(12 de abril 2015. Segundo domingo de Pascua, domingo de la misericordia)
Hoy es e domingo de la misericordia. Es una celebración reciente, y se lo debemos a JPII, que falleció precisamente la víspera de un domingo como este. El santo papa estaba fascinado por el misterio de la misericordia de Dios, un Dios que se apiada de la humanidad y de cada persona, que muestra su omnipotencia perdonando. La devoción concreta la había aprendido de Faustina Kowalska, a quien canonizó en abril del 2000.
La misericordia de Dios y nosotros
Misericordia es el sentimiento que nace en el corazón cuando se es testigo del dolor, del sufrimiento. Dios tiene compasión del hombre. Tiene compasión de su debilidad, de sus caídas, de sus sufrimiento… y del pecado. Y quiere que le imitemos precisamente en eso: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”. A nosotros normalmente nos produce compasión sufrimiento físico o moral; a Dios, también de dolor y la enfermedad espiritual. Es como las madres: nunca piensan que su hijo sea malo, y no lo pueden creer; piensan en cambio que el chico ha tenido mala influencia, que se ha juntado con otros que son malos, que me he descuidado yo, que se ha equivocado... Todo, menos que su hijo ha hecho una maldad. No digamos nada cuando vuelven arrepentidos. Pues Dios tiene corazón de madre y de padre. La Sagrada Escritura atribuye a Dios ese sentimiento de un modo a veces impresionante, como en esta conocida meditación del salmista:
No tengamos miedo a invocarle así: Señor, yo confío en ti, en tu misericordia, especialmente cuando queremos pedir perdón. Podemos pensar ¿y no será una petición abusiva, que favorezca el abuso? No te preocupes, que hay peligro,porque Dios ve el corazón, conoce la verdad, y si es sincera, puedes confiar siempre.
La misericordia de Dios y la nuestra
Aunque el Señor nos pide que también seamos misericordiosos como él. Que ya que hemos aceptado su misericordia, participemos de ella; tengamos un corazón que sepa compadecerse, ayudar, perdonar, soportar, comprender, escuchar, enseñar; en una palabra, las obras de misericordia… Llevar con paciencia los defectos del prójimo: del marido, de los hijos, de los padres, del profe, del jefe… No ser demasiado duros en el juicio; acostumbrarnos al "tal vez", al "seguro que no se da mucha cuenta", "estará nervioso", "es que está envenenado por el dolor"... O sea, disculpar.
No penséis que el perdón es elusivo. El Señor nos enseñó también a corregirnos unos a otros. Pero es que hay modos y modos, tanto de darlo como de recibirlo. Por eso, no se trata de ser blandos o siempre indulgentes (que puede ser comodidad o cobardía). Pero... hay modos: contención, modestia, respeto… y hasta simpatía puede haber en el modo de corregir.
El Papa ha convocado Año de la Misericordia a partir del próximo diciembre, porque quiere que se viva más desde la Iglesia. Que seamos más comprensivos, que ayudemos y no sólo juzguemos, que no apagar "el pabilo que aún humea ni terminemos de romper la caña cascada". Y siempre, que estemos con el justo que sufre: no dejar a Jesús sólo en la Cruz nunca más.
Hoy es e domingo de la misericordia. Es una celebración reciente, y se lo debemos a JPII, que falleció precisamente la víspera de un domingo como este. El santo papa estaba fascinado por el misterio de la misericordia de Dios, un Dios que se apiada de la humanidad y de cada persona, que muestra su omnipotencia perdonando. La devoción concreta la había aprendido de Faustina Kowalska, a quien canonizó en abril del 2000.
La misericordia de Dios y nosotros
Misericordia es el sentimiento que nace en el corazón cuando se es testigo del dolor, del sufrimiento. Dios tiene compasión del hombre. Tiene compasión de su debilidad, de sus caídas, de sus sufrimiento… y del pecado. Y quiere que le imitemos precisamente en eso: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”. A nosotros normalmente nos produce compasión sufrimiento físico o moral; a Dios, también de dolor y la enfermedad espiritual. Es como las madres: nunca piensan que su hijo sea malo, y no lo pueden creer; piensan en cambio que el chico ha tenido mala influencia, que se ha juntado con otros que son malos, que me he descuidado yo, que se ha equivocado... Todo, menos que su hijo ha hecho una maldad. No digamos nada cuando vuelven arrepentidos. Pues Dios tiene corazón de madre y de padre. La Sagrada Escritura atribuye a Dios ese sentimiento de un modo a veces impresionante, como en esta conocida meditación del salmista:
El perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
el rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
el sacia de bienes tus anhelos.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa
No tengamos miedo a invocarle así: Señor, yo confío en ti, en tu misericordia, especialmente cuando queremos pedir perdón. Podemos pensar ¿y no será una petición abusiva, que favorezca el abuso? No te preocupes, que hay peligro,porque Dios ve el corazón, conoce la verdad, y si es sincera, puedes confiar siempre.
La misericordia de Dios y la nuestra
Aunque el Señor nos pide que también seamos misericordiosos como él. Que ya que hemos aceptado su misericordia, participemos de ella; tengamos un corazón que sepa compadecerse, ayudar, perdonar, soportar, comprender, escuchar, enseñar; en una palabra, las obras de misericordia… Llevar con paciencia los defectos del prójimo: del marido, de los hijos, de los padres, del profe, del jefe… No ser demasiado duros en el juicio; acostumbrarnos al "tal vez", al "seguro que no se da mucha cuenta", "estará nervioso", "es que está envenenado por el dolor"... O sea, disculpar.
No penséis que el perdón es elusivo. El Señor nos enseñó también a corregirnos unos a otros. Pero es que hay modos y modos, tanto de darlo como de recibirlo. Por eso, no se trata de ser blandos o siempre indulgentes (que puede ser comodidad o cobardía). Pero... hay modos: contención, modestia, respeto… y hasta simpatía puede haber en el modo de corregir.
El Papa ha convocado Año de la Misericordia a partir del próximo diciembre, porque quiere que se viva más desde la Iglesia. Que seamos más comprensivos, que ayudemos y no sólo juzguemos, que no apagar "el pabilo que aún humea ni terminemos de romper la caña cascada". Y siempre, que estemos con el justo que sufre: no dejar a Jesús sólo en la Cruz nunca más.
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