domingo, 23 de marzo de 2014

Bienaventurado el que no se escandaliza de mi

Cuar 2 a Transfiguración
Hoy, en este segundo tramo del camino, que va tan rápido, se nos da cuenta de este episodio de la vida de Jesús, un tanto extraño (para nosotros): cómo toma a tres de los discípulos-apóstoles,  les invita a una especie "excursión" (tal vez se trate de subir al monte Tabor, o quién sabe si no fue al Monte Hermón),
y allí, mientras están adormilados, les ocurre eso tan sorprendente que solemos llamar la "transfiguración" de Jesús: Jesús aparece luminoso y sereno, lleno de gloria entre los dos grandes de Israel: Moisés y Elías, y conversa con ellos sobre el choque y "derrota" que se avecinan en Jerusalén… Al descender, aquellos discípulos se sienten completamente intrigados y preguntan tal vez sin parar. Jesús les pide que, cuando lleguen abajo, no hablen del asunto por el momento. Ellos lo saben, claro, pero nosotros ya sabemos que esos tres son los mismos que presenciarán la agonía de Jesús en Getsemaní. Suele decirse que Jesús, que tal vez sí lo sabía, les preparó de este modo para el escándalo que sufrirían al contemplar vulnerabilidad e "impotencia" de Jesús durante la Pasión. La voz y la acción del Padre les aseguran ahora: "Si, no lo dudéis: es realmente mi Hijo, tanto ahora que le veis glorioso como cuando le contempléis roto por el dolor y la tortura".

La fortaleza de Dios
A mi me gusta también pensar que tal vez el Padre quiso fortalecer al propio Jesús, a su santísima humanidad, y no sólo a los discípulos. En cualquier caso, desde el punto de vista de la narración, parece claro que estamos en el momento en que Jesús comienza a tener presentimientos claros del "fracaso", y empieza a anunciar y a afrontar su Pasión, de la que Pedro tratará de apartarle. Y pienso que también a nosotros nos consuela el Padre, a la vez que nos pide que afrontemos nuestro destino con gallardía. En muchas ocasiones en el Escritura, las intervenciones de Dios no se dirigen tanto a librar a sus amados del peligro, sino a animarles a afrontarlo con valentía y generosidad. Cuando, por ejemplo, los israelitas se quejan durante la travesía del Sinaí de la dureza del viaje, el Señor se irrita de esas quejas -aunque luego realice milagros para aliviar la penuria-, y puede que eso nos extrañe, pero es que tal vez Dios, que nos protege en nuestras necesidades, nos pide sobre todo que, llenos de amor, alegría y esperanza en él, seamos fuertes para afrontar nuestra misión.

El pequeño escándalo
Sin embargo, como Jesús con sus amigos y discípulos, nosotros deberíamos preocuparnos también de fortalecer a los demás. En primer lugar procurando no escandalizarlos, no darles mal ejemplo. Y no pensemos en el "escándalo" como un mal ejemplo direct
o y grave, en cosas gordas; también damos mal ejemplo cuando nunca damos uno bueno. Damos mal ejemplo y escandalizamos cuando somos un poco rastreros en el planteamiento de nuestro día a día: cuando no hay nunca arranques de generosidad en la ayuda a los que conviven con nosotros y siempre estamos reivindicando el "te toca a ti", "yo ya hago mucho", "a mí no me han dicho nada"; cuando somos comodones, cuando no pensamos nunca en el programa que le puede interesar al otro, cuando nunca nos acercamos a los demás en el trabajo a interesarnos por ellos, cuando somos blandos y nos falta valentía o visión a largo plazo para educar a los hijos... en una palabra: cuando no hay arranques que provoquen en los demás un "yo querría también ser como vosotros, los discípulos del Señor".



martes, 11 de marzo de 2014

¿Justos o generosos?

To 7 a Generosidad 2014
"Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?"
(Del capítulo 5 del evangelio según san Mateo)

Derecho y generosidad
Veis que hoy continuamos con este comentario al Decálogo que Jhs hizo en su discurso en aquella colina cercana a Cafarnaun, muy cerca de la orilla oeste del lago de Genesaret. Allí está predicando a una multitud y les habla de la Ley y les explica cómo no ha venido a abolirla. En los comentarios que hoy hace, ¿qué palabra os parece que brilla? ¿de qué intenta hablarnos? Yo pienso que de generosidad: de tener con los demás la misma generosidad que Dios mismo tiene contigo. La ley y el derecho son muy importantes; tutelan el bien de las personas ante la violencia o el arbitrio o el abuso. También nosotros los cristianos usamos el derecho, y eso es lo primero.  Pero siendo justo, como es, Dios es contigo y conmigo más que justo, es generoso. Generoso para dar, para cuidar, para perdonar, para premiar... Generosidad es una palabra hermosa, que tiene la misma raíz que 'engendrar'. Engendrar es dar vida. Hace poco un político decía que no se podía obligar a ninguna mujer a ser madre (en el desgraciado debate sobre la legislación que protege o no al niño y a su madre). ¡Claro que no se puede obligar: ¡engendrar es siempre generosidad! Y así es Dios. Y por eso nos pide a nosotros que seamos también generosos; es decir que sepamos interesarnos, apoyar, preguntar, levantar, dedicar un poco de tiempo… todos -padres e hijos y vecinos-, y con todos: hasta con los enemigos, la gente que no se ha portado bien con nosotros, que han abusado tal vez en alguna ocasión, que nos ha engañado, que se ha aprovechado. Sobre todo si nos han pedido perdón.

Los amores y el Amor
Mirad: hay muchos tipos de amor: sexual, erótico, de admiración, estético, de solidaridad...,  pero si falta el amor de generosidad, ese que pasa por encima de lo inmerecido, que sale al paso del que no se atreve a pedir… entonces los otros se acaban corrompiendo o desapareciendo.
"Sed como vuestro Padre", sed generosos. El mundo que nos rodea nos dice ahora lo contrario: invierte en ti, cuida tu cuerpo, ten una vida sana, asegura el futuro de los tuyos, tú te lo mereces, descansa, date unas vacaciones, te gusta conducir, ¿te lo vas a perder...?... Hasta en los gadgets electrónicos todo gira alrededor de mi mismo: Mis favoritos, Mi música, Mis fotos, Mis proyectos: yo, y lo mío. Parece como si todos te quisieran adorar a ti, como un rey o un dios. Pero no es verdad. Tú no eres Dios; y en cuanto a esos adoradores, en realidad no les importas para nada.

¿Qué perfección?
Sed santos como yo. Sed perfectos, como vuestro Padre es perfecto... ¿Qué perfección se nos puede pedir, siendo tan limitados? ¿Qué santidad, siendo tan pecadores? La santidad y perfección en que podemos imitarle es precisamente esa: tratar a los demás como él nos trata a nosotros. Fijaos en el fragmento del salmo que hemos rezado hoy:

"Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. 
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles".

En eso podemos tratar de imitarle, al menos. "Y seréis hijos de vuestro Padre", seréis como Cristo en el mundo, que eso son los santos.

jueves, 6 de marzo de 2014

Se dijo a los antiguos... pero yo os digo

To 6 a Se dijo a los antiguos 2014
 No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. 

Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. 
Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado.
Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
(Del capítulo V del evangelio de san Mateo. Resumen)

Libertad 
Hoy seguimos leyendo el famoso discurso de Jesús en una colina cercana a Cafarnaun, que conocemos como Sermón de la montaña. Concretamente esta parte del discurso en el que Jesús menciona y habla de los preceptos del Decálogo, los Diez Mandamientos, y otros preceptos de la Ley de Moisés. Veis cómo en la liturgia viene precedido por esas palabras sobre la libertad moral del hombre, tomadas de unos de los libros judíos llamados sapienciales. Dios, dicen, nos ha hecho libres respecto al bien. Lo que también equivale a decir que nuestro obrar no es sin más automáticamente correcto, adecuado, como lo es el de un animal o como es el movimiento de los astros: no hacemos el bien automáticamente, sino que es preciso buscarlo, comprenderlo, amarlo, comprometerse con él, querer hacerlo. El Bien no nos fuerza. Eso es la libertad. Dios no nos fuerza tampoco a obrar el bien. Nosotros, las personas, podemos forzar a otros de algún modo, aconsejar, prohibir. De hecho lo hacemos, puesto que al ser seres sociales, nos influimos y tenemos que interactuar continuamente; y esto es así en todos los ámbitos: en la amistad, en la educación, en los pactos, en el poder social…
   Dios, en cambio, no. Él nos da la luz, nos enseña, pone ante nuestra mirada el bien, y lo ilustra con ejemplos, nos da amigos -él mismo se hace nuestro amigo- y nos atrae al bien… pero no nos fuerza: "pongo ante ti el bien y el mal, la vida y la muerte", dice. Es la ley moral: al tener que entender, descubrir la complejidad del deber; y tener la posibilidad de hacer o no hacer, nuestro obrar puede ser bueno o malo: somos responsables de lo que hacemos. Al menos en parte. Somos incluso responsables de lo que hacen otros, o de lo que les sucede; también -en parte- de lo que ocurre en general en el mundo. ¡Y por cierto que seremos juzgados por ello!: "Cuando venga el Hijo del hombre con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria, y separará a unos de otros... y dirá: 'venid', o 'apartaos de mi". A nadie le servirá decir como Cain: "¿Acaso soy el guardián de mi hermano?"

Libertad y mandamiento
Pero volvamos a la colina cercana al lago de Galilea donde están el Señor con una multitud de gente de todas partes de alrededor, escuchándole. Parece que Jesús le criticaban otros rabinos acusándole de desentenderse de la explicación y exégesis la Ley de Moisés, como solían hacer ellos en sus prédicas. Efectivamente, cuando sacó a los israelitas de la esclavitud, Yavé había explicitado y enseñado a Moisés la ley moral, en forma de preceptos taxativos: los Diez Mandamientos y otros. Los rabinos, sin atreverse a ser en esto creativos, tal vez, hacían girar la enseñanza moral en una casuística un tanto legalista. Jesús hoy se defiende de la acusación, y les viene a decir: No penséis que pretendo abolir la ley, ni que soy un rabí ignorante que la desconoce, no. No lo habéis comprendido bien. Lo que pretendo explicar es que en esa ley no se trata del cumplimiento de unas leyes como las leyes civiles: externo, rígido, legalista. Los Mandamientos que os dio Dios son sabiduría, expresión del amor y respeto a Dios y a su voluntad -por encima del propio yo-, que es la raíz y el fin de la moralidad, y de ese amor al prójimo sincero, real, como es real el amor con que nos amamos a nosotros mismos. Por eso Jesús decía que toda la ley y los profetas se resumían en dos preceptos.  Por cierto que hay personas poco formadas que piensan que a los mandamientos no hay que prestarles atención, como si bastara el amor, en términos muy genéricos o incluso sentimentales… Los frutos de esa confusión son en ocasiones terribles: pensad en esa ley de eutanasia que se ha aprobado en nombre de la compasión.
No, aquí el Señor nos muestra el camino real del amor, que no es prescindir de los mandamientos, sino no quedarnos en la letra. Además, esa es el modo verdaderamente libre de cumplir la íntima ley moral, la verdadera libertad: quiero hacerlo porque sé que es el Bien y lo elijo y lo amo.
   Esto va más allá de si me prohiben o me impiden o me obligan, de la libertad entendida en el sentido social, exterior, de ausencia de coacción. Es la verdadera libertad: la del que se mueve por el amor del Bien, en el que ve y ama a Dios su Creador.