Simón contestó:
- «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
- «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
(Del capítulo 5 del Evangelio de San Lucas)
To 5C 2013
Dos vocaciones: Isaías
y Simón Pedro
Hoy nos presentan las
Escrituras dos elecciones de Dios, dos invitaciones divinas o, como solemos
decir nosotros, dos vocaciones. Una de ellas está en el origen del ministerio
del profeta Isaías (que vivió la segunda mitad del s. VIII aC). La otra está se refiere a Pedro, la roca escogida por
Jesús para fundamentar la Iglesia. Hay bastantes diferencias entre ambas,
aunque la liturgia las coloque hoy aquí juntas con toda intención. En efecto,
la elección que Yahveh hace de Isaías ocurre en medio de una visión
sobrecogedora del mundo divino; la elección de Pedro, en cambio, ocurre a
orillas del lago, a propósito de un suceso –una pesca extraordinariamente
efectiva- cuyo carácter divino apenas lo percibe nadie, excepto los
interesados. Dios llama de muchos modos… También ahora. Dios necesita gente que
haga cosas, mucha más gente de lo que tendemos a pensar. Y se revela y llama.
Seguro que a algunos de los que estáis aquí.
A quién llama Dios
En medio de las muchas
diferencias entre ambos sucesos, se pueden apreciar dos cosas en que coinciden:
tanto Isaías como Pedro, cuando perciben que la mirada divina se ha fijado en
ellos, se ven inmediatamente inapropiados para la revelación y para la misión que intuyen que lleva implícita.
Isaías se horroriza al considerarse “un hombre de labios impuros”, sucios,
manchados. No tiene sentido ponerse a hablar en nombre de Dios: nadie le escuchará,
a nadie le parecerá coherente (al menos, así piensa él mismo). Pedro, por su
parte, con ocasión de la pesca maravillosa, percibe en Jesús un algo divino, que
también le sobrecoge. Piensa que Jesús se equivoca al introducirle en su misión
y se lo dice con plena humildad: no te equivoques respecto a mi persona, yo no
soy más que un pecador. Pero Jesús parece conocerle más de lo que él piensa:
“No temas”, le dice, “no me estoy equivocando contigo y sé perfectamente quién
eres…”
Este contraste entre la
llamada y las expectativas del hombre es casi una constante en la Escritura. La
llamada siempre tiene algo de sorprendente e inesperado, y es precisamente este
carácter una de las pruebas de su autenticidad: no es un capricho del hombre,
no hay una inclinación previa –como en lo que s suele llamar, por ejemplo
“vocación” profesional-. Ese carácter sorpresivo de la llamada a la tarea,
refleja también el carácter no del todo natural de aquello que pide. Mientras que el que los interesados
encuentren el obstáculo de su impureza, de su pecado, indica a su vez -tal vez-
que Dios escoge para lo que necesita instrumentos no diré inapropiados (sólo él
puede saber eso), pero sí desproporcionados. Os conviene tenerlo presente.
Cuando os elige, no lo hace porque seáis especialmente listos, ni siquiera
especialmente buenos. Y, aunque desde luego no cabe pensar que lo haga
arbitrariamente, tampoco podríamos afirmar que es por esto o por aquello. Como
en tantas cosas, “Dios sabe más”, Dios sabe el por qué.
A qué llama Dios
La llamada es una
elección para una misión. Una llamada que es revelada de algún modo a su
destinatario, para así pueda “responder”: pueda comprometerse con ella y poner
su parte en su realización. Ser cristiano es ya una elección y una misión, por
eso también una vocación genuina, a la que en algunos momentos de la vida hay
que responder personalmente y comprometidamente. Pero además de esa vocación,
que todos vosotros habéis recibido, Dios os llama en el corazón a muchos de a
que realicéis alguna misión concreta, o a que le entreguéis algo de vuestro ser.
Cómo percibir la
vocación
Claro que la revelación
de la propia vocación sólo se percibe en un clima espiritual de oración –de
familiaridad con Dios- y de honradez, de seguridad en que él sigue pasando
junto al lago, o sea de una fe viva. Si uno no cree, tampoco escucha, excepto
si tocan las trompetas del juicio… pero Dios no obra de ese modo; quiere amigos
y gente libre que le siga, no esclavos atemorizados. “Cuando te venga la
inspiración, que te encuentre trabajando”, decía un pintor muy famoso. Cuando
el Señor te busque –te digo yo-, ojalá pueda encontrarte preparado. No estés
dedicado a tus egoísmos, dormitando en tus vicios, sordo ante lo sobrenatural
por tu falta de trato con Dios.
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