To 6 b
Si tú quieres, puedes
limpiarme
La durísima ley profiláctica sobre los
leprosos, que se remontaba a Moisés, sirve de marco hoy a la maravilla de este
encuentro de Jesús con uno de ellos.
Al ver que aquel Rabbí cura a los enfermos
y expulsa a Satanás, nace en aquel hombre la fe en Jesús como verdadero Mesías
de Yahvé; y se acerca a él convencido de que Yahvé, que es padre de los pobres,
no le rechazará.
Con una maravillosa sencillez le dice: “Si
quieres, puedes limpiarme”. Es maravillosa la humildad y la confianza con que
pide, el abandono. ¡Qué lección para nosotros, para nuestras enfermedades! Sobre
todo para las enfermedades del alma: las que nos comen por dentro, nos sacan de
la comunidad, de la vida entre los hermanos…
Jesús tiene con este hombre un gesto
liberador y lleno de amor: lo toca sin reparo. Muestra su señorío sobre el mal
y su amor por los que lo sufren, premia su fe: queda limpio…
Así ha hecho la Iglesia (y sigue haciendo)
con los enfermos de lepra y de otras enfermedades que suponen un estigma
social, sin temor y a sus propias expensas. Uno de cada cuatro enfermos de sida
del mundo es atendido por una institución sanitaria católica. Esto es una
maravilla y así ha de ser siempre: es el evangelio encarnado.
Hablábamos de la Jornada del enfermo. Yo os
animo a que sigamos teniendo todo el año
esto muy presente, que no dejemos de promover el acompañamiento, la atención de
los enfermos, incluso de personas que no tienen que ver con nosotros; aunque
digo mal: porque son nuestros hermanos.
A la vez, no os olvidéis hoy de los que
tienen alguna enfermedad terrible del alma: alguna atadura que les impide volar:
rezad siempre por ellos, no os apartéis nunca de ellos: tocadles con vuestra
caridad.
Y si alguna vez somos nosotros los
‘agraciados’ por un mal moral que nos domina, no dudemos en ir al Señor con la
sencillez de este hombre: Tú puedes curarme, no me dejes, no pases por delante:
limpia mi corazón.
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