lunes, 15 de diciembre de 2014

Preparar un camino al que viene

(3 de Adviento)

"Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: -¿Tú quién eres? El confesó sin reservas: - Yo no soy el Mesías. Yo soy la voz que grita en el desierto: 'Allanad el camino del Señor', como dijo el profeta Isaías".
(Del capítulo primero del evangelio de san Juan)

La Virgen y Juan el Bautista
Hay dos figuras emblemáticas del Adviento: la Virgen María y san Juan Bautista. María nos inspira en nuestra espera -en nuestra expectación del Señor- porque ella esperó así, como nosotros, el nacimiento de Jesús que estaba ya en su seno. Allí le presentía y sentía, y así meditaba qué misterio encerraría aquella criatura, concebida como verdadero hijo de Dios. Es la imagen de un aspecto del Adviento bien vivido, que es el de un tipo especial oración, que es la meditación. Si no se medita la palabra recibida es como si no se recibiera; y si no se recibe, no puede salvar (nuestros hermanos protestantes dan mucha importancia a la Palabra, y con razón. Nosotros los católicos damos tal vez más importancia al símbolo y al sacramento, y también al mandamiento. Todo es importante, pero no debemos olvidar que la Palabra se hizo carne para salvarnos. Nos salva la palabra. La palabra humana es el único modo de llegar al alma de una persona. Con una palabra hacemos llorar o reír, enamoramos o infundimos miedo; una palabra puede cambiar nuestra vida, al iluminar por completo la vida. Nosotros actuamos en el corazón de los demás por la palabra. Y Dios también. 
La palabra que nos salva
Pero con sólo que se pronuncie -o incluso se oiga- la palabra ella sola no salva, claro. A Jesús le oyeron multitudes, pero -como dijo quejándose irónicamente con palabras de un antiguo profeta- "tienen ojos pero no ven, oídos, pero no oyen: se ha endurecido su corazón, no sea les pueda salvar". En realidad, Dios salva al "meterse" en nuestra vida; al enamorarnos, nos cambia. Entra por la palabra y a través de ella nos salva, puesto que la "fe nace de lo que se oye" (fides ex auditu). Pero es lo que se oye y penetra, porque se medita. ¿Por qué no, pues, preparar la Navidad meditando todos los días la palabra, como María? En Alemania tienen la costumbre de celebrar la Nochebuena leyendo el capítulo 2 del evangelio de san Lucas. Nosotros podríamos coger la costumbre de preparar la navidad leyendo el santo evangelio un rato todas las noches. En realidad, si no conocemos el evangelio es muy difícil que se nos pueda considerar cristianos.
Trabajar el corazón
El otro paradigma del Adviento es el Bautista, aquel pariente de Jesús, casi coetáneo suyo, que estuvo desde el seno materno ungido por el Espíritu profético. Siendo aún casi de niño se retira al desierto,  y allí medita, escucha... Y empieza a anunciar y a profetizar con tanta fuerza -tenía en su seno la Palabra- que miles de personas salían a escucharle a la estepa que hay junto la desembocadura del Jordán en el Mar Muerto. Juan es también paradigma, inspiración, para el Adviento, porque dice y persuade a la gente de que hay que preparar una calzada a Dios, una carretera, un camino por donde pueda venir. No sólo se trata, pues, de meditar, sino también de "trabajar" interiormente. Al hablar de carreteras y caminos habla metafóricamente, claro; ser refiere en realidad a las actitudes interiores, que son como "caminos" que permiten a Dios adentrarse en nuestro territorio espiritual. Pues podría ocurrir que Dios viniera y uno estuviese tan endurecido y sordo, o fuera tan frívolo pensando sólo en divertirse, que ni siquiera se enterase de la cercanía tan dramática del Señor. Para él sería como si no hubiese venido. Y entre nuestras celebraciones familiares preguntándose: ¿Qué están celebrando estos? Porque a mi desde luego no es. 
Obras de penitencia
Juan habla es de la penitencia, de "obras de penitencia". A aquellos buenos judíos que acudían a él a escucharle, como nosotros les argüía: -"No penséis '¡nosotros somos hijos de Abrahán!', porque Dios puede sacar de estas piedras hijos de Abrahan. 
En otro tiempo la penitencia estuvo tasada: tanto de ayuno, tanto de limosna. Ahora no es posible. ¿Cómo determinar si a esta persona lo que le conviene es ayunar o más bien comer? Ahora el trabajo de buscar lo que necesita tu alma lo tienes que hacer tú: "¿qué tengo que quitar, qué tengo que poner...?" Tal vez dejar el mando del televisor a mi mujer, tal vez llegar antes a casa, tal vez no salir hasta tan tarde, tal vez mejorar mi lenguaje para que sea más respetuoso y amable, tal vez no estar mirando todo el día el gasap? Pues, tal vez. ¿Dónde, si no, vas a encontrar tu penitencia, lo que debes cambiar?
Es el Domingo se llama "Gaudete", por las palabras de san Pablo que se leen en las lecturas: "Gozaos siempre en el Señor...". El gozo parece como más que la alegría. Decimos: "¡Qué gozada!", cuando se une el placer a la alegría. Y lo es realmente el encuentro con Jesús que viene. Pero no lo será si no nos enteramos o si no nos preparamos. Será, a lo más, una vulgar comilona; pero no un banquete del corazón.

jueves, 11 de diciembre de 2014

La Virgen Aurora

Inmaculada
Hoy recordamos y celebramos la declaración de un dogma,  definido por el Papa Pío noveno en 1854: la concepción sin mancha de María, la madre del Señor. No se refiere este dogma de la Inmaculada Concepción a la concepción virginal de Jesús en el seno de María, una concepción milagrosa -sin intervención de varón-, como nos dicen los evangelistas san Lucas y san Mateo. Como nos dice ella misma, María, única testigo de la concepción virginal, a quien debemos esta información, que hace de ella primera y primordial "evangelista"). El dogma de Inmaculada Concepción hace referencia, en cambio, al momento en que María fue concebida por sus padres, Joaquín y Ana. Y la verdad de fe definida como dogma nos dice: ella fue concebida sin la mancha del pecado original, con que todos los demás nacemos; fue pura –limpia- de alma desde el primer instante de su existir. 

El "pecado original" 
Ya sabéis que hay una "ley" que se ha cumplido en todos los hombres y mujeres nacidos desde Adan y Eva, y es esta: que venimos al mundo con una especie de herida en el alma, que san Agustín llama "pecado original"; una herida de la que hemos sido curados por Cristo, con una curación que se hace efectiva al recibir el Bautismo. Es esa herida la que nos inclina a los hombres a hacer el mal. Uno ve el bien, pero no siempre quiere hacerlo, ni siempre lo hace, aunque se dé cuenta. Un poeta pagano de la antigüedad romana lo expresó muy bien en sus versos: "video meliora proboque, deteriora sequor", veo lo que es mejor y la apruebo, ¡pero luego sigo lo peor! Mejor aún, o al menos más dramáticamente, lo expuso san Pablo:

"No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto.
Ahora bien, si hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena.
No soy yo quien obra el mal, sino el pecado que habita en mí. Bien sé que el bien no habita en mí, quiero decir, en mi carne. Puedo querer hacer el bien, pero hacerlo, no.
De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
Por lo tanto, si hago lo que no quiero, eso ya no es obra mía sino del pecado que habita en mí.
Ahí me encuentro con una ley: cuando quiero hacer el bien, el mal se me adelanta.
 En mí el hombre interior se siente muy de acuerdo con la Ley de Dios,
pero advierto en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi espíritu, y paso a ser esclavo de esa ley del pecado que está en mis miembros.
¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, o de esta muerte?"
(del capítulo 7 de la epístola a los Romanos)

Por supuesto, Jesús no tuvo esa mancha. Era puro de corazón totalmente porque era el Hijo de Dios, existía antes de nacer de María como Hijo de hombre, hijo también humano del Dios Padre. Muchos cristianos pensaron siempre que María tampoco había sufrido esa herida, que fue preservada amorosamente del por Dios del pecado original, en razón sobre todo de su predestinación a ser la madre de Jesús. Así, Dios impidió que quien iba a cuidar, a recibir, a formar al Señor tuviera jamás relación alguna con el pecado. Algunos otros cristianos no estaban tan seguros de que Dios pudiera hacer ese prodigio… y dudaban. Fue Papa Pío IX, después de darle muchas vueltas a la oportunidad o no de declarar los términos de esta verdad de fe, el que decidió hacerlo. Estando en Gaeta, puerto de la isla de Malta- vio claro la conveniencia de proclamarlo, y tal día como hoy se hizo. Al poco tiempo, en febrero de 1855, la Virgen María se apareció a una muchacha analfabeta llamada Bernadette de Soubirous en un rincón del Pirineo, Lourdes. Cuando, a instancias del párroco del lugar, la muchacha preguntó a la maravillosa Señora por su nombre, esta le respondió: "Yo soy la Inmaculada Concepción". ¡Ya se ve que gusta este nombre, que algunas de vosotras lleváis! 
La Inmaculada
La ausencia del pecado (In-maculada) no es carencia de algo, a pesar de lo que parece desde el punto de vista, diríamos, lingüístico, ya que  el pecado más bien oscurece la mente y el corazón. Por eso que María sea Inmaculada no significa es que le falte el pecado (por ejemplo, la experiencia del mal), sino más bien que es limpia, purísima, que tiene la experiencia del bien; en este caso, de un bien -de una plenitud humana- que, entre otras cosas la capacita para ser realmente madre nuestra, no sólo del Señor. Veis que san Pablo también dice que nosotros somos inmaculados, que fuimos elegidos para eso. Pero nosotros no nacemos inmaculados, sino que llegamos a serlo por la progresiva acción de la gracia, desde el bautismo. Precisamente por eso, cuanto mejor limpiamos, somos más sabios y activos y libres y alegres. El pecado no es una "riqueza" que se pierda con la gracia, sino una ofuscación del corazón y la mente, que enrosca sobre sí mismo al hombre haciéndolo ciego hacia los demás y hacia Dios, e incluso hacia sí mismo, pues le hiere en su propia conciencia, en su propia intimidad. El cuadro del que me serví en la entrada del blog tiene como título original Joy, alegría. Y la limpieza del alma en la confesión y el perdón es lo que realmente produce en el alma: la alegría del corazón.

lunes, 8 de diciembre de 2014

María Inmaculada

Ninguno del ser humano
como vos se pudo ver;
que a otros los dejan caer
y después les dan la mano.

Mas vos, Virgen, no caíste
como los otros cayeron,
que siempre la mano os dieron
con que preservada fuiste.

Yo, cien mil veces caído,
os suplico que me deis
la vuestra, y me levantéis
porque no quede perdido.

Y por vuestra concepción,
que fue de tan gran pureza,
conserva en mí la limpieza
del alma y del corazón,

para que de esta manera
suba con vos a gozar
del que solo puede dar
vida y gloria verdadera

jueves, 4 de diciembre de 2014

La luz, del interior

Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento.
Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa.
Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. Tu nombre de siempre es "nuestro redentor".
iOjalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia.
(De los caps. 63 y 64 del libro de Isaias)


Adviento
Adviento es una palabra extraña y evocadora. Evocadora porque trae al pensamiento la Navidad, ya próxima. Nosotros celebraremos esta cuatro velas, estos cuatro domingos, recordando las últimas semanas de María y José expectantes del parto. María se acaricia el vientre y siente...  Nosotros no estamos "esperando a Godot", a un dios teórico e inexistente en la práctica; acariciamos a Jesús ya en el seno... Es también palabra extraña -la de Adviento- porque no tiene otro uso en nuestro lenguaje que el del tiempo litúrgico. En realidad significa algo tan común como advenimiento o llegada, e indica precisamente un tiempo litúrgico de espera: la espera del Señor. Nosotros somos gente que está esperando algo, que vive esperando al Señor. 
Sabemos de dos venidas del Señor: una fue esa llegada silenciosa y como oculta que sucedió en Belén, de noche. Fue, desde luego, anunciada a bombo y platillo, pero sólo a unos pastores. Fue anunciada con una gran señal en el cielo... pero sólo unos magos de religión parsi, seguramente, paganos, la percibieron. La otra venida, la final, será cuando él mismo venga con toda su gloria y todos sus ángeles junto a él, y todo el mundo lo vea, lo contemple, quiera o no… Porque él ha venido a reinar: "¡Venga a nosotros tu reino!". 

La llegada oculta
Pero entre la primera y la última venida, hay una tercera del Señor. Él viene -de un modo misterioso e invisible- a cada hombre. Lee uno la Escritura y el propio corazón le dice a uno: -"¡eso que estás leyendo es verdad!". Te acercas a comulgar -con un simple signo memorial- y suenan en tu memoria sus palabras: "esto es mi cuerpo, el que coma de este pan vivirá para siempre…". Recibes del sacerdote la absolución tras tu confesión sencilla y humilde, escuchas el "yo te absuelvo de tus pecados...": y percibes que es él mismo el que te lo dice. Jesús se acerca a ti también y viene cuando haces de corazón una obra de misericordia: "cuantas veces lo hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis", y no sólo si se trata de un indigente materialmente hablando, sino también cuando es alguien necesita tu ayuda, tu perdón, tu sonrisa, tu obediencia… En todas esas cosas él viene. 
La luz viene de tu interior, o no viene
Cuando uno lo va recibiendo una y otra vez así de ese modo, resulta que se va formando en ti su figura: en tu rostro, en su paz, en tus palabras, en tu consejo, en tu obediencia. Y parece nacer él de nuevo en tu familia, en tu ambiente… Con flaquezas y meteduras de pata, como los pastores, ves que Niño Dios se hace presente, nace, crece y se desarrolla. Y descubres también a María y a José a tu alrededor, y ves de nuevo sus discípulos, en tus hermanos… ¡El mundo cambia de semblante!, se ilumina la vida. Porque lo que ilumina el mundo nace en realidad de dentro de ti. Lo de fuera puede ayudar o no, pero si uno está triste por dentro, por ejemplo, o le come la desesperanza o el odio... ¿sentirá la alegría del mundo porque pongan bombillas en la calle Serrano? Le dará igual todas las bombillas que pongan en Serrano o en la Gran Vía: no habrá luz interior alguna con que mirar el mundo y la vida. 

Precisamente por eso celebramos nosotros una y otra vez la Navidad, nos llenamos de gozo y nos damos ánimos al recordarla. Sí, decimos: - Jesús, tú naces también hoy, siempre, en mi casa, junto a nosotros. Por eso te pongo el pesebre, para recordarlo; y lo celebro con toda mi familia y, si pudiera, lo haría con todo el mundo. Y sé que el día que no celebremos la navidad se habrá acabado el cristianismo. Aunque nunca sucederá, porque siempre la celebrarás tú con alguien, aunque sea con una jovencita y su marido, unos animales y sus pastores, con unos ancianos abandonados por sus hijos... Se puede también celebrar la Navidad en el dolor de la soledad, de la enfermedad, del trabajo o de la persecución, como lo celebrarán este año en algunos sitios de oriente medio. No se podrá celebrar siempre con una gran cena, o con una gran ceremonia, pero no importa. También a ellos se lo haremos llegar, les miraremos con luz de nuestro interior con que se ve la navidad.

"¡Preparad un camino al Señor!" Pero prepararse. Cómo María, cómo José, esperan. ¿Cómo te preparas tú? Es tiempo penitencial, o sea de alegría: no hay mayor alegría que volver al amor. "Vuelve a casa por navidad"; pero no como en el anuncio, sino de verdad. cómo tú? Piensa y hazte tu plan.