(domingo 12 de julio 2015. Memoria de san Benito de Nursia)
Un patrón casi desconocido
Aunque estemos celebrando con los textos del domingo xv del tiempo ordinario, ayer, 11 de julio, fue la fiesta de san Benito de Nursia, y querría hablaros de él. Es posible que sólo lo conozcáis -en el mejor de los casos- como fundador de la orden monástica de los Benedictinos o lo relacionéis con la famosa abadía de Monte Cassino. Pero yo querría haceros alguna consideración sobre su persona y vida, porque, además de todo lo anterior, es patrón principal de Europa. Puede resultarnos un tanto chocante que un monje sea el patrón de Europa esa Europa que nos hace pensar enseguida en la Unión Europea, Bruselas ,tipos vestidos de traje y saludándose en las continuas reuniones de ministros o cumbres de primeros ministros, en la actualísima crisis griega o en la imagen espléndida de la sala de reuniones del Parlamento europeo. Tal vez por eso nos preguntamos qué tiene que ver con eso un monje del siglo V.Y sin embargo Europa no existiría sin ese monje, y hasta es posible que deje de existir sin él; al menos lo que hemos conocido y celebrado como el proyecto político más interesante de la historia, o uno de los más.
Benedicto o san Benito fue un joven romano nacido el 480 en una familia patricia y formado en las mejores escuelas de retórica (o abogacía). Si me entendéis, era un pijín, y también algo calavera. En esa época imagino que un cuarto de la población -de dos millones- de Roma era cristiana Tenía una personalidad tremendamente atrayente para sus amigos y conocidos. En un momento determinado de sus veinte años decide marcharse de la ciudad y vivir solitariamente como un ermitaño, cerca de otro ermitaño anciano y con fama de hombre santo. No sabemos exactamente cómo fue la crisis espiritual que le movió a dar ese paso, tal vez comprobar con tedio y con auto reproche que su vida, siendo él bautizado, no se distinguía en nada de sus amigos más crápulas. El caso es que decidió apartarse de la urbe para vivir en soledad, como los anacoretas y santos raros.
Un giro decisivo en el cristianismo europeo
Al principio estuvo solo, pero ocurrió con él algo que había pasado con otros santos del desierto: que venía gente a él para aprender. Lo original, sin embargo es que muchos eran antiguos amigos y conocidos. Así se formó en torno a él una comunidad, pero con una novedad: Benito no era un tipo raro, y orientó la vida en común más a la convivencia que al aislamiento, más a la oración que a las penitencias, más al trabajo -de la tierra o intelectual- más que al abandono. Logró reunir en torno a él a lo mejor, como hoy pasa con la Aguilera y otras religiosas un grupo de gente alegre, valiosa y unida por un sentido de camaradería y fraternidad, y también con un vivo deseo de santidad. Benito consiguió una novedad notable en ese tipo de vida: regularla, armonizarla, humanizar ese fenómeno. Escribió un -o Regla- lleno de sentido práctico. Así encauzó definitivamente el monacato, todos aquellos movimientos anteriores, asombrosos pero también podríamos decir que "raros", con una espiritualidad basada tal vez en exceso en la soledad y en la autodisciplina ascética. Benito convirtió a sus amigos en un grupo de gente gente feliz, que rezaba, cantaba, cultivaba la tierra y la mente y la convivencia.
En aquella experiencia se basarían a partir de entonces -y hasta hoy- todas las variantes de la vida religiosa en común. Tuvo tanto éxito que en pocos siglos europa se llenó de estos monasterios; se trata de bastantes miles, y fueron en general eran respetados por todos, incluso por las sucesivas invasiones devastadoras de normandos, asiáticos como los hunos o tártaros, o los almorávides. Así, en esas comunidades, que contaban a menudo con centenares de miembros, se formaron multitud de hombres y mueres, se conservó la cultura, y no sólo a base de los, sino encarnada en gente feliz y civilizadora, poseedora en general de una profunda y sincera vida espiritual. Así nació el aglutinante que constituiría el espíritu de Europa: respeto a la cultura, espíritu de oración, progreso y divulgación de la ciencia, respeto a la vida, transmisión de la cultura clásica, nuevas formas musicales y estructurales en la arquitectura. A ellos se debió el mantenimiento de la fe como se nos ha transmitido, en los pueblos y en los reyes, y pusieron la base de la vida espiritual como la conocemos.
¿Hemos abandonado la cultura?
¡De veras que aquí -como se ha dicho en otros ámbitos- somos pigmeos sobre hombros de gigantes!: Lo que nos parece grandeza nuestra se lo debemos en buena medida a los que nos han precedido, incluso en lo espiritual. Ojalá no perdamos los católicos ese espíritu de "amor a la cultura". Está claro que para llegar a ser un buen cristiano no todo el mundo tiene que llegar a ser super culto, o tener una vida espiritual y mística como santa Hildegarda; pero es una lástima que los católicos no seamos actualmente demasiado relevantes en la vida cultural ni, como consecuencia, en la vida pública. Todos estudiamos ADE (lo digo un poco en broma) y está bien; pero ¿por qué no tener un gran amor a la cultura (que lleva a Dios, no lo olvidemos)? Tal vez la despreciamos, o suponemos que ya otros la cultivarán. No olvidéis, además, que la fe tiene mucho que ver también con el derecho, la filosofía, el arte, la ciencia… Yo diría que todos deberíamos sentir deseo de estudiar, de saber, de conocer. La cultura hizo grande a Europa y la convirtió en instrumento de evangelización de todo el mundo. Hoy, que leíamos en un capítulo del evangelio de san Marcos el primer envío de discípulos que hizo el Señor, es un buen día para tomar conciencia de nuestro propio envío al mundo. Ellos eran gente corriente como vosotros, no diferentes a los que os sentáis aquí delante; y llevaron adelante la misión. El cristianismo se hizo desde entonces cultura de cada cultura, pero no olvidemos que la primera en que se materializó fue la europea.
Un patrón casi desconocido
Aunque estemos celebrando con los textos del domingo xv del tiempo ordinario, ayer, 11 de julio, fue la fiesta de san Benito de Nursia, y querría hablaros de él. Es posible que sólo lo conozcáis -en el mejor de los casos- como fundador de la orden monástica de los Benedictinos o lo relacionéis con la famosa abadía de Monte Cassino. Pero yo querría haceros alguna consideración sobre su persona y vida, porque, además de todo lo anterior, es patrón principal de Europa. Puede resultarnos un tanto chocante que un monje sea el patrón de Europa esa Europa que nos hace pensar enseguida en la Unión Europea, Bruselas ,tipos vestidos de traje y saludándose en las continuas reuniones de ministros o cumbres de primeros ministros, en la actualísima crisis griega o en la imagen espléndida de la sala de reuniones del Parlamento europeo. Tal vez por eso nos preguntamos qué tiene que ver con eso un monje del siglo V.Y sin embargo Europa no existiría sin ese monje, y hasta es posible que deje de existir sin él; al menos lo que hemos conocido y celebrado como el proyecto político más interesante de la historia, o uno de los más.
Benedicto o san Benito fue un joven romano nacido el 480 en una familia patricia y formado en las mejores escuelas de retórica (o abogacía). Si me entendéis, era un pijín, y también algo calavera. En esa época imagino que un cuarto de la población -de dos millones- de Roma era cristiana Tenía una personalidad tremendamente atrayente para sus amigos y conocidos. En un momento determinado de sus veinte años decide marcharse de la ciudad y vivir solitariamente como un ermitaño, cerca de otro ermitaño anciano y con fama de hombre santo. No sabemos exactamente cómo fue la crisis espiritual que le movió a dar ese paso, tal vez comprobar con tedio y con auto reproche que su vida, siendo él bautizado, no se distinguía en nada de sus amigos más crápulas. El caso es que decidió apartarse de la urbe para vivir en soledad, como los anacoretas y santos raros.
Un giro decisivo en el cristianismo europeo
Al principio estuvo solo, pero ocurrió con él algo que había pasado con otros santos del desierto: que venía gente a él para aprender. Lo original, sin embargo es que muchos eran antiguos amigos y conocidos. Así se formó en torno a él una comunidad, pero con una novedad: Benito no era un tipo raro, y orientó la vida en común más a la convivencia que al aislamiento, más a la oración que a las penitencias, más al trabajo -de la tierra o intelectual- más que al abandono. Logró reunir en torno a él a lo mejor, como hoy pasa con la Aguilera y otras religiosas un grupo de gente alegre, valiosa y unida por un sentido de camaradería y fraternidad, y también con un vivo deseo de santidad. Benito consiguió una novedad notable en ese tipo de vida: regularla, armonizarla, humanizar ese fenómeno. Escribió un -o Regla- lleno de sentido práctico. Así encauzó definitivamente el monacato, todos aquellos movimientos anteriores, asombrosos pero también podríamos decir que "raros", con una espiritualidad basada tal vez en exceso en la soledad y en la autodisciplina ascética. Benito convirtió a sus amigos en un grupo de gente gente feliz, que rezaba, cantaba, cultivaba la tierra y la mente y la convivencia.
En aquella experiencia se basarían a partir de entonces -y hasta hoy- todas las variantes de la vida religiosa en común. Tuvo tanto éxito que en pocos siglos europa se llenó de estos monasterios; se trata de bastantes miles, y fueron en general eran respetados por todos, incluso por las sucesivas invasiones devastadoras de normandos, asiáticos como los hunos o tártaros, o los almorávides. Así, en esas comunidades, que contaban a menudo con centenares de miembros, se formaron multitud de hombres y mueres, se conservó la cultura, y no sólo a base de los, sino encarnada en gente feliz y civilizadora, poseedora en general de una profunda y sincera vida espiritual. Así nació el aglutinante que constituiría el espíritu de Europa: respeto a la cultura, espíritu de oración, progreso y divulgación de la ciencia, respeto a la vida, transmisión de la cultura clásica, nuevas formas musicales y estructurales en la arquitectura. A ellos se debió el mantenimiento de la fe como se nos ha transmitido, en los pueblos y en los reyes, y pusieron la base de la vida espiritual como la conocemos.
¿Hemos abandonado la cultura?
¡De veras que aquí -como se ha dicho en otros ámbitos- somos pigmeos sobre hombros de gigantes!: Lo que nos parece grandeza nuestra se lo debemos en buena medida a los que nos han precedido, incluso en lo espiritual. Ojalá no perdamos los católicos ese espíritu de "amor a la cultura". Está claro que para llegar a ser un buen cristiano no todo el mundo tiene que llegar a ser super culto, o tener una vida espiritual y mística como santa Hildegarda; pero es una lástima que los católicos no seamos actualmente demasiado relevantes en la vida cultural ni, como consecuencia, en la vida pública. Todos estudiamos ADE (lo digo un poco en broma) y está bien; pero ¿por qué no tener un gran amor a la cultura (que lleva a Dios, no lo olvidemos)? Tal vez la despreciamos, o suponemos que ya otros la cultivarán. No olvidéis, además, que la fe tiene mucho que ver también con el derecho, la filosofía, el arte, la ciencia… Yo diría que todos deberíamos sentir deseo de estudiar, de saber, de conocer. La cultura hizo grande a Europa y la convirtió en instrumento de evangelización de todo el mundo. Hoy, que leíamos en un capítulo del evangelio de san Marcos el primer envío de discípulos que hizo el Señor, es un buen día para tomar conciencia de nuestro propio envío al mundo. Ellos eran gente corriente como vosotros, no diferentes a los que os sentáis aquí delante; y llevaron adelante la misión. El cristianismo se hizo desde entonces cultura de cada cultura, pero no olvidemos que la primera en que se materializó fue la europea.
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