domingo, 24 de mayo de 2015

Miel para mis labios (El Decálogo del Sinaí)

(7 de marzo 2015 3Cuaresma B)
«Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alauna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen.
Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.
No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
Fíjate en el sábado para santificarlo.
Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades.
Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos.
Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.
Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.
No matarás.  No cometerás adulterio.  No robarás.  No darás testimonio falso contra tu prójimo.  No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.»

"Tus mandatos son mi delicia" (Salmo 118)
Dios ha sido tan bueno con su hijo, que no solamente ha grabado en su corazón la ley moral, sino que se la ha enunciado, para que sea siempre su luz y le guíe en el camino: el decálogo o como suelen llamarse Los Diez Mandamientos, que son –como dice el salmo- miel para mis labios. En realidad, todos tenemos la experiencia de la ley moral en el interior, y no necesitamos de ningún tratado ni código para pensar: "esto está mal". Y sin embargo, lo cierto es que cuando se trata de uno mismo, tendemos inexorablemente a justificarlo: no queremos vernos manchados por el mal. Eso lo conseguimos a veces rechazando su seducción, huyendo de mal; otras veces, en cambio, conseguimos un efecto parecido -un sucedáneo-, justificándonos: diciéndonos a nosotros mismos 'bueno, en caso no es tanto', o 'en realidad, no es exactamente mi caso'. Por eso decía que la prescripción de los mandamientos es un motivo de gratitud y bendición a Dios. Podríamos decir que en esa enumeración con nuestro propio lenguaje -honra a Dios, honra a tus padres, no adulteres, no robes, no mientas, no envidies…-, su Palabra se ha convertido en "luz para mis pasos", como dice también el mismo salmo.

Todos los mandamientos en dos
Se ha dicho confusamente que Jesús anuló los mandamientos al reducir la ley moral a dos: el amor a Dios y al prójimo. Y es cierto que hizo esa precisión, precisamente porque ahí es donde está la clave hermenéutica para entender los mandatos morales: no son sin más “leyes”, como los artículos de un código, que tal vez cumples, limitando así a la vez que limitas a unas fórmulas el bien que eres capaz de hacer: ¡el decálogo no es todo!: Pensad por ejemplo que el fraude puede no que no sea robar y sin embargo es un mal moral; la esclavitud no está en el Decálogo,  y es claramente inmoral…Habéis visto en el evangelio de hoy que vituperaban a Jesús diciendo que no amaba el Templo, porque no le importaría que fuese destruido. Y no era verdad; en cambio, sí que quería purificarlo. Lo mismo ocurría con la Ley de Moisés: amaba los mandamientos: pero decía: "si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino", no habéis entendido su clave, aunque seáis puntillosos en el análisis de los mandatos de la Ley. Porque no es sólo cuestión de no matar y no robar; es cuestión de amar: de amar al creador, de amar su obra, especialmente a su hijo, al hijo del hombre, tu hermano. Así, lo que nos enseña es que los mandamientos son base segura, 'luz para mis pasos'. Pero hay que ir a más, hay que caminar, hay que avanzar, hay que ahondar: Y caminar es progresar, afinar. ¿Progresar es quitar? Tal vez también. Pero en lo moral, progresar es sobre todo afinar: no quedarse con no hacer el mal, sino no perder el tiempo. No quedarse en no robar, sino en ser generoso. No quedarse en no adulterar, sino amar de verdad.

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