lunes, 15 de abril de 2013

"Simón, ¿tú me amas más que estos?"


Pasc 3 c  2013
- "Simón, hijo de Juan, ¿tú me amas más que estos? 
- "Si, Señor, tú sabes que te quiero. 
- Apacienta mis ovejas"
(Del capítulo 21 del Evangelio de San Juan)

Queridos: la liturgia recuerda hoy la aparición de Jesús a un grupo de discípulos en Galilea, junto aquel lago en cuyas orillas habían estado juntos a menudo durante el delicioso tiempo en que convivieron como maestro y discípulos, por allí habían caminado, comido, charlado. Veo aquí a algunos de los que estuvimos allí en la peregrinación de diciembre, en Tagba... Siento la emoción de recordar el lugar preciso. Al hablar ahora de esa narración me fijaré en lo que se refiere a Pedro, que es uno de los dos protagonistas del relato.

El recuerdo de una vocación
   Vemos a Pedro de nuevo en Galilea, como al principio. Vuelve a pescar, a no ser más que lo que fue: un simple pescador de lago en Cafarnaún. Al parecer, se han terminado sus sueños de grandeza. ¿Le pesa su caída en la noche de la detención de Jesús y su huída? Puede ser. Pero Jesús le sale al encuentro y realiza ante él un "signo" (un milagro) que no puede menos que evocarle el comienzo de su vocación, cuando Jesús le pidió un día, ya lejano: "Guía mar adentro y echad vuestras redes para pescar" (Lucas, cap. 5). "¡Es el Señor...!", dice enseguida su joven amigo y socio Juan, el amado, el de ojos limpios -como comentaba en una ocasión san Josemaría-. Se cumpliría así el anuncio de Jesús: "Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios"

   Comen tranquilos, juntos y, llenos de asombro y gozo, conversan. Jesús provoca entonces un diálogo con Pedro.Sutilmente le hace saber que sigue confiando en él, si realmente está dispuesto a amarle de veras: "¿Tú me amas? ... apacienta mis ovejas".  También le explica en qué consistirá la misión que un día le había anunciado -"sobre esta piedra edificaré yo mi iglesia"- : "apacienta mis ovejas". La verdad es que propuesta de considerarnos ovejas no resulta halagüeña en nuestros días; la oveja no nos parece un animal especialmente inteligente,sino al contrario. Pero mirad: era muy apreciado en la antigüedad, una verdadera riqueza... cuando estaba bien pastoreada. Un rebaño sin pastor era un desastre asegurado. Y un grupo humano sin organización ni líderes también, era presa segura para las bandas de salteadores y bandidos que se hacían fuertes donde no había un poder constituido. El evangelio dice que Jesús se conmueve a veces ante la buena gente que le escucha. Los ve abatidos,  desconcertados "como ovejas que no tienen pastor", porque no tienen en realidad alguien que les enseñe, que se cuide de ellos, que dé consistencia de pueblo a esa multitud que está siendo devorada sin compasión por los poderosos, sin que nadie vele por ellos.


El siervo de los siervos de Dios
   "Yo soy el buen pastor, el que está dispuesto a dar la vida por sus ovejas", había dicho... y hecho. Ahora le dice a Pedro: "apacienta ahora tú a mis ovejas", cuídalas en mi nombre: esa es tu misión, así fundamentas la Iglesia. En una ocasión que escucha discutir a los discípulos sobre la jerarquía entre ellos, les enseña: los poderosos de la tierra se dedican a dominar a su gente, los someten y se aprovechan de ellos, pero entre vosotros no ha a ser así, sino que "el que quiera ser el primero será el servidor de todos, como el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en redención de muchos". Servus servorum Dei, es  el título que les gusta atribuirse a los pontífices desde el siglo VI: servidor de los servidores de Dios. Por eso la Iglesia no tiene ejército, ni los creyentes no son servidores ni esclavos unos de otros, sino hermanos entre sí: un "pueblo de reyes, reino sacerdotal"Los jefes son hermanos y servidores, se llaman a sí mismos "ministros", palabra que en latín significa precisamente "sirviente". Se consideran servidores de la Palabra, de la caridad, de la verdad: pastores que apacientan, cuidan, alimentan, defienden, conducen. "El Señor es mi pastor, nada me falta", como dice un salmo. 



"Apacienta tú mis ovejas"
  Jesús, que dijo de sí mismo: "yo soy un buen pastor", le dice ahora a Pedro: "apacienta tú ahora mis ovejas". Eso fue Pedro, y es el sucesor de Pedro, el Papa. Oremos siempre por él. Estemos siempre unidos de corazón a él. La Iglesia es familia, no una sociedad con sus grupos y partidos. En la Iglesia todos los carismas son importantes, pero a Pedro le dice: apacienta mis corderos. Naturalmente, no quiere decir que él personalmente tenga que hacer todo, porque es Cristo la cabeza real de la Iglesia, y hay en ella muchos que reciben una participación en esa potestad de servir. La guía en la Iglesia pertenece siempre a Jesús, buen pastor, y se hace presente y viva de muchos modos. Cada diócesis tiene un pastor propio, en comunión con los otros. Y todos participamos en algo del pastoreo del Señor. Pero la piedra clave de la unidad es siempre Pedro, y la garantía de que el buen pastor está entre nosotros: "apacienta tú mis ovejas"Así parece haberlo querido Jesús: "Yo he rezado por ti para que tu fe no desfallezca, y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos", le anuncia en la última cena. 

   Todos en la Iglesia somos responsables de nuestra propia vida y de la de los hermanos, todos somos gente autónoma, personas dueñas de su destino en el mundo y en la Iglesia, pero a la vez necesitamos del pastoreo del Señor. Nadie es autosuficiente por completo, nadie es del todo buen guía para sí mismo. Tenemos demasiada facilidad para ver los defectos ajenos y muy poca para ver los propios; por eso es tan bueno escuchar, saber escuchar, en todos los ámbitos de la existencia. También en el plano espiritual, en el de la vida de fe, en la vida moral. "Apacienta a mis ovejas". Siendo maduros y responsables, dejemos también que el Señor sea nuestro pastor. 

   Al fin y al cabo, sólo él es de fiar, sólo él ha dado la vida por nosotros.

jueves, 11 de abril de 2013

"Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso"



(Segundo domingo de la Pascua 2013)
Queridos: Juan Pablo II quiso dedicar el domingo de la octava pascual -que recuerda la segunda aparición de Jesús en el Cenáculo- como Domingo de la Misericordia. Es una especie de fiesta en honor de la Misericordia, de la compasión y fidelidad divina, capaz de sufrir con y por nosotros, incluso 'de' nosotros. Es curioso que este santo Papa falleció precisamente un sábado víspera de esta jornada que él mismo había instituido. 

¿Qué es la misericordia? La palabra griega (que curiosamente tiene parentesco con nuestra palabra "limosna") traduce indistintamente dos términos hebreos: uno de ellos expresa la conmoción que se siente ante el sufrimiento de un hijo, de un amigo, de un inocente. La Biblia pone ese sentimiento en el corazón de Yahvé; ante las desgracias de Israel -a menudo provocadas por sus propios pecados-, dice que se le remueven las entrañas, que siente compasión, como se siente por un hijo que está padeciendo, y que por eso les auxilia, les libra, les perdona, les guia de nuevo. El otro término que traduce por misericordia está emparentado semánticamente con fidelidad: misericordia es el impulso de no dejar al amigo abandonado en la adversidad.
Dios tiene paciencia conmigo. ¿Por qué no he de tenerla yo con los demás?
Cuando Jesús hizo a sus discípulos el gran discurso del llano o 'sermón del monte', el gran discurso de la 'autoestima' cristiana, en el que les piropea diciéndoles que son la sal de la tierra y la luz del mundo, les anima también audazmente a parecerse a su Padre del cielo y les invita a imitar su misericordia. Eso es justamente lo que les hará semejantes a Dios: "Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso" con vosotros: no seáis duros, fríos, indiferentes ni vengativos. Y cuando Pedro le pregunta cuántas veces deberá perdonar a un hermano que vuelva a él arrepentido, le pide mediante una parábola -la de los dos deudores- que perdone siempre, porque siempre hemos sido nosotros perdonados más por Dios y en realidad estamos en deuda con él. Cuando nos cueste tener paciencia, podríamos pensarlo: ha tenido Dios conmigo más paciencia, siempre ha salido en mi busca, me ha perdonado, me ha dado su amor cuando yo le había olvidado. 
A nosotros nos puede parecer que perdonar es bonito, pero es un modo elusivo de afrontar el mal, un modo facilón de resolver las cosas sin enfrentarse de verdad a los problemas. Pero no es así, porque no se trata de eludir la justicia, la educación de las personas, la comunicación en los conflictos, o la corrección de quien ha obrado equivocadamente. La misericordia hace ante todo referencia a mi interior, al modo en que afronto el mal en el otro, mi disposición a compadecerme y comprender ("más que en dar, la caridad está más en comprender", escribió san Josemaría). Y nos mueve a estar siempre abiertos al perdón El perdón cura, da vida nueva (aunque es cierto que el sólo es eficaz cuando se 'recibe' activamente, y eso requiere humildad y la valentía de la sinceridad). Misericordia es reconocer que yo también necesito misericordia, que todos la necesitamos antes o después, para revivir.
La misericordia cura
Porque la maravilla de la misericordia es que puede devolver la vida, resucitar. En el lema del escudo espiscopal de Francisco I se leen estas palabras de un santo inglés, san Beda: Miserando et eligendo. Forman parte de un comentario a la narración de la elección como apóstol del publicano Mateo. El santo doctor hace notar cómo el Señor amó a Mateo de dos modos: compadeciéndose de él y eligiéndolo como Apóstol; le perdonó y le ensalzó, le dio una nueva oportunidad, una nueva vida.
 Jesús se muestra extraordinariamente sensible con el dolor ajeno: con la mujer viuda de Naim, con la muchedumbre que le sigue y son 'como ovejas que no tienen pastor'... Y nos dice que se siente identificado con quien sufre cualquier tipo de mal: "cuantas veces lo hicisteis con estos pequeños hermanos míos, conmigo lo hicisteis", dice en la parábola del Juicio FinalA todos nos gusta que nos comprendan cuando tenemos una debilidad, que nos den una mano, una nueva oportunidad, que se compadezcan cuando estamos sufriendo una desgracia… Él nos ha dejado esta maravillosa promesa, que hoy podemos recordar: "Bienaventurados los misericordiosos"los que saben tener corazón sensible, atento, generoso con los demás, "porque ellos alcanzarán misericordia".  Alcanzarás misericordia cuando tú la des.



domingo, 7 de abril de 2013

Retratos de la Antigüedad Griega

Retratos de la Antigüedad Griega
Gerardo Vidal Guzmán
270 págs

He tenido, a leer este libro, la misma sensación que tuve hace años al leer La Historia del Arte, de Ernest Gombrich. En aquella ocasión me sorprendió que un libro de historia del Arte no fuera un catálogo de autores ni un repaso de las etapas, sino una narración: una especie de coloquio con un sabio que te lleva de la mano y te introduce y acompaña en la historia, como Virgilio a Dante. Nunca aprendí tanto en tan poco tiempo ni tan gratamente.
Ahora me ha ocurrido lo mismo con estos Retratos. Vidal te lleva de la mano atravesando los siglos donde se forjó la cultura occidental: la Grecia que va de Homero a Luciano de Samosata, que tuvo un orto y un ocaso del que, sin embargo, nació Europa.

El título de Retratos es perfecto. En cuanto leas el libro tendrás dibujada en el alma la fisonomía espiritual de Aristófanes y de Sócrates, de Safo de Lesbos y de Tales de Mileto, de Platón de y de Gorgias o Epicuro. Todos ellos comparecerán en el proscenio, al terminar la representación de unos siglos de historia, y habrás comprendido cómo combatían los espartanos, cómo nació la democracia, cómo se hizo hegemónica Atenas, o dónde estaba el núcleo de la religiosidad griega, por qué creó Platón la Academia y cuándo se formó la biblioteca de Alejandría, en qué contexto político nace la Comedia y cómo nació la poesía lírica. Al terminar, tienes la impresión de que te acaban de presentar al mismísimo "Espíritu de Europa".

(La edición original de la obra se publicó en Santiago de Chile en 2004)

viernes, 5 de abril de 2013

El camino de Emaús



Aquel mismo día dos discípulos se dirigían a un pueblecito llamado Emaús, que está a unos doce kilómetros de Jerusalén, e iban conversando sobre todo lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos, pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran (Del evangelio de san Lucas)
Cristo está vivo y actua. De un modo bastante misterioso para el mundo, puesto que esa nueva vida no es mortal como la nuestra, no está al alcance de nuestro capricho; pero vive. Ese es el mensaje. Nuestra fe en la Resurrección no consiste sólo en afirmar un acontecimiento ocurrido, sino en afirmar la presencia de Jesús vivo y actuante entre nosotros: "yo estaré con vosotros hasta la consumación del tiempo", había dicho, y lo cumple; aunque sólo le ven sus discípulos, los que creen en él (por eso se dice que sólo se le ve con los ojos de la fe). 

"Cristo está vivo y actua" es, seguramente, el objeto de las narraciones incluidas en los relatos evangélicos acerca de las apariciones del Señor a los primeros, durante los cuarenta días sucesivos a la Pascua. Parecían querer expresar:  "Cuando menos te lo esperas, aparece, está, y te encuentras con él". O mejor: él te encuentra a ti, sale a tu encuentro, siempre que tengas  la sinceridad yla valentía de abrirle el corazón y estar dispuesto a escuchar sus explicaciones, pero también sus reproches.

Cristo está de hecho muy cerca de ti -de nosotros- en el sagrario. Como en el camino de Emaús, su presencia es visible en cuanto física, pero no reconocible, sino por la gracia y la transformación interior: por la conversión. "Esto mi Cuerpo verdadero, el que se entregó por vosotros", nos dice desde esa figura que es el Pan eucaristizado y depositado en el sagrario. Cristo está igualmente en ese hermano que actúa en su nombre sacramentalmente: el sacerdote. Deja de ser Jorge o Francisco: es a Cristo a quien te manifiestas a través de él, aunque no te des cuenta. Es él el que te escucha en ese hermano, escucha tu dolor, tu arrepentimiento, tus consultas, tus dudas, y te pregunta, y te aconseja, te anima, te corrige, te perdona.
Cristo está -de otro modo- en la Escritura: cuando se recuerdan aquí sus palabras y su vida, se proclaman y se escuchan de corazón,  él mismo  habla al corazón de cada uno. Todos esos signos indican que está vivo y cerca, y nos conduce, nos puede conducir y guiar. Él camina junto a nosotros "en el camino de la vida" (como dice una de las plegarias eucarísticas), nos explica las escrituras y nos reparte el pan. De ese modo, además, se coloca al alcance de tu corazón, de tu palabra interior, de tu oración, de tu amor: de tu ternura o de tu arrepentimiento, de tu angustia o de tu amistad. Háblale sin miedo, pero escúchale también. Piensa  en qué crees que te diría, y verás que efectivamente te lo dice.

Cristo se hace presente en el mundo a través de sus discípulos, de la Iglesia -que sois vosotros, sus discípulos- unidos a María, a los apóstoles, a los obispos y al Papa. Todos los caminos del mundo se han convertido, por tanto, en camino de Emaús. Cuando por ellos camina un cristiano, Cristo se hace presente. O debería sentirse presente. Llegamos a ser "Cristo que pasa" con nuestro consejo, con nuestra caridad, con nuestra compasión, con nuestro modo nuevo de mirar las cosas, la historia, los negocios, la situación... Cuando lo llevamos dentro, lo portamos. Cuando antes nos hemos encontrado con él y nos hemos dejado transformar, se transparenta en nosotros, en nuestras palabras, en nuestras obras. Entonces Cristo se hace presente en el mundo deun nuevo modo: visible, eficaz. No es que antes no esté ya, sino que ahora se hace visible, se "encarna", se hace carne.

"Pero ellos no le reconocieron...". Jesús ¿se había ocultado a sus ojos... o tal vez no podía reconocerlo su corazón porque estaba entenebrecido por su propia ofuscación? No le reconocieron… ¿por qué el mundo no "descubre" a Cristo en mi? Invítale a que entre en tu casa, en ti, y se quede: "quédate con nosotros, porque atardece..." en mi mente, en mi cor, en mi casa, entre mis amigos, que serán tus amigos. Pídele, como hace este hermoso himno litúrgico



"Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo; quédate.
 ¿Cómo te encontraremos al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros; la mesa está servida,
caliente el pan, y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres un hombre entre
los hombres
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu Cuerpo y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.
Vimos romper el día sobre tu hermoso rostro
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche no apague el fuego
vivo que nos dejó tu paso en la mañana."