martes, 12 de febrero de 2013

Vocación. A quién llama Dios



Simón contestó:
- «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
- «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»

(Del capítulo 5 del Evangelio de San Lucas)

To 5C  2013
Dos vocaciones: Isaías y Simón Pedro
Hoy nos presentan las Escrituras dos elecciones de Dios, dos invitaciones divinas o, como solemos decir nosotros, dos vocaciones. Una de ellas está en el origen del ministerio del profeta Isaías (que vivió la segunda mitad del s. VIII aC). La otra  está se refiere a Pedro, la roca escogida por Jesús para fundamentar la Iglesia. Hay bastantes diferencias entre ambas, aunque la liturgia las coloque hoy aquí juntas con toda intención. En efecto, la elección que Yahveh hace de Isaías ocurre en medio de una visión sobrecogedora del mundo divino; la elección de Pedro, en cambio, ocurre a orillas del lago, a propósito de un suceso –una pesca extraordinariamente efectiva- cuyo carácter divino apenas lo percibe nadie, excepto los interesados. Dios llama de muchos modos… También ahora. Dios necesita gente que haga cosas, mucha más gente de lo que tendemos a pensar. Y se revela y llama. Seguro que a algunos de los que estáis aquí.
A quién llama Dios
En medio de las muchas diferencias entre ambos sucesos, se pueden apreciar dos cosas en que coinciden: tanto Isaías como Pedro, cuando perciben que la mirada divina se ha fijado en ellos, se ven inmediatamente inapropiados para la revelación y  para la misión que intuyen que lleva implícita. Isaías se horroriza al considerarse “un hombre de labios impuros”, sucios, manchados. No tiene sentido ponerse a hablar en nombre de Dios: nadie le escuchará, a nadie le parecerá coherente (al menos, así piensa él mismo). Pedro, por su parte, con ocasión de la pesca maravillosa, percibe en Jesús un algo divino, que también le sobrecoge. Piensa que Jesús se equivoca al introducirle en su misión y se lo dice con plena humildad: no te equivoques respecto a mi persona, yo no soy más que un pecador. Pero Jesús parece conocerle más de lo que él piensa: “No temas”, le dice, “no me estoy equivocando contigo y sé perfectamente quién eres…”
Este contraste entre la llamada y las expectativas del hombre es casi una constante en la Escritura. La llamada siempre tiene algo de sorprendente e inesperado, y es precisamente este carácter una de las pruebas de su autenticidad: no es un capricho del hombre, no hay una inclinación previa –como en lo que s suele llamar, por ejemplo “vocación” profesional-. Ese carácter sorpresivo de la llamada a la tarea, refleja también el carácter no del todo natural de aquello que pide.  Mientras que el que los interesados encuentren el obstáculo de su impureza, de su pecado, indica a su vez -tal vez- que Dios escoge para lo que necesita instrumentos no diré inapropiados (sólo él puede saber eso), pero sí desproporcionados. Os conviene tenerlo presente. Cuando os elige, no lo hace porque seáis especialmente listos, ni siquiera especialmente buenos. Y, aunque desde luego no cabe pensar que lo haga arbitrariamente, tampoco podríamos afirmar que es por esto o por aquello. Como en tantas cosas, “Dios sabe más”, Dios sabe el por qué.
A qué llama Dios
La llamada es una elección para una misión. Una llamada que es revelada de algún modo a su destinatario, para así pueda “responder”: pueda comprometerse con ella y poner su parte en su realización. Ser cristiano es ya una elección y una misión, por eso también una vocación genuina, a la que en algunos momentos de la vida hay que responder personalmente y comprometidamente. Pero además de esa vocación, que todos vosotros habéis recibido, Dios os llama en el corazón a muchos de a que realicéis alguna misión concreta, o a que le entreguéis algo de vuestro ser.
Cómo percibir la vocación
Claro que la revelación de la propia vocación sólo se percibe en un clima espiritual de oración –de familiaridad con Dios- y de honradez, de seguridad en que él sigue pasando junto al lago, o sea de una fe viva. Si uno no cree, tampoco escucha, excepto si tocan las trompetas del juicio… pero Dios no obra de ese modo; quiere amigos y gente libre que le siga, no esclavos atemorizados. “Cuando te venga la inspiración, que te encuentre trabajando”, decía un pintor muy famoso. Cuando el Señor te busque –te digo yo-, ojalá pueda encontrarte preparado. No estés dedicado a tus egoísmos, dormitando en tus vicios, sordo ante lo sobrenatural por tu falta de trato con Dios.

jueves, 7 de febrero de 2013

Un Himno al amor verdadero



Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha 
(Primera epístola a los corintios, cap 13. Domingo 3 del Tiempo Ordinario C)
Ya veis cómo la homilía de Jesús en su pueblo, en Nazaret, no terminó bien. ¿Qué ocurrió para que se suscitara esa agria discusión con sus paisanos? Tal vez podamos intuir la razón en esa parte de diálogo: “seguro que me aplicáis el refrán… haz aquí lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Tal vez aquellos oyentes estaban más interesados por verle realizar un prodigio que en entender lo que les estaba revelando sobre su persona. Lo mismo que nos ocurre a nosotros: nos interesa más que Dios realice lo que le pedimos, que oír lo que tiene que decirnos. Jesús se asombra de su poca fe y precisamente esa falta de fe le impide realizar lo que están esperando con tanta ansia… ¡Paradojas de la fe! 
Pero hoy nos ha llamado la atención la lectura del capítulo 12 de la primera de san Pablo a los Corintios. Es un texto bastante conocido, impresionante por su elocuencia. Unas consideraciones sobre la caridad, hechas a propósito de los carismas -los dones- que Dios repartía por entonces a aquellos recién convertidos.
Aunque tuviera una gran fe, aunque repartiera todos mis bienes, aunque tuviera dotes para enseñar a los demás… Aquellas personas, a las que Pablo casi no había tenido tiempo de instruir, recibían una ayuda especial del Espíritu santo para construir la iglesia naciente, pero también estaban expuestos a la vanidad, a la rivalidad, a la exageración, al fingimiento… y san Pablo les señala un “camino” mejor de edificar la Iglesia; les ofrece sutilmente una “piedra de toque”, un criterio para discernir, un “carisma” o un don, que supera a los demás y sin el que los demás no sirven para nada: si os falta entre vosotros la caridad –les dice-, ¿de qué me sirven vuestros talentos?
Todo esto nos puede producir admiración o emoción (sobre todo si se traduce “caritas” por “amor”), pero dejarnos fríos, en cuanto que estamos lejos de esos “carismas” de la “profecía”, las “lenguas”, etc. Pero veamos: apliquémoslo a nuestros talentos, a nuestros valores, a nuestros principios, a nuestra posición. Pensemos en esos dones que sí nos hacen considerarnos afortunados, , más o menos útiles, valiosos; metas a las que aspiramos en la vida: de trabajo, de posición… cosas ciertamente buenas, convenientes. Y oigamos ahora a san Pablo: “Sí, pero si no sabes querer, si no eres capaz de darse,  si no te preocupas más que por tu familia, si sólo estás interesada en que triunfen tus hijos…” Ahí tienes que aplicar ahora a san Pablo.
De otro lado, aunque sea bueno pensar qué hacemos a nivel de cooperación con los males del mundo, de los necesitados,  pero bajemos un poco también el punto de mira; piensa en la gente que tienes a tu lado: tu mujer, tu padre, tu hijo, el oficinista, el adversario, en empleado, el jefe…Tienes a tu lado gente. Por qué no ir directamente a por ello: a amar, a querer, a cuidar, a escuchar, a ayudar, a aguantar, a servir… ¿Por qué no levantarme por la mañana y preguntarme: qué es lo principal que voy a hacer hoy, para responder “querer a mi hijo, servir en casa, ayudar a la gente en la oficina, tratar bien a los que circulan conmigo por la calle”?
Y cuidar el lenguaje. ¿Por qué insistir tanto? ¿Por qué desesperarnos por nimiedades? Por qué creer que nuestros hijos son unos disminuidos a los que hay que hablar siempre recordando que todo son torpes, no como nosotros? ¿Por qué hablar a mis padres como si no les debiéramos nada? Por qué pasar completamente de ese empleado al que nunca le he preguntado? ¿Por qué dar un bufido a un subordinado en vez de interesarnos por su familia o por si le pasa algo? ¿Por qué criticar lo que hacen los políticos, quejarnos de los jueces, de los periodistas, de los emigrantes, de los curas… y no cumplir nuestro deber o cumplirlo por los pelos y sin una visión de servicio a todos, sino encerrándome en lo que la autocomplacencia?
Lo bonito de este himno es que desciende a una descripción psíquica maravillosa de las consecuencias de la caridad en el corazón, que nos puede servir casi como una pauta de examen de conciencia…
Hermanos míos: no es el amor una cualidad con la que soñar; no es la caridad una virtud para alabar en las misioneras de la Caridad: es el supercarisma, lo que vale más que todos tus talentos, con los que podrías servir al Señor. Hay que probarla. Podemos hacer esta prueba, levantarnos y decir: voy a vivir la caridad, voy a ponerla en el centro de mi vida, de mi pensamiento. Te aseguro que darías un vuelco insospechado a tu vida. Y serías feliz.


domingo, 3 de febrero de 2013

¿Socioeconomía o teología?

WILLIAM T. CAVANAUGH pertenece a esa generación de nuevos teólogos estadounidenses y europeos que son capaces de descubrir nuevos lenguajes para viejos temas, que estaban excesivamente lastrados en el ámbito académico.
Este es un libro de economía y de teología espiritual. En el mundo de la teología práctica (moral), no todo el mundo se ha atrevido a poner en cuestión la postura moral del liberalismo ni la antropología subyacente a la economía de mercado y su ortodoxia. Al menos, no lo han hecho sin caer a la vez en las falacias del idealismo de las izquierdas políticas, que es como salir de Guatemala para entrar en Guatepeor.

Autor de títulos tan provocativos como "Tortura y eucaristía", Cavanaug, enseña en la universidad de Santo Tomás, en Saint Paul, Minessota. Está casado y tiene tres hijos. Es católico.