lunes, 15 de julio de 2013

"Anda, ve y haz tú lo mismo"



¿Quién nos enseñará la verdad del bien y el mal?
   La cuestión que el doctor de la ley plantea a Jesús sobre la jerarquía de los mandatos morales y la cuestión de a quién hay que considerar propiamente como prójimo, la resuelve el Señor con el sencillo y elocuente ejemplo de aquel viajero apaleado y tirado en la cuneta, del que nadie, excepto un samaritano, un extranjero no judío, se compadece lo suficiente como para salvarle... "¿Quién te parece que actuó como 'prójimo' o 'pariente' de aquel pobre hombre?", le pregunta a modo de conclusión. "Pues, anda y haz tú lo mismo y descubrirás quién es tu prójimo". 

   "Esta ley que hoy te propongo -decía la primera lectura de hoy- no está en el cielo empíreo de modo que puedas excusarte pensando '¿y quién me  la podrá acercar para que la conozca?', porque mira: está cerca, está en tu corazón". La ley moral tiene ciertamente su fuente en Dios-nos dice-, pero está también inscrita en tu corazón: mira tu conciencia con sinceridad y lo encontrarás. Para los musulmanes, el Corán es un libro escrito hasta la última tilde en el cielo, que baja, es entregado al profeta... Para la revelación, la ley moral procede ciertamente de Dios, pero está inscrita en el corazón y en la razón humanas.

"Haz tú lo mismo"
   El Señor señala la propia conciencia como guía, cuando no está oscurecida, e invita a descubrir su objetividad precisamente al ver que cualquiera juzgaría como él en ese caso. E, inmediatamente, el mandato práctico, característico del juicio moral: "Hazlo", no le des vueltas, no te limites a teorizar. 

   "Hazlo". Este imperativo del Señor conmueve más leído hoy, precisamente a los pocos días de que el papa Francisco tomase el avión para presentarse en la isla de Lampedusa, y celebrara allí una "misa de conversión" por todos esos deshechos humanos que se han estrellado en sus costas, leyendo como lectura el diálogo de Caín con Yahveh sobre su hermano Abel: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?". La respuesta afirmativa de Dios a esta desafiante pregunta quedó entonces en aire hasta que Él mismo se hizo Hombre por nosotros, para ser el guardián de su hermano... su redentor.  Ahora el Papa nos lo repite: hazlo tú también ¡No a la globalización de la indiferencia!

   Es verdad que el gesto del Papa tiene algo de didáctico, pero también es de corazón. Además, es la didáctica del evangelio. Es otro modo de Magisterio, una especie de encíclica gestual, que responde a aquello que la encíclica escrita de Benedicto XVI (Deus caritas est) decía con palabras: "La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios, celebración de los Sacramentos y servicio de la caridad. Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia". 

   La misericordia es parte de la acción de la Iglesia, porque es parte del anuncio del Amor de Dios. Ve y haz lo mismo... Es cierto que la misericordia va más allá de las necesidades puramente corporales; pero eso no quita la verdad ni la fuerza al gesto, porque las necesidades corporales son signo y parte de las espirituales. El Señor lo pone en relación con el Amor de Dios, con el amor a él: como si nos dijera: si me queréis de verdad, quered también a estos... 

¿Qué hemos de hacer nosotros?
   Nosotros no somos misioneros ni dedicamos nuestra vida a esa actividad fuera del trabajo y demás ocupaciones. Pero lo interesante es que cuando asumimos como propia esta misión de la Iglesia, eso empieza a condicionar un poco nuestra vida: nuestros gastos, el modo de trabajar, la educación que dais a vuestros hijos, la valoración que hacéis de las virtudes respecto al lucro o la comodidad. La ley económica exige desde luego el consumo, pero si convierte también en ley moral -ley del bien de la persona- llegamos al dispendio de recursos, a la fábrica hundida en Bangladesh, a las desigualdades escandalosas, al desprecio de las personas, a la explotación.  Si de verdad asumimos esa tarea, esa asunción interior -que es pobreza de espíritu, desprendimiento cristiano, moderación propia de hios de Dios- no nos dejará igual en cuanto al uso de los bienes, al trato de la miseria… porque eso sería como pasar de largo ante el apaleado y olvidado en la cuneta: la  globalización de la indiferencia.

   Esto que os digo es perfectamente compatible con que disfrutéis de unas buenas vacaciones, eh; ojalá sea así para todos vosotros. O con que os guste la ropa, o penséis en la seguridad del futuro de vuestra familia… pero no os olvidéis de los que sufren, no del todo. Y no dejéis de preguntaros por ellos y si no podríais con un poquito de sobriedad  aliviar a alguien. No dejéis de ejercitaros en el dominio del capricho, de vivir el desprendimiento voluntario, en la modestia y contención en los gastos personales y en la magnanimidad con que os ocupais del bien del mundo entero. Como Jesús, aprendamos a ser ricos de espíritu, pobres en el alma.

lunes, 8 de julio de 2013

Paz



En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros (Del capítulo 10 del evangelio de san Lucas)
 Hoy quiere la liturgia que hablemos de los dones mesiánicos -la paz, entre ellos-, tanto en el anuncio de Isaías que hemos escuchado, como en ese momento dulce de la vida del Señor que nos describe el evangelio, que fue la primera misión, llevada a término por los setenta y dos discípulos que envió a preparar su camino. Hay en la narración un punto de euforia, y no tiene porqué sorprendernos: ¡Dios es siempre vencedor y el bien tiene en él la última palabra! El evangelio es evangelio, buena nueva. Y si es verdad que nos habla a menudo del misterio del sufrimiento, o de las derrotas y las dificultades, también nos habla del poder de Dios, que llena de alegría el corazón. La omnipotencia de Dios es nuestra esperanza, como escribió B16.
Ante todo decid: "Paz a esta casa"
"Cuando entréis en una casa, decid ante todo: ¡paz a esta casa!"; o sea, cuando proclaméis el evangelio, anunciad la paz, sembrad la paz, dad la paz. "No como el mundo la da os la doy yo", dice en otra ocasión. Efectivamente, "Shalom" es el saludo habitual entre los judíos. No me refiero -viene a decirles Jesús- simplemente de que saludéis a la gente con la paz, sino que seáis gente de paz, gente que da la paz, que siembra paz. "Bienaventurados los que pacifican, porque serán conocidos como 'los hijos de Dios'"; dirán de ellos: 'mira, ahí va un hijo de Dios, uno de su familia'... Sembrar paz: en el corazón de nuestros amigos, entre jefes y súbditos, entre naciones, entre culturas, en el ámbito político... 
Pero, ¿es posible realmente la paz?  Cuando se piensa friamente, uno tiende a pensar que no. Y no sólo por la presencia del pecado, del rencor, el abuso, la injusticia, sino incluso por la simple contraposición de intereses, y por el inevitable vacío interior que produce una inevitable ansiedad del alma, ya que "nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro corazón se siente inquieto mientras no descansa en ti...", dice san Agustín. O, como cantan los de U2:
I have climbed highest mountain
I have run through the fields
I have scaled these city walls
But I still haven't found what I'm looking for.

Danos tú la paz
¡Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz!, cantarán estos dentro de un rato: la paz del corazón. No es ya la paz de todas las cosas, en todo el mundo; pero es el comienzo. Es el don mesiánico, el que llevan dentro de sí los convertidos al Reino:  “La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo”Y entonces sí: cuando entréis a una casa, anunciad: paz a esta casa, a esta familia, a estos amigos, a este pueblo. Señor, danos la paz para que llevemos la paz.
“En el mundo tendréis tribulaciones, pero confiad: yo he vencido al mundo”, les dice el Señor. San Josemaría afirmaba que sin lucha interior no podía haber paz. La paz verdadera sólo puede ser fruto de del triunfo de la justicia, no de la opresión; y la paz espiritual no viene sin luchar contra el mal: "la paz es consecuencia de la guerra", de la guerra contra el mal. El que no opone ninguna resistencia acaba dominado. Es preciso luchar contra el mal que nos pretende ahogar, contra el mal que sufren nuestros hermanos, oponerse al reino del pecado: "¡venga tu Reino!". Y hay que empezar por uno mismo: vencer la pereza, vencer el egoísmo, vencer la curiosidad, vencer el egocentrismo, el amor propio. "Empieza la purificación por mi santuario", dice Yahveh en Ezequiel al ángel vengador.
..."Pero, ¡confiad!". Hay que pelear contra el mal, pero también contra la desesperanza y el desánimo. “En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo”. ¡Danos la paz! Danos tu paz: la confianza en tu poder, en tu bondad, en tu vocación, en tu voluntad, en tu sabiduría. "No como la da el mundo os la doy yo...": esa paz no existe en realidad, ni puede existir ahora. Pero sí tendréis paz en tu interior, en tu relación con Dios y tus hermanos; y serás capaz de darla dondequiera que vayas.