jueves, 22 de mayo de 2008

EL PERDÓN Y LA PAZ

Este artículo critica la precipitación y desconsideración con que algunos organismos de la diócesis de Bilbao propusieron acciones pastorales encaminadas a promover la reconciliación ante el proceso de tregua y negociación que tuvo lugar durante esos meses.
(Publicado en el diario 'El Correo', de Bilbao, el Domingo 25.II.2007 )

En la encíclica “Sobre el amor cristiano”, publicada por el Benedicto XVI hace ahora un año, se recoge la objeción que una parte del mundo moderno hizo a la caridad cristiana, y que podría resumirse así: más que caridad, el hombre necesita que se le haga justicia; y, más que contribuir con ‘obras de caridad’ a mantener condiciones injustas existentes, lo que haría falta es crear un orden justo en el que no hagan falta las obras de caridad. Respondiendo a esta crítica, el Papa reconoce que, efectivamente, en el actuar cristiano la justicia debería en cierto modo tener precedencia sobre la caridad. Y no es que esté por encima, pero sí antes. No es que pueda llegar a hacer superflua la caridad (‘el amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa’), pero la hace auténtica. En cambio, encubrir con el nombre del amor cristiano la falta de compromiso con la verdad y con la justicia, sería una especie de sarcasmo.
La paz, el perdón, la reconciliación son indiscutiblemente categorías evangélicas relacionadas con el amor cristiano, y poseen una radicalidad y belleza moral maravillosos. Pero, precisamente por eso, me parece que había que referirse a ellos con prudencia a la hora de aplicarlas a la actual situación política. Por ejemplo, no sé si es bueno aplicar sin más la bienaventuranza de los pacíficos a los que promueven el opinable ‘proceso de paz’; entre otras razones porque, desde el punto de vista teológico, los únicos que probablemente merecen aquí la bendición evangélica de los pacíficos sean las víctimas que han sufrido sin vengarse ni reclamar venganza, marginados y casi avergonzados. Además, en el análisis y el sentir de muchos ciudadanos creyentes, al hablar de ETA no estamos hablando de un conflicto político (aunque lo hubiera) de dos partes enfrentadas, con más o menos parte de razón por ambos lados, en el que haya que hablar y predicar sobre la comprensión, el perdón y la reconciliación entre ellas, sino de una organización que ha ejercido unilateralmente una violencia injusta para imponer una especie de proyecto político. Para esos ciudadanos, más que de hacer la paz se trataría de que les dejen (nos dejen a todos) en paz y en libertad. Y están en su derecho de verlo así. Predicar sobre este asunto en términos de dos contendientes iguales a los que se pide por favor y en nombre de Cristo que se reconcilien y se pongan de acuerdo pacíficamente, ha producido en muchos la misma impresión de sarcasmo, incoherencia y casi burla a la que me refería antes al hablar de la relación entre caridad y justicia. Podrían decir, tal vez con razón: ‘¿por qué no se posicionan ustedes, sin más y netamente, a favor de la libertad real de las personas, en defensa de esa parte de la sociedad que ha sido violentamente amenazada; de los extorsionados, los insultados, los asesinados..., en vez de hablarnos de construir una paz que por nuestra parte jamás hemos vulnerado? ¿cómo pueden hablarnos de esfuerzos por la paz a los que solamente hemos sido víctimas de la brutalidad?, ¿cómo se nos puede sugerir la reconciliación con quienes ni siquiera han dejado de amenazarnos?’.
Se habla de ‘la violencia’, como si fuera un mal estructural, sin culpables. Se habla en nombre de una sociedad que querría la paz, como si fuera víctima de una lucha entre dos grupos banderizos, cuando lo real es un grupo que -apoyado en una ideología demencial e inhumana- amenaza y hostiga a todo el que se atreve a discrepar, sin que una buena parte del resto los haya defendido netamente y con valentía. Aprovechamos las condenas para hablar de otras supuestas injusticias, más o menos reales, pero de otro orden, que podrían discutirse en otro ámbito -y, tal vez, en otras circunstancias-.
La fe cristiana y la gracia tienen tal fuerza que pueden y de hecho llegan a producir en el corazón el milagro del perdón. Pero la Iglesia como tal –fieles y pastores- debería instalarse netamente al lado del que sufre la violencia o su amenaza, y denunciar a los agresores; sin equívocas equidistancias; sin palabras demasiado ambiguas. Se necesitan valoraciones morales netas y enérgicas que quiten a los violentos y a quienes les justifican cualquier apariencia de comprensión. Por eso pienso que las palabras de Mons. Blázquez ante la Catedral de Santiago, exigiendo ‘a la organización terrorista ETA que desaparezca definitiva y totalmente, sin dilaciones ni contrapartidas’, y reconociendo que ‘las víctimas del terrorismo forman parte de la memoria de un horror, del que no somos del todo inocentes, ni como ciudadanos de este país ni como miembros de esta Iglesia local de Bizkaia’ habrán supuesto para muchos creyentes, entre otros, un consuelo.

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