Cuar 2 a Transfiguración
Hoy, en este segundo tramo del camino, que va tan rápido, se nos da cuenta de este episodio de la vida de Jesús, un tanto extraño (para nosotros): cómo toma a tres de los discípulos-apóstoles, les invita a una especie "excursión" (tal vez se trate de subir al monte Tabor, o quién sabe si no fue al Monte Hermón),
y allí, mientras están adormilados, les ocurre eso tan sorprendente que solemos llamar la "transfiguración" de Jesús: Jesús aparece luminoso y sereno, lleno de gloria entre los dos grandes de Israel: Moisés y Elías, y conversa con ellos sobre el choque y "derrota" que se avecinan en Jerusalén… Al descender, aquellos discípulos se sienten completamente intrigados y preguntan tal vez sin parar. Jesús les pide que, cuando lleguen abajo, no hablen del asunto por el momento. Ellos lo saben, claro, pero nosotros ya sabemos que esos tres son los mismos que presenciarán la agonía de Jesús en Getsemaní. Suele decirse que Jesús, que tal vez sí lo sabía, les preparó de este modo para el escándalo que sufrirían al contemplar vulnerabilidad e "impotencia" de Jesús durante la Pasión. La voz y la acción del Padre les aseguran ahora: "Si, no lo dudéis: es realmente mi Hijo, tanto ahora que le veis glorioso como cuando le contempléis roto por el dolor y la tortura".
La fortaleza de Dios
A mi me gusta también pensar que tal vez el Padre quiso fortalecer al propio Jesús, a su santísima humanidad, y no sólo a los discípulos. En cualquier caso, desde el punto de vista de la narración, parece claro que estamos en el momento en que Jesús comienza a tener presentimientos claros del "fracaso", y empieza a anunciar y a afrontar su Pasión, de la que Pedro tratará de apartarle. Y pienso que también a nosotros nos consuela el Padre, a la vez que nos pide que afrontemos nuestro destino con gallardía. En muchas ocasiones en el Escritura, las intervenciones de Dios no se dirigen tanto a librar a sus amados del peligro, sino a animarles a afrontarlo con valentía y generosidad. Cuando, por ejemplo, los israelitas se quejan durante la travesía del Sinaí de la dureza del viaje, el Señor se irrita de esas quejas -aunque luego realice milagros para aliviar la penuria-, y puede que eso nos extrañe, pero es que tal vez Dios, que nos protege en nuestras necesidades, nos pide sobre todo que, llenos de amor, alegría y esperanza en él, seamos fuertes para afrontar nuestra misión.
El pequeño escándalo
Sin embargo, como Jesús con sus amigos y discípulos, nosotros deberíamos preocuparnos también de fortalecer a los demás. En primer lugar procurando no escandalizarlos, no darles mal ejemplo. Y no pensemos en el "escándalo" como un mal ejemplo direct
o y grave, en cosas gordas; también damos mal ejemplo cuando nunca damos uno bueno. Damos mal ejemplo y escandalizamos cuando somos un poco rastreros en el planteamiento de nuestro día a día: cuando no hay nunca arranques de generosidad en la ayuda a los que conviven con nosotros y siempre estamos reivindicando el "te toca a ti", "yo ya hago mucho", "a mí no me han dicho nada"; cuando somos comodones, cuando no pensamos nunca en el programa que le puede interesar al otro, cuando nunca nos acercamos a los demás en el trabajo a interesarnos por ellos, cuando somos blandos y nos falta valentía o visión a largo plazo para educar a los hijos... en una palabra: cuando no hay arranques que provoquen en los demás un "yo querría también ser como vosotros, los discípulos del Señor".
Hoy, en este segundo tramo del camino, que va tan rápido, se nos da cuenta de este episodio de la vida de Jesús, un tanto extraño (para nosotros): cómo toma a tres de los discípulos-apóstoles, les invita a una especie "excursión" (tal vez se trate de subir al monte Tabor, o quién sabe si no fue al Monte Hermón),
y allí, mientras están adormilados, les ocurre eso tan sorprendente que solemos llamar la "transfiguración" de Jesús: Jesús aparece luminoso y sereno, lleno de gloria entre los dos grandes de Israel: Moisés y Elías, y conversa con ellos sobre el choque y "derrota" que se avecinan en Jerusalén… Al descender, aquellos discípulos se sienten completamente intrigados y preguntan tal vez sin parar. Jesús les pide que, cuando lleguen abajo, no hablen del asunto por el momento. Ellos lo saben, claro, pero nosotros ya sabemos que esos tres son los mismos que presenciarán la agonía de Jesús en Getsemaní. Suele decirse que Jesús, que tal vez sí lo sabía, les preparó de este modo para el escándalo que sufrirían al contemplar vulnerabilidad e "impotencia" de Jesús durante la Pasión. La voz y la acción del Padre les aseguran ahora: "Si, no lo dudéis: es realmente mi Hijo, tanto ahora que le veis glorioso como cuando le contempléis roto por el dolor y la tortura".
La fortaleza de Dios
A mi me gusta también pensar que tal vez el Padre quiso fortalecer al propio Jesús, a su santísima humanidad, y no sólo a los discípulos. En cualquier caso, desde el punto de vista de la narración, parece claro que estamos en el momento en que Jesús comienza a tener presentimientos claros del "fracaso", y empieza a anunciar y a afrontar su Pasión, de la que Pedro tratará de apartarle. Y pienso que también a nosotros nos consuela el Padre, a la vez que nos pide que afrontemos nuestro destino con gallardía. En muchas ocasiones en el Escritura, las intervenciones de Dios no se dirigen tanto a librar a sus amados del peligro, sino a animarles a afrontarlo con valentía y generosidad. Cuando, por ejemplo, los israelitas se quejan durante la travesía del Sinaí de la dureza del viaje, el Señor se irrita de esas quejas -aunque luego realice milagros para aliviar la penuria-, y puede que eso nos extrañe, pero es que tal vez Dios, que nos protege en nuestras necesidades, nos pide sobre todo que, llenos de amor, alegría y esperanza en él, seamos fuertes para afrontar nuestra misión.
El pequeño escándalo
Sin embargo, como Jesús con sus amigos y discípulos, nosotros deberíamos preocuparnos también de fortalecer a los demás. En primer lugar procurando no escandalizarlos, no darles mal ejemplo. Y no pensemos en el "escándalo" como un mal ejemplo direct
o y grave, en cosas gordas; también damos mal ejemplo cuando nunca damos uno bueno. Damos mal ejemplo y escandalizamos cuando somos un poco rastreros en el planteamiento de nuestro día a día: cuando no hay nunca arranques de generosidad en la ayuda a los que conviven con nosotros y siempre estamos reivindicando el "te toca a ti", "yo ya hago mucho", "a mí no me han dicho nada"; cuando somos comodones, cuando no pensamos nunca en el programa que le puede interesar al otro, cuando nunca nos acercamos a los demás en el trabajo a interesarnos por ellos, cuando somos blandos y nos falta valentía o visión a largo plazo para educar a los hijos... en una palabra: cuando no hay arranques que provoquen en los demás un "yo querría también ser como vosotros, los discípulos del Señor".