo constantemente a él, porque el amor de caridad es
característico cristiano. Pero hoy lo
hemos escuchado en su contexto: salie Judas del lugar donde se encuentran cenando la pascua. Jesús sabe
lo que significa esa ausencia, sabe lo que Judas trama. Así, sus palabras suenan como despedida y última encomienda, casi como su tesoro. Nada tiene entonces para dejarles como herencia, más que su cuerpo, su Madre... y el mandato: amaos como os he amado yo. Ahora que me voy, que cada uno haga con los demás lo que hacía yo; así todos se darán cuenta de que sois discípulos míos. Como
veis, el mandato no tiene nada de dulzón, de buenismo sin más. Jesús se está refiriendo a la verdadera fuerza que los mantenía unidos: el amor con que les trataba a todos era lo que les mantenía unidos entre si. Su dedicación, su comprensión con sus fallos, la defensa que hacía de ellos, la
confianza con que les encargó el evangelio ... todo eso les hizo sentirse hermanos entre
ellos. "Ahora, hacedlo vosotros"…
Pecados de omisión
Por eso, en la Iglesia, en su interior, esto es lo más importante. Por supuesto, la caridad es igualmente importante en todos los
ámbitos de la vida; es la sal de la amistad, la alegría del matrimonio, lo
mejor en el trabajo... Cuando se rompe esa concordia interior, todo se deteriora,
y la vida se hace durísima para quien lo no experimenta… Juan Pablo II
escribió en su primera encíclica estas palabras que no necesitan casi
comentario: "El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un
ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor,
si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no
participa en él vivamente.” Y por cierto, esa experiencia amarga de soledad las podemos provocar nosotros en los demás; no sólo en los
amores o lealtades traicionados o la indiferencia, sino también con nuestros pequeños
egoísmos, en la convivencia, con esos defectos que hacen sufrir a otros innecesariamente. Por
supuesto que a menudo ni nos damos cuenta ni lo hacemos a propósito; sencillamente, es sólo
que no pensamos mucho en los demás, nos cuesta hacernos realmente cargo de ellos. Que
tengamos siempre un corazón grande, sin cerrarnos en lo cómodo. Que sepamos
también confesarnos: "no he querido a esta persona todo lo que debía quererla". San Juan, que es el evangelista que transmite
esta conversación, reflexiona también en sus tres cartas: el Amor -dice- procede de Dios. Dios
es amor, todo el que viene de él lo comprende.
Cultivar el amor
Pero tened presente quel
amor no es "automático"; lo único automático aquí es el amor propio. Hay que
planteárselo para que nazca, hay que mirar con los ojos de Dios, con los ojos de Cristo, de
María: de las personas que se sienten llenas de gozo y por ello son las que menos poseen como
suyo, como intocable… De hecho, la caridad nace de la generosidad, del desprendimiento; entonces se experimenta
y se enamora uno del amor: "Entonces
se darán cuenta de que sois discípulos míos".
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