martes, 25 de septiembre de 2012

¿De qué discutíais en el camino?




To 25 B Marcos cap. 9

Queridos: este evangelio que hemos escuchado, -tan vivo, tan realista-, nos consuela no poco a la hora de experimentar nuestras meteduras de pata en la vida. Primero nos dice con toda sencillez que aquellos hombres, los Doce, que eran tan importantes en el plan de Jesús, no siempre le entendían: -“¿A quién se refiere con ‘Hijo del hombre’? ¿Qué significa eso de que ‘tiene que padecer’? Pienso que a menudo deberíamos que dar gracias a Dios por no desanimarse con nosotros, por su paciencia; pues seguramente con nosotros le ocurrirá a menudo lo mismo:  nos dice cosas, nos las explica claramente... pero no le entendemos, ni poco ni mucho. O no le queremos entender.
Qué maravillosa es la paciencia de Dios. Dios sabe ‘padecernos’, porque nos ama. “Yo no he necesitado perdonar”, explicaba san Josemaría, “porque el Señor me ha enseñado a amar”. Por así decir, Dios no necesita perdonarnos. En cambio nosotros sí necesitamos su perdón, su curación, el consuelo de su perdón, sin el que el hombre nunca llega a perdonarse del todo a sí mismo.
Pero sigamos. Otra cosa que señala el evangelista es que aquellos hombres temen preguntarle a Jesús, pedirle la explicación. No entienden, pero tampoco parece que estén dispuestos a decir que no entienden. Quizá tienen tienen miedo a quedar mal; y, por no quedar mal, se quedan sin saber. Es absurdo, pero nos puede  pasar a todos. Otra debilidad de la que podemos sacar, tal vez, alguna lección.
Y la última: en plena manifestación de falta de entendederas y de sencillez, se ponen a discutir sobre quién es más importante (en muchas discusiones, eso es en el fondo de lo que se trata, por eso no se llega a nada).
Jesús, con una enorme delicadeza, les da y nos da una lección maravillosa: coloca aquel niño en medio, le abraza y les explica que ese niño es el importante: el que no es importante es el importante para vuestro Dios, precisamente por ser más débil, por valerse menos. Porque, para Dios, el valor de la persona no radica en su poder –como para nosotros-, sino en lo que la persona es: su hijo. Así que el menos fuerte es el que más le emociona y por le preocupa, el que más le importa: el más importante.
¡Lecciones de humildad, de sencillez! La mayor parte de las discusiones, de las ambiciones, de las tensiones… son choques de poder, de falso poder, de reivindicación del yo y su importancia. El poder de Dios, en cambio, es tan nítido, que él no necesita reivindicarlo, y así es todo amor, todo caridad. Y nosotros nos parecemos a él – y no nos olvidemos de que somos más hombres cuanto más nos parecemos a Dios- cuando le imitamos en la humildad.