lunes, 7 de noviembre de 2016

Zaqueo. Ponerse al alcance de su mirada

(30 octubre 2016 30 To c)

"Entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: - «Hoy ha sido la salvación de esta casa..."
(Del santo evangelio según san Lucas 19, 1-10)
Historias de pecadores santos
Hoy el evangelio de San Lucas no nos presenta como últimamente una parábola, sino un suceso real de la vida del Señor: su encuentro con una persona singular llamado Zaqueo. Bien podríamos ser cualquiera de nosotros.  Se nos explica que era "jefe de publicanos". Ya hemos visto que los publicanos eran empresarios locales que se dedicaban a la recaudación de los impuestos por parte de los romanos. También san Mateo tuvo ese oficio. Además de lo odioso de su profesión, muchos de los que se dedicaban a ella eran corruptos o tenían conductas que hoy llamaríamos mafiosas. No tiene, pues, nada de extraño que se les considerase pecadores públicos. Pero también se nos dice en el evangelio que muchos de ellos se acercaron a escuchar al Señor y se sintieron removidos y esperanzados; de modo que alguna vez Jesús les advirtió a los fariseos: "Mirad: los publicanos y las prostitutas os preceden en el Reino..."
Precisamente hoy se nos cuenta una conversión de esas. Una conversión que arranca del encuentro con Jesús, un encuentro -por lo demás- casual, pero que aquel hombre no deja escapar. Yo al leerlo pensaba en nosotros, en las muchas veces que tal vez Jesús pasa muy cerca –espiritualmente hablando-, pero no lo aprovechamos. Nos invitan a hacer un retiro espiritual, por ejemplo, o a mantener una charla con un sacerdote, o a leer el evangelio, y ¿lo aprovechamos? Me temo que no siempre. No somos muy diligentes en las cosas de nuestra alma; y eso que son las únicas definitivas… Esos son los pecados de omisión de los que nos acusamos al comienzo de la misa, pecados que no consisten en hacer algo malo, sino de no hacer lo que sería nuestra salvación.
Ponerse al alcance de su mirada
Este hombre, Zaqueo, siente una curiosidad que luego se demuestra espiritual, interior. No una mera curiosidad vana o distante: “quería conocer a Jesús”, dice el evangelio… Su sorpresa fue que Jesús también conocerlo a él. Mejor: que Jesús le conocía. Cuando uno está en un concierto o un evento público y ve a los protagonistas, se emociona por su ídolo, pero sabe que él no es nadie para que su ídolo le hable y menos aún que le reconozca. A lo más, se acerca y le pide un autógrafo. El personaje tal vez le dice: ¿Cómo te llamas? Y el afortunado dice: ¡Le he tocado..! Aquí, en cambio, Zaqueo se da cuenta de que Jesús le conoce. Jesús nos conoce, sabe qué nos ocurre, qué nos pasa. Sólo está esperando a que le mires para decirte: deja que me hospede contigo, que tenemos que hablar.
Venir a ver a Jhs... A esta con él, a dejar que te mire y hable contigo. Y que te pueda decirte: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa", a este corazón.


El fariseo y el publicano. Sólo Dios es nuestra alabanza

(23 octubre 2016 Dom 30 to c)

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
- «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
"¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros..."
(Del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14)

Esta conocidísima parábola de Jesús sobre los dos hombres que se presentan a orar en el templo nos enseña que no debemos precipitarnos en el juicio moral que hacemos sobre los demás, ni fijarnos solo en la apariencia para hacernos una idea de cómo son las personas. También nos recuerda algo de gran trascendencia para la formación de la conciencia moral: que Dios mira el corazón, descubre lo más íntimo de nuestro ser, y allí valora o reprocha nuestra conducta como nadie en la tierra puede hacer. De ahí la importancia de la sinceridad y la profundidad que debería tener siempre la oración, sin las cuales no pasa de ser "golpeteo de latas"; y también la prudencia y moderación, la buena disposición propia con que hemos de mirar a los otros, desprendidos lo más posible de prejuicios…
También nos resulta interesante comparar la valoración que Dios hace de dos conductas de por sí buenas: la de esas obras buenas que realiza el fariseo, bien concretas y efectivas, en contraste con el acto de contrición del publicano, lleno de valentía, sinceridad; lleno, en el fondo de amor de verdadero amor, expresado en el dolor íntimo que sufre su alma. Al comentarlo, Jesús dice a sus oyentes que Dios apreció mucho su oración; más que la del fariseo. Y lo atribuye a la humildad ante Dios con que uno se presenta, en contraste con la autoexaltación de sí que hace el otro.
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Hermanos míos: no pretende Dios que nosotros, sus discípulos, nos mostremos siempre abatidos o como autoflagelantes. Por el contrario, hemos de sentirnos normalmente contentos y confiados, y alegres por el bien que hagamos, sabiendo que esa alegría también agrada a nuestro Padre. Pero una cosa es eso y otra muy distinta exaltarnos ante él, o incluso atrevernos a despreciar a los demás comparándolos con nosotros mismos, como si fuésemos el canon de la perfección moral.