Cuar 1 Jesús en el
desierto
Jesús sufre la
tentación: al hacerse realmente hombre, Dios sufre el acoso de Satanás, como
todos los hombres; como Adán y Eva en el Paraíso; como cada uno de nosotros. Nos
lo recuerdan al comienzo de la Cuaresma, que no deja de ser como una narración
del comienzo de todo, de la Historia de la humanidad.
Así, pues, el Hombre y
cada hombre, es acosado por esta realidad misteriosa y maligna, por este
personaje, que es real, y por el resto de sus partidarios, rechazados por Dios
(o mejor, al revés) al Principio de todo. Rechazado por un Dios a que no conoce
ni puede ver. Un Dios al que desprecia y al que desea dañar; cosa que intenta
conseguir acosando a su otra creación: el mundo y el hombre. Él es homicida
desde el principio, afirma Jesús. También dice de él que es padre de la
mentira, el gran mentiroso.
Satanás ha sido vencido
definitiva y radicalmente por Cristo: se ha
terminado su poder, el poder de las tinieblas. Ha sido vencido, pero el
hombre es incitado por Satanás, está aún a su alcance -como antes de la caída-
mediante la mentira. Y también mediante el poder que conserva sobre acontecimientos
y sobre las personas que aceptan su seducción. Esa es su fuerza; nuestra
debilidad es su fuerza.
Por eso suele enseñarse
en la catequesis que los enemigos del hombre son tres: el mundo, el demonio y
la carne; no sólo el demonio. Aparte de él está impulso que recibimos de otros,
de sus incitaciones, de su mal ejemplo... de sus escándalos (no solamente
sexuales, también intelectuales, o de liderazgo…). Y la carne: nuestra debilidad ante lo placentero, que nos
empuja a la traición: a desentendernos del dador de los bienes, a abusar sin
más de esos bienes, a usarlos incluso contra los demás. Ocurre esto en la
comida, en la bebida, en el sexo, en el uso del dinero, de los bienes en
general: los coches, las casas, los objetos, las oportunidades…
Satanás existe y se
sirve del mundo y de la carne, del bien creado. Es una especie de providencia,
pero en negativo. De igual modo que Dios es capaz de servirse de cualquier
cosa, incluso del mal, para sacar un bien, así el demonio es capaz de servirse
de cualquier cosas, incluso del bien, para sacar un mal.
Por fortuna existe
también el ángel que sirve a Jesús, al Hijo; existe la oración: la Providencia,
el Padre que escucha ese “líbranos del mal, no nos dejes caer en la tentación”.
Pero tiene que ir unido
a la serena fortaleza de rechazar nítidamente el mal: no sólo de pan vive el
hombre… Usando sobre todo la propia Palabra con que Dios nos ha dado su fuerza;
también las luces de su esposa la Iglesia. Luces que brillan siempre en nuestra
conciencia formada por la gracia y por su palabra.
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