viernes, 9 de octubre de 2015

Una sola carne

(5 de octubre 2015 dom 27 TO b)
Unos fariseos que, para ponerle a prueba, le preguntaban: Puede el marido repudiar a la mujer? 
El respondió: Que os prescribió Moisés?
Ellos le dijeron: Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla. 
Jesús les dijo: Teniendo en cuenta la dureza de vuestros corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.
(Del cap. 10 del evangelio según san Marcos)

El repudio de las mujeres
La mayor parte de las civilizaciones antiguas regularon el repudio de las esposas, seguramente como un avance social respecto a la barbarie del simple abandono. También Moisés también lo hizo en el Sinaí, estableciendo que el repudiador redactara un acta explicando la causa por la que era echada de la casa o devuelta a sus padres; un acta que sirviera a la repudiada de defensa, que le diera ciertas garantías en el futuro, y no pudiera ser acusada de adúltera si se unía a otro. En tiempos de Jesús (habían pasado mil doscientos años desde Moisés) se discutía si el motivo que debía aducirse en el acta tenía que tener o no cierto peso jurídico, es decir, si debía haber un motivo serio que hiciera lícito o moral el repudio. "¿Es lícito despedir a la mujer por cualquier causa?", fue el tono de la pregunta. Y esta es la duda que plantearon al maestro. 

Una respuesta yendo a la raíz
"Para comprometerlo", dice san Marcos. Quizá esperaban que se inclinase por exigir un motivo serio. Pero, una vez más, Jesús les sorprendió, yendo a la raíz del problema que le planteaban, y remitiéndoles al querer de Dios implícito en el relato de la Creación en el libro del Génesis. Al crear al hombre como varón y la mujer -les dice-, destinados a formar "una sola carne", una sola cosa, les explicaba el carácter esponsal que tiene el ser humano, llamado a formar una comunidad de vida y amor fecundo y fiel. Y por eso -añadió- el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio, aunque la ley civil lo justificara ( la ley de Moisés, en este caso). Independientemente de la ley, aquello a los ojos de Dios era igualmente un adulterio y no un nuevo matrimonio. En el pasaje paralelo de san Mateo se recoge la sorpresa de los discípulos, acostumbrados a la legislación civil permisiva. 'Entonces no trae cuenta casarse", comentó Pedro a bote pronto...

Pero la postura del Señor fue recibida por la Iglesia y por el mundo antiguo como Evangelio, como verdadera Buena Nueva para el matrimonio y la familia. Por la primera vez en la historia cultural de la humanidad alguien se enfrentaba al repudio de las mujeres, y explicaba que el matrimonio no es la posesión de unas personas, de la que uno puede deshacerse en un momento determinado del camino, sino un compromiso gozoso para toda la vida, lleno de alegría y fidelidad, aún en medio del dolor o las dificultades, que se comparten.

Un Sínodo sobre el matrimonio y la familia
Ya sabéis que mañana comienza en Roma un Sínodo de los obispos dedicado a la vocación y misión de la familia en la Iglesia. Seguramente se va a discutir bastante sobre si las personas católicas que han cometido este pecado señalado por Jesús –el de casarse por lo civil después de haberse divorciado, estando casadas por la Iglesia-  pueden ser absueltas y comulgar sin dejar de estar en esa situación. De entrada, no parece que se vaya a cambiar una praxis sacramental que se remonta a los primeros siglos del cristianismo , pero se estudiará. Un Sínodo es una reunión consultiva del Papa con un grupo de obispos, no es un Concilio; no puede establecer una doctrina contraria a la doctrina, ni directamente ni indirectamente, a través de la praxis sacramental. Ni siquiera puede -el Sínodo- establecer doctrina o praxis: eso sólo le corresponde en la Iglesia universal al Papa o al Concilio ecuménico. También se estudiará, seguramente, cómo tratar a las personas de tendencia homosexual que han cometido el grave error moral de iniciar una relación cuasi matrimonial.
Recemos, pues por ellos, por los padres sinodales,  para que Dios les ilumine y puedan aconsejar bien al santo Padre que los ha convocado. La salud espiritual de la institución matrimonial es muy importante para la humanidad. Nada configura y estructura de modo tan profundo la salud social como el amor fiel y fecundo del hombre y la mujer. Es el gran don de Dios a la humanidad. 

No tener celos del otro que obra bien

(27 sept 2015, 26 dom TO b)
Un muchacho corrió a anunciar a Moisés: Eldad y Medad están profetizando en el campamento. Josué, hijo de Nun, que estaba al servicio de Moisés desde su mocedad, respondió y dijo: Mi señor Moisés, prohíbeselo. Le respondió Moisés: ¿Es que estás celoso por mí?
(Del cap. 11 del libro de los Números)

Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros. Pero Jesús dijo: No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.
(Del cap. 9 del evangelio de san Marcos)

Celotipias ocultas
Hoy nos propone la liturgia dos sucesos parecidos, ocurridos sin embargo con una diferencia de más de mil años. Sus protagonistas, como veis, son Moisés y Jesús. En ambos casos, tienen que moderar en sus discípulos un celo que se parece bastante a la envidia. Envidia y celos padecidos por gente buena, como eran aquellos discípulos de grandes maestros. Y ¡qué bueno es que la Escritura no nos oculte las debilidades de personas que han amado tanto al Señor! Pues así nos puede ocurrir también a nosotros; también en historia de la Iglesia se han dado cosas así. Y, más allá de la envidia, nos habla esta historia de la fragilidad de los instrumentos humanos que Dios elige, como nosotros. Dios se sirve de “instrumentos” (no en el sentido meramente instrumental, sino vital)por ejemplo en gobierno espiritual unos a otros. Y ocurre a veces escandalizamos, a lo mejor sin querer, por debilidad, pero escandalizamos: servimos de tropiezo a otros. Tengamos entonces la sencillez de dejarnos entonces corregir, como ocurre aquí tanto con Josué como con el apóstol Juan. Y sepamos también corregirnos con mansedumbre. El hacer o recibir bien la corrección fraterna es señal de nobleza y de sabiduría. (Y a la vez, hay que hacerla con nobleza y humildad). La reacción de Jesús ante la insinuación de celotipia, como la de Moisés, es noble y sabia. Noble, porque la humildad nos hace nobles, y la soberbia, ridículos: nadie sabe todo ni puede llevar las cosas él sólo. Y es bueno hacer hacer a los demás, dar responsabilidad, hacerles vivir como personas.  Hacedlo con vuestros hijos desde pequeños, pero hacedlo también en el trabajo con vuestros subordinados, y en el hogar. No podemos pensar que solamente nosotros somos buenos, o que los demás son sólo servidores, ni tratarlos así. La humildad es virtud de nobles y sabios. 

Ojalá todos profeticen...
Pedir al Señor que difunda su espíritu a muchos, sus talentos y dones. Que lo escuchen y que les ayudemos a descubrirlo, en vez de apagarlo por nuestro engreimiento y cerrazón en nuestros propios dones. Descubrir cada uno los carismas que recibe y aceptarlos con alegría y responder cada uno con generosidad, dedicación y confianza. Esa es mi propuesta de hoy.

miércoles, 7 de octubre de 2015

La Cruz y la gloria

(13 de septiembre. 24 Dom TO b)

Por el camino, preguntó a sus discípulos: - «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: - «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.» Él les pregunto: - «Y vosotros, ¿quien decís que soy?» Pedro le contesto: - «Tu eres el Mesías.»
(...)
 Y empezó a instruirlos: - «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: - «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tu piensas como los hombres, no como Dios!»
(Del capítulo 8 del evangelio de san Marcos)


La pregunta de la que todo depende


No es preciso ser un lince para percibir el contraste que se produce en del diálogo entre Jesús y los Doce -Pedro en particular- que hoy recoge el evangelio: de un lado, la confesión de fe en Jesús como Mesías; de otro la dura corrección que Jesús le hace a Pedro a propósito de la Cruz, que se abre en el panorama y que Jesús se muestra dispuesto a afrontar. Hace años viajé por ese paisaje apartado donde condujo a los apóstoles para instruirles. Y en el curso de la instrucción llegó a la cuestión decisiva: vosotros, ¿quién pensáis que soy yo? ¡El acto de fe, que es siempre personal, intransferible y comprometido! Quién soy yo y, por tanto también, quién eres tú. Porque todo depende de la respuesta a esa pregunta. Nosotros también nos enfrentamos también a esa pregunta, incluso sin darnos cuenta,  con esta pregunta. Porque desde luego te han dicho, te han enseñado, etc. Pero para ti, ¿quién es de verdad? ¿Quién soy? ¿Alguien importante, alguien razonable, un personaje histórico admirable (sobre el que la Iglesia construye su poder, se atribuye su misión, pero que no es en realidad más que otro, un profeta? ¿O es el Enmanuel, el Dios entre vosotros, vuestro creador, padre, origen y destino; vuestro legislador y también vuestro juez… Porque todo cambia entonces, de ahí depende todo: entonces la Iglesia es tu esposa; el mundo es nuestra tarea… y yo tengo que hacerte caso radicalmente, seguirte de verdad, no a ratos, ni solamente en unas cositas razonables de culto o de moral.

Pedro es el único que se atreve a hablar en nombre de los demás dando el ineludible salto de la fe: “Tú eres el Cristo”, “el Hijo del Dios vivo”. El Cristo, el Mesías. Es un acto de valentía movido por la gracia, por el amor y por la confianza. Para hacer algo así hay que enamorarse un poco de la persona. Y por eso también, la fe requiere una previa,  cierta conversión interior hacia su persona. Sólo el amor le descubre. Por eso, ahora que comienza un nuevo curso, yo te invito a nuevos propósitos de formación, de dedicación, de caridad y solidaridad… Que sean como un decirle: tú eres el Cristo y te seguiré donde vayas, aunque sea difícil. 

La Cruz y el amor
Y aquí viene la segunda parte del diálogo, el que se refiere a la cruz del Mesías. Hay un contraste tremebundo entre el "Bienaventurado tú, Simón, hijo de Juan" y el "¡Apártate de mi, Satanás!"
Y es que incluso habiendo alcanzado la fe no consiguen evitar el tópico del Mesías a su medida, como nosotros. Y, como nosotros, no entendían la cruz, o sea, que soportar el rechazo fuera la expresión de su amor y el precio de su victoria, abrir la puerta al perdón que cura. 
Tampoco entendemos nuestra cruz. En el lenguaje común, con la palabra Cruz ya no nos referimos a la admirable transformación que Jesús hizo de la suya propia, sino a las frustraciones o fracasos de la vida, y  esa palabra señala aquello que hay que aguantar porque no queda otra. Ya sé que es sólo cuestión lingüística, pero ¿por qué no reservar la palabra Cruz para expresar su amor por nosotros?, o para señalar cómo nosotros participamos con él al esforzarnos con nuestros defectos, al ayudar a quien sufre, o la participación en el dolor del Señor o en su aparente fracaso, al trabajar con alegría y honradez, a la valentía de dar testimonio de la fe ante los demás, de esperanza en Dios en medio del dolor. Entonces nuestro sufrimiento no sería simple aguante estoico, sino que se parecería al testimonio de los mártires, que participaron de la Cruz del Señor.
Entonces la palabra Cruz cambiaría semánticamente, sería expresión del triunfo del amor verdadero. Y nos sentiríamos orgullosos de llevarla en pos del Señor cada día.