¿Quién nos enseñará la verdad del bien y el mal?
La cuestión que el doctor de la ley plantea a Jesús sobre la jerarquía de los mandatos morales y la cuestión de a quién hay que considerar propiamente como prójimo, la resuelve el Señor con el sencillo y elocuente ejemplo de aquel viajero apaleado y tirado en la cuneta, del que nadie, excepto un samaritano, un extranjero no judío, se compadece lo suficiente como para salvarle... "¿Quién te parece que actuó como 'prójimo' o 'pariente' de aquel pobre hombre?", le pregunta a modo de conclusión. "Pues, anda y haz tú lo mismo y descubrirás quién es tu prójimo".
"Esta ley que hoy te propongo -decía la primera lectura de hoy- no está en el cielo empíreo de modo que puedas excusarte pensando '¿y quién me la podrá acercar para que la conozca?', porque mira: está cerca, está en tu corazón". La ley moral tiene ciertamente su fuente en Dios-nos dice-, pero está también inscrita en tu corazón: mira tu conciencia con sinceridad y lo encontrarás. Para los musulmanes, el Corán es un libro escrito hasta la última tilde en el cielo, que baja, es entregado al profeta... Para la revelación, la ley moral procede ciertamente de Dios, pero está inscrita en el corazón y en la razón humanas.
"Haz tú lo mismo"
El Señor señala la propia conciencia como guía, cuando no está oscurecida, e invita a descubrir su objetividad precisamente al ver que cualquiera juzgaría como él en ese caso. E, inmediatamente, el mandato práctico, característico del juicio moral: "Hazlo", no le des vueltas, no te limites a teorizar.
"Hazlo". Este imperativo del Señor conmueve más leído hoy, precisamente a los pocos días de que el papa Francisco tomase el avión para presentarse en la isla de Lampedusa, y celebrara allí una "misa de conversión" por todos esos deshechos humanos que se han estrellado en sus costas, leyendo como lectura el diálogo de Caín con Yahveh sobre su hermano Abel: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?". La respuesta afirmativa de Dios a esta desafiante pregunta quedó entonces en aire hasta que Él mismo se hizo Hombre por nosotros, para ser el guardián de su hermano... su redentor. Ahora el Papa nos lo repite: hazlo tú también ¡No a la globalización de la indiferencia!
Es verdad que el gesto del Papa tiene algo de didáctico, pero también es de corazón. Además, es la didáctica del evangelio. Es otro modo de Magisterio, una especie de encíclica gestual, que responde a aquello que la encíclica escrita de Benedicto XVI (Deus caritas est) decía con palabras: "La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios, celebración de los Sacramentos y servicio de la caridad. Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia".
La misericordia es parte de la acción de la Iglesia, porque es parte del anuncio del Amor de Dios. Ve y haz lo mismo... Es cierto que la misericordia va más allá de las necesidades puramente corporales; pero eso no quita la verdad ni la fuerza al gesto, porque las necesidades corporales son signo y parte de las espirituales. El Señor lo pone en relación con el Amor de Dios, con el amor a él: como si nos dijera: si me queréis de verdad, quered también a estos...
¿Qué hemos de hacer nosotros?
Nosotros no somos misioneros ni dedicamos nuestra vida a esa actividad fuera del trabajo y demás ocupaciones. Pero lo interesante es que cuando asumimos como propia esta misión de la Iglesia, eso empieza a condicionar un poco nuestra vida: nuestros gastos, el modo de trabajar, la educación que dais a vuestros hijos, la valoración que hacéis de las virtudes respecto al lucro o la comodidad. La ley económica exige desde luego el consumo, pero si convierte también en ley moral -ley del bien de la persona- llegamos al dispendio de recursos, a la fábrica hundida en Bangladesh, a las desigualdades escandalosas, al desprecio de las personas, a la explotación. Si de verdad asumimos esa tarea, esa asunción interior -que es pobreza de espíritu, desprendimiento cristiano, moderación propia de hios de Dios- no nos dejará igual en cuanto al uso de los bienes, al trato de la miseria… porque eso sería como pasar de largo ante el apaleado y olvidado en la cuneta: la globalización de la indiferencia.
Esto que os digo es perfectamente compatible con que disfrutéis de unas buenas vacaciones, eh; ojalá sea así para todos vosotros. O con que os guste la ropa, o penséis en la seguridad del futuro de vuestra familia… pero no os olvidéis de los que sufren, no del todo. Y no dejéis de preguntaros por ellos y si no podríais con un poquito de sobriedad aliviar a alguien. No dejéis de ejercitaros en el dominio del capricho, de vivir el desprendimiento voluntario, en la modestia y contención en los gastos personales y en la magnanimidad con que os ocupais del bien del mundo entero. Como Jesús, aprendamos a ser ricos de espíritu, pobres en el alma.
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