En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros (Del capítulo 10 del evangelio de san Lucas)
Hoy
quiere la liturgia que hablemos de los dones mesiánicos -la paz, entre ellos-, tanto en el anuncio de Isaías que hemos escuchado, como
en ese momento dulce de la vida del Señor que nos describe el evangelio, que fue la primera misión, llevada a término por los setenta y dos discípulos que envió a preparar su camino. Hay en la narración un punto de
euforia, y no tiene porqué sorprendernos: ¡Dios es siempre vencedor y el bien tiene en él la última palabra! El evangelio es evangelio, buena nueva. Y si es verdad que nos habla a menudo del
misterio del sufrimiento, o de las derrotas y las dificultades, también nos habla del poder de Dios, que llena de alegría el corazón. La omnipotencia de Dios es nuestra esperanza, como escribió B16.
Ante todo decid: "Paz a esta casa"
"Cuando entréis en una casa, decid ante todo: ¡paz a esta casa!"; o sea, cuando proclaméis el evangelio, anunciad la paz, sembrad la paz, dad la paz. "No como el mundo la da os la doy yo", dice en otra ocasión. Efectivamente, "Shalom" es el saludo habitual entre los judíos. No me refiero -viene a decirles Jesús- simplemente de que saludéis a la gente con la paz, sino que seáis gente de paz, gente que da la paz, que siembra paz. "Bienaventurados los que pacifican, porque serán conocidos como 'los hijos de Dios'"; dirán de ellos: 'mira, ahí va un hijo de Dios, uno de su familia'... Sembrar paz: en el corazón de nuestros amigos, entre jefes y súbditos, entre naciones, entre culturas, en el ámbito político...
Pero, ¿es posible realmente la paz? Cuando se piensa friamente, uno tiende a pensar que no. Y no sólo por la presencia del pecado, del rencor, el abuso, la injusticia, sino incluso por la simple contraposición de intereses, y por el inevitable vacío interior que produce una inevitable ansiedad del alma, ya que "nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro corazón se siente inquieto mientras no descansa en ti...", dice san Agustín. O, como cantan los de U2:
I have climbed highest mountain
I have run through the fields
I have scaled these city walls
But I still haven't found what I'm looking for.
Danos tú la paz
¡Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la
paz!, cantarán estos dentro de un rato: la paz del corazón. No es ya la paz de todas las cosas, en todo el mundo; pero es el comienzo. Es el don mesiánico, el que llevan dentro de sí los convertidos al Reino: “La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo”. Y entonces sí: cuando entréis a una casa, anunciad: paz
a esta casa, a esta familia, a estos amigos, a este pueblo. Señor, danos la paz para que llevemos la paz.
“En el mundo tendréis tribulaciones, pero confiad: yo he vencido al mundo”, les dice el Señor. San
Josemaría afirmaba que sin lucha interior no podía haber paz. La paz verdadera sólo puede ser fruto de del triunfo de la justicia, no de la opresión; y la paz espiritual no viene sin luchar contra el
mal: "la paz es consecuencia de la guerra", de la guerra contra el mal. El que no opone ninguna resistencia acaba
dominado. Es preciso luchar contra el mal que nos pretende ahogar, contra el
mal que sufren nuestros hermanos, oponerse al reino del pecado: "¡venga tu Reino!". Y hay que empezar por uno mismo: vencer la pereza,
vencer el egoísmo, vencer la curiosidad, vencer el egocentrismo, el amor
propio. "Empieza la purificación por mi santuario", dice Yahveh en Ezequiel al ángel vengador.
..."Pero, ¡confiad!". Hay que pelear contra el mal, pero también contra la desesperanza y el
desánimo. “En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al
mundo”. ¡Danos la paz! Danos tu paz: la confianza en tu poder, en tu bondad, en
tu vocación, en tu voluntad, en tu sabiduría. "No como la da el mundo os la doy yo...": esa paz no existe en realidad, ni
puede existir ahora. Pero sí tendréis paz en tu interior, en tu relación con Dios y
tus hermanos; y serás capaz de darla dondequiera que vayas.
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