(1 de marzo 2015 2Dom cuaresma
Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: - «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Ellas.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
- «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.»
(Del capítulo nueve del evangelio de san Marcos)
Este es mi Hijo, tu salvador
Este suceso de la vida de Jesús, que a nosotros nos puede parecer simplemente llamativo o curioso debió ser muy importante para los discípulos; tal vez incluso decisivo. Porque en él les fue revelada la identidad de Jesús: Dios mismo daba testimonio de aquel Hombre, al que llamaba Hijo. A mi, cuando Juan Pablo II incluyó este suceso entre los misterios luminosos del santo Rosario, se me abrieron los ojos al respecto. Oyen la voz de Dios, de ese Padre, como les enseñó Jesús a llamar a Dios. Pues Dios es Padre, es Creador y Padre: fuente y origen de todo, y Padre del hombre: "Cuando oréis, decid: Padre..", les enseña Jesús. Como si dijera: tratadle así, así le gusta ser considerado por vosotros. ¿Qué bonito es rezar el Padrenuestro al celebrar la Eucaristía, justo después de que él -Jesús- se haya hecho presente de un modo tan particular, como alimento. Está ya él, vamos a recibir el don, el Pan del cielo, y rezamos juntos: Padre nuestro…
Pues bien, ese Dios, del que nos había revelado su identidad paterna, habla de pronto, se manifiesta en una voz audible, misteriosa. ¿Y qué les dice? "Este hombre al que seguís, a quien habéis aprendido a amar, en quien tanto confiáis… es mi Unigénito, mi Hijo propiamente dicho, el único que he engendrado en la eternidad, de mi propia naturaleza, Dios como yo: escuchadle… "Dios de Dios, Luz de Luz; engendrado, no creado: de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho. Que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación…". Jesús: te adoro, te adoramos. Gracias por estar con nosotros, y por haberte convertido en nuestro hermano.
El Moria y el Tabor
Esta liturgia de hoy nos pone la subida a este monte del Tabor en paralelo una otra montaña, que aparece en los relatos más antiguos de la Biblia, el monte Moria: la montaña donde –de un modo totalmente desconcertante- Yavé pidió a Abrahán que sacrificara a su hijo Isaac. Terrible pasaje, porque aunque es cierto que ni siquiera existía entonces el decálogo, además de que se trate de una prueba, y no permite al final que lo mate. ¡Pero queda un interrogante terrible flotando en la historia…! La respuesta no llega hasta la perspicacia de san Pablo: "el que no perdonó a su propio hijo, cómo no nos va a escuchar?" Dios "perdona" a Abrahan el sacrificio que había concebido en su mente, pero él no "se perdonó" la entrega del Hijo... En tiempos de Jesús, el Moria se identificaba con monte Sión, del de Jerusalén (y la piedra del sacrificio, la que está actualmene cubierta por la mezquita de la roca). Así, pues, Dios no sólo nos reveló que Jesús es el Hijo a quien podemos escuchar, sino el que muestra también con su entrega el amor supremo, en quien podemos confiar plenamente. Cristo es el salvador porque es también el que realmente nos ama: "es que vosotros sois mis amigos", dirá en la última cena como explicación de su entrega a la muerte...
Estamos en la Cuaresma, y este el segundo paso de este Camino, después del relato del ayuno en el desierto. Así pues, lo primero, la penitencia y la tentación. Ahora, ¡el Salvador! Acerquémonos, por tanto, a él; encontrémonos con él, que vive siempre junto a ti. Sólo él te salvará, sólo él tiene palabras de vida eterna, ha dado la vida por ti. Enamórate. No es cuestión sólo de preceptos, es él.
Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: - «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Ellas.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
- «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.»
(Del capítulo nueve del evangelio de san Marcos)
Este es mi Hijo, tu salvador
Este suceso de la vida de Jesús, que a nosotros nos puede parecer simplemente llamativo o curioso debió ser muy importante para los discípulos; tal vez incluso decisivo. Porque en él les fue revelada la identidad de Jesús: Dios mismo daba testimonio de aquel Hombre, al que llamaba Hijo. A mi, cuando Juan Pablo II incluyó este suceso entre los misterios luminosos del santo Rosario, se me abrieron los ojos al respecto. Oyen la voz de Dios, de ese Padre, como les enseñó Jesús a llamar a Dios. Pues Dios es Padre, es Creador y Padre: fuente y origen de todo, y Padre del hombre: "Cuando oréis, decid: Padre..", les enseña Jesús. Como si dijera: tratadle así, así le gusta ser considerado por vosotros. ¿Qué bonito es rezar el Padrenuestro al celebrar la Eucaristía, justo después de que él -Jesús- se haya hecho presente de un modo tan particular, como alimento. Está ya él, vamos a recibir el don, el Pan del cielo, y rezamos juntos: Padre nuestro…
Pues bien, ese Dios, del que nos había revelado su identidad paterna, habla de pronto, se manifiesta en una voz audible, misteriosa. ¿Y qué les dice? "Este hombre al que seguís, a quien habéis aprendido a amar, en quien tanto confiáis… es mi Unigénito, mi Hijo propiamente dicho, el único que he engendrado en la eternidad, de mi propia naturaleza, Dios como yo: escuchadle… "Dios de Dios, Luz de Luz; engendrado, no creado: de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho. Que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación…". Jesús: te adoro, te adoramos. Gracias por estar con nosotros, y por haberte convertido en nuestro hermano.
El Moria y el Tabor
Esta liturgia de hoy nos pone la subida a este monte del Tabor en paralelo una otra montaña, que aparece en los relatos más antiguos de la Biblia, el monte Moria: la montaña donde –de un modo totalmente desconcertante- Yavé pidió a Abrahán que sacrificara a su hijo Isaac. Terrible pasaje, porque aunque es cierto que ni siquiera existía entonces el decálogo, además de que se trate de una prueba, y no permite al final que lo mate. ¡Pero queda un interrogante terrible flotando en la historia…! La respuesta no llega hasta la perspicacia de san Pablo: "el que no perdonó a su propio hijo, cómo no nos va a escuchar?" Dios "perdona" a Abrahan el sacrificio que había concebido en su mente, pero él no "se perdonó" la entrega del Hijo... En tiempos de Jesús, el Moria se identificaba con monte Sión, del de Jerusalén (y la piedra del sacrificio, la que está actualmene cubierta por la mezquita de la roca). Así, pues, Dios no sólo nos reveló que Jesús es el Hijo a quien podemos escuchar, sino el que muestra también con su entrega el amor supremo, en quien podemos confiar plenamente. Cristo es el salvador porque es también el que realmente nos ama: "es que vosotros sois mis amigos", dirá en la última cena como explicación de su entrega a la muerte...
Estamos en la Cuaresma, y este el segundo paso de este Camino, después del relato del ayuno en el desierto. Así pues, lo primero, la penitencia y la tentación. Ahora, ¡el Salvador! Acerquémonos, por tanto, a él; encontrémonos con él, que vive siempre junto a ti. Sólo él te salvará, sólo él tiene palabras de vida eterna, ha dado la vida por ti. Enamórate. No es cuestión sólo de preceptos, es él.
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