jueves, 7 de febrero de 2013

Un Himno al amor verdadero



Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha 
(Primera epístola a los corintios, cap 13. Domingo 3 del Tiempo Ordinario C)
Ya veis cómo la homilía de Jesús en su pueblo, en Nazaret, no terminó bien. ¿Qué ocurrió para que se suscitara esa agria discusión con sus paisanos? Tal vez podamos intuir la razón en esa parte de diálogo: “seguro que me aplicáis el refrán… haz aquí lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Tal vez aquellos oyentes estaban más interesados por verle realizar un prodigio que en entender lo que les estaba revelando sobre su persona. Lo mismo que nos ocurre a nosotros: nos interesa más que Dios realice lo que le pedimos, que oír lo que tiene que decirnos. Jesús se asombra de su poca fe y precisamente esa falta de fe le impide realizar lo que están esperando con tanta ansia… ¡Paradojas de la fe! 
Pero hoy nos ha llamado la atención la lectura del capítulo 12 de la primera de san Pablo a los Corintios. Es un texto bastante conocido, impresionante por su elocuencia. Unas consideraciones sobre la caridad, hechas a propósito de los carismas -los dones- que Dios repartía por entonces a aquellos recién convertidos.
Aunque tuviera una gran fe, aunque repartiera todos mis bienes, aunque tuviera dotes para enseñar a los demás… Aquellas personas, a las que Pablo casi no había tenido tiempo de instruir, recibían una ayuda especial del Espíritu santo para construir la iglesia naciente, pero también estaban expuestos a la vanidad, a la rivalidad, a la exageración, al fingimiento… y san Pablo les señala un “camino” mejor de edificar la Iglesia; les ofrece sutilmente una “piedra de toque”, un criterio para discernir, un “carisma” o un don, que supera a los demás y sin el que los demás no sirven para nada: si os falta entre vosotros la caridad –les dice-, ¿de qué me sirven vuestros talentos?
Todo esto nos puede producir admiración o emoción (sobre todo si se traduce “caritas” por “amor”), pero dejarnos fríos, en cuanto que estamos lejos de esos “carismas” de la “profecía”, las “lenguas”, etc. Pero veamos: apliquémoslo a nuestros talentos, a nuestros valores, a nuestros principios, a nuestra posición. Pensemos en esos dones que sí nos hacen considerarnos afortunados, , más o menos útiles, valiosos; metas a las que aspiramos en la vida: de trabajo, de posición… cosas ciertamente buenas, convenientes. Y oigamos ahora a san Pablo: “Sí, pero si no sabes querer, si no eres capaz de darse,  si no te preocupas más que por tu familia, si sólo estás interesada en que triunfen tus hijos…” Ahí tienes que aplicar ahora a san Pablo.
De otro lado, aunque sea bueno pensar qué hacemos a nivel de cooperación con los males del mundo, de los necesitados,  pero bajemos un poco también el punto de mira; piensa en la gente que tienes a tu lado: tu mujer, tu padre, tu hijo, el oficinista, el adversario, en empleado, el jefe…Tienes a tu lado gente. Por qué no ir directamente a por ello: a amar, a querer, a cuidar, a escuchar, a ayudar, a aguantar, a servir… ¿Por qué no levantarme por la mañana y preguntarme: qué es lo principal que voy a hacer hoy, para responder “querer a mi hijo, servir en casa, ayudar a la gente en la oficina, tratar bien a los que circulan conmigo por la calle”?
Y cuidar el lenguaje. ¿Por qué insistir tanto? ¿Por qué desesperarnos por nimiedades? Por qué creer que nuestros hijos son unos disminuidos a los que hay que hablar siempre recordando que todo son torpes, no como nosotros? ¿Por qué hablar a mis padres como si no les debiéramos nada? Por qué pasar completamente de ese empleado al que nunca le he preguntado? ¿Por qué dar un bufido a un subordinado en vez de interesarnos por su familia o por si le pasa algo? ¿Por qué criticar lo que hacen los políticos, quejarnos de los jueces, de los periodistas, de los emigrantes, de los curas… y no cumplir nuestro deber o cumplirlo por los pelos y sin una visión de servicio a todos, sino encerrándome en lo que la autocomplacencia?
Lo bonito de este himno es que desciende a una descripción psíquica maravillosa de las consecuencias de la caridad en el corazón, que nos puede servir casi como una pauta de examen de conciencia…
Hermanos míos: no es el amor una cualidad con la que soñar; no es la caridad una virtud para alabar en las misioneras de la Caridad: es el supercarisma, lo que vale más que todos tus talentos, con los que podrías servir al Señor. Hay que probarla. Podemos hacer esta prueba, levantarnos y decir: voy a vivir la caridad, voy a ponerla en el centro de mi vida, de mi pensamiento. Te aseguro que darías un vuelco insospechado a tu vida. Y serías feliz.


2 comentarios:

Regi dijo...

Tarea de permanente conversión... Gracias

Regi dijo...

Tarea de permanente conversión... Gracias