miércoles, 28 de marzo de 2012

Cristo y el trigo



(Cuar 5 b (2012) El grano de trigo que muere y da fruto)
Hoy tenemos la famosísima comparación que Jesús hace de sí mismo con el grano de trigo, que si no muere queda infecundo; en cambio, cuando muere caído en tierra y enterrado, y aparentemente fracasa, es cuando realmente da fruto y se multiplica. Es difícil no evocar esta imagen cuando dentro de unos momentos vamos a repartir entre nosotros precisamente el pan, que es Cristo.
Con esta imagen, el Señor te recuerda que la vida de un cristiano nunca es inútil, siempre da fruto aun cuando no lo parezca, y su vida se multiplica en otros y continua viviendo en ellos para gloria del que los engendró.
Jesús pronunció estas palabras tras su llegada a Jerusalén, al término de aquel viaje que acabó con su juicio, condena y ejecución (Por eso se lee ahora, porque el domingo próximo, Domingo de Ramos, haremos ya memoria de la Sagrada Pasión del Señor). De esta manera les anticipó una explicación del drama que iban a presenciar –y en parte, vivir-, y que ellos en ese momento no comprendían ni estaban en condiciones de entender. Cuando ocurra esto –les viene a decir el Señor-, sabed que mi fracaso sólo lo será en apariencia, como el fracaso de un grano de trigo, o de cualquier semilla: “justamente se malogra cuando no cae en ‘tierra buena’, sino ‘entre espinas, en terreno endurecido o pedregoso’”.
En el s II, un escritor cristiano le escribió al emperador, en plena persecución, diciéndole: “mira, la sangre de los mártires a los que condenáis a muerte está siendo semilla de nuevos cristianos”.
En general, es una gran verdad de la vida el hecho de que florece lo que se da, se gana lo que se entrega; y que el mejor modo de perder algo es no hacer nada con ello. ‘Dad y se os dará’. El tacaño no recibe nada, el egoísta produce rechazo, el vago provoca que nadie le quiera ayudar y el orgulloso consigue que nadie le dé consejos…
Es verdad que al dar no siempre se recibe. Pero es que, en realidad, nunca hay que hacerlo por eso, porque entonces uno, en realidad, no está dando: se pudre la donación. La clave está en dar con alegría, hacer el bien porque es bello, porque es lo bueno, porque es lo que quiero, con independencia de cómo me lo paguen los demás.
Y, además de nuestra conciencia, a Dios, que todo lo ve, siempre le emocionaremos, siempre nos lo premiará: ‘tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. Aunque el mayor premio es él, como le dijo santo Tomás a Jesús cuando éste le preguntó qué recompensa quería: “Nada que no seas tú”, le respondió.
También ocurre lo mismo con los esfuerzos que hacemos por dominar el mal genio, o por ser disciplinado en la tv, en la bebida, en el juego, en el estudio… pueden parecer en un primer momento una negación, pero no lo son. Son, como decía san Josemaría al hablar de la pureza, una ‘afirmación gozosa’.
Darse, gastar la vida, morir y dar fruto como el grano de trigo... Como decía el titular de nuestra parroquia, san Josemaría: Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón
El Señor nos ha precedido en dar la vida por la salvación. Aprendamos nosotros también a no medirnos demasiado, no ser tan calculadores del propio interés.

martes, 6 de marzo de 2012

¡Dame a tu hijo!




Cuar 2 b Sacrificio Abrahán y Transfiguración
Ya sabéis que la Iglesia llama a Abrahán “nuestro Padre en la fe”. Es un título que se ganó a pulso. Él fue el primero a quien se manifestó Dios personalmente. Le amó y le colmó de regalos y de amistad. Pero también le pidió a cambio; le pidió muchísimo.
Le pidió ante todo que saliera de su casa y de aquella ciudad -de aquella civilización politeísta- donde vivía cómoda y holgadamente y que se fuera a otro lugar que desconocía, que viviera como nómada. Como a nosotros. Le pidió que confiara en la paternidad, que sería bendición para toda la humanidad. Pero lo más duro de su vida fue la petición que hemos leído de sacrificar a su hijo, a su único hijo: el hijo de la promesa. Una petición asombrosa, que a duras penas se podría no considerar absurda y contradictoria. “Sacrifica a tu hijo; dámelo”. Abrahán, dolorido (que no dolido) y desconcertado, pero con fe, reconoce el derecho de Dios, y se lo entrega.
El capitán Mendoza, de La Misión, sólo siente que ha hecho penitencia cuando se pone en manos de uno de los indios a los que había maltratado para que lo degüelle, si le parece. Le parece justo que lo haga. Sólo entonces se sabe perdonado... y alegre, liberado.
Dios le pide a Abrahán que llegue hasta el extremo porque eso mismo va a hacer Él por los hombres, por el propio Abrahán y su descendencia: les entregará a su propio Hijo, el Unigénito, “mi amado, mi preferido”. Cuando Abrahán va a golpear al chico (que también acepta el sacrificio, confiando en su padre) se apresura a detenerle y abrazarle como a un amigo; un amigo para siempre: “mira las estrellas del cielo, cuéntalas si puedes… así será tu descendencia”, contigo puedo contar, porque tú fe es plena y sin fisuras. “Nuestro Padre en la fe”, se le llama en el Canon romano: patriarca nuestro, pero también espejo de entrega, de fidelidad, de amistad a muerte con Dios.
Nosotros podemos tener más o menos fe en el futuro, pero sobre todo él nos pide que tengamos fe en su persona, en su amor; que por encima del futuro, del pasado y del presente, nos fiemos siempre de él, de su amor, de su bendición.
Dios en cambio no se reservó a su propio Hijo -“mi amado, mi unigénito”-, lo entregó por nosotros, nos lo entregó a nosotros: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”… “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, cómo no nos dará en él todo”.
El sentido de la Cuaresma no se termina en un ayuno, en la aspereza, en un fuerte ejercicio de sobriedad y templanza. Es sobre todo una llamada a devolver Amor a quien nos ha creado y nos salva de nuestros enemigos, al Amor que puede salvar el mundo.
¿Qué me pide este año Dios que le sacrifique, que le entregue? Hoy sería un buen día para hacerlo.

lunes, 5 de marzo de 2012

Comenzar por la soledad




Cuar 1 Jesús en el desierto
Jesús sufre la tentación: al hacerse realmente hombre, Dios sufre el acoso de Satanás, como todos los hombres; como Adán y Eva en el Paraíso; como cada uno de nosotros. Nos lo recuerdan al comienzo de la Cuaresma, que no deja de ser como una narración del comienzo de todo, de la Historia de la humanidad.
Así, pues, el Hombre y cada hombre, es acosado por esta realidad misteriosa y maligna, por este personaje, que es real, y por el resto de sus partidarios, rechazados por Dios (o mejor, al revés) al Principio de todo. Rechazado por un Dios a que no conoce ni puede ver. Un Dios al que desprecia y al que desea dañar; cosa que intenta conseguir acosando a su otra creación: el mundo y el hombre. Él es homicida desde el principio, afirma Jesús. También dice de él que es padre de la mentira, el gran mentiroso.
Satanás ha sido vencido definitiva y radicalmente por Cristo: se ha  terminado su poder, el poder de las tinieblas. Ha sido vencido, pero el hombre es incitado por Satanás, está aún a su alcance -como antes de la caída- mediante la mentira. Y también mediante el poder que conserva sobre acontecimientos y sobre las personas que aceptan su seducción. Esa es su fuerza; nuestra debilidad es su fuerza.
Por eso suele enseñarse en la catequesis que los enemigos del hombre son tres: el mundo, el demonio y la carne; no sólo el demonio. Aparte de él está impulso que recibimos de otros, de sus incitaciones, de su mal ejemplo... de sus escándalos (no solamente sexuales, también intelectuales, o de liderazgo…). Y la carne: nuestra debilidad ante lo placentero, que nos empuja a la traición: a desentendernos del dador de los bienes, a abusar sin más de esos bienes, a usarlos incluso contra los demás. Ocurre esto en la comida, en la bebida, en el sexo, en el uso del dinero, de los bienes en general: los coches, las casas, los objetos, las oportunidades…
Satanás existe y se sirve del mundo y de la carne, del bien creado. Es una especie de providencia, pero en negativo. De igual modo que Dios es capaz de servirse de cualquier cosa, incluso del mal, para sacar un bien, así el demonio es capaz de servirse de cualquier cosas, incluso del bien, para sacar un mal.
Por fortuna existe también el ángel que sirve a Jesús, al Hijo; existe la oración: la Providencia, el Padre que escucha ese “líbranos del mal, no nos dejes caer en la tentación”.
Pero tiene que ir unido a la serena fortaleza de rechazar nítidamente el mal: no sólo de pan vive el hombre… Usando sobre todo la propia Palabra con que Dios nos ha dado su fuerza; también las luces de su esposa la Iglesia. Luces que brillan siempre en nuestra conciencia formada por la gracia y por su palabra.