lunes, 15 de septiembre de 2014

La primera vez (adoración santa Cruz)

 En la fiesta de la exaltación santa Cruz

Hoy, 14 de septiembre, la liturgia celebra una fiesta en honor de la Santa Cruz. Es una fiesta litúrgica que no conmemora ningún acontecimiento ni a ningún santo; se celebra en honor de una cosa, un objeto concreto, de madera, viejo, roto y dividido ya casi hasta el infinito: el madero del que pendió Jesús agonizante, el que fue empapado con  su preciosa Sangre; aquel al que se abrazó María, roto el corazón por el dolor. Había sido encontrado -en una especie de hoya donde fue arrojado trescientos años antes, después de servir para la ejecución del Señor-, por Elena, madre del emperador Constantino. Tal día como hoy, el 14 de septiembre de el año 335, esa reliquia de la Pasión fue venerada por primera vez, depositada sobre la misma roca donde Jesús fue crucificado:. No era ya un instrumento de ejecución, ¡era la Santa Cruz!
Una historia real y emocionante
Esta emocionante historia había comenzado diez años atrás, en 325 (o sea ciento noventa después de la meticulosa profanación de los lugares de la pasión y resurrección de Cristo que el emperador Adriano ordenó hacer el año 135). Aquel año, habiendo coincidido en Éfeso, el emperador Constantino, preguntó al obispo de Jerusalén cuál era el estado de los lugares de la Pasión. Era  Constantino cristiano de corazón después de la batalla de Ponte Milvio. Había influido en él sobre todo su madre, Elena, de origen británico y cristiana.  Cuando el emperador conoció la historia de la profanación y supo que sobre el lugar se erigían dos templos paganos, uno dedicado a Zeus y otro a Venus, dio permiso a Macarios para abatirlos y hacer una excavación en busca del nivel de terreno original, y financió la construcción de una basílica que custodiara aquellas dos maravillosas reliquias: el Sepulcro donde Jesús resucitó y la roca del Calvario, que se hallaron a base de seguir las indicaciones de los grupos de cristianos que habían quedado en la Ciudad (llamada en esa época Aelia Capitolina). Las dos capillas principales se dedicaron a los dos acontecimientos: Anástasis (resurrección), sobre la tumba, y Martyrion (la muerte martirial de Jesús), cubriendo la roca del Gólgota. Mientras tanto, la madre del emperador, Elena, contentísima con la orden dada por su hijo, se había trasladado en persona a la ciudad para dirigir la búsqueda de las santas reliquias de la Pasión, hasta que las halló en la pequeña sima donde habían sido arrojadas tras la ejecución. Todo el complejo basilical se consagró el día 14 de septiembre del año 335 y durante aquella ceremonia se veneró por primera vez -con indecible emoción- la santa Cruz, colocada de nuevo sobre la propia roca del calvario.
La victoria de Cristo en nuestro interior
¿Por qué os cuento esto? Pues porque me parece una historia preciosa, que es parte de nuestra propia historia. Y también porque muchas veces -en el plano espiritual y simbólico- parece también como si Cristo fuera vencido y destruida su obra: en el mundo en general, o tal vez también en nosotros mismos, en nuestro interior, en tu alma o en nuestra comunidad: por el pecado, porque se apaga la fe, porque adoramos engañosos ídolos creados por nosotros mismos). Y sin embargo no es así, la debilidad del amor del Señor es sólo aparente: debajo de esa toneladas de tierra y piedras, de templos vacíos, dedicados al orgullo y a la sensualidad como si fueran dioses, estaba y sigue estando el amor de Cristo, dispuesto a emerger y sanar los corazones desgarrados o endurecidos. Así, el suceso nos recuerda que Cristo venció el mal con el bien, con el amor, expresado de modo tremendo en la entrega en la Cruz. Y también que dentro de nosotros, aunque cubierta con cualquier inmundicia imaginable, está la gracia del Señor esperando que excavemos y saquemos a flote los trofeos de su victoria, y los adoremos con el corazón lleno de gratitud y alegría.
Nosotros amamos la Cruz, que es signo del amor, garantía de la compasión y el perdón de Dios, recuerdo de la resurrección del Señor y promesa de la nuestra. Además, tenemos presente la Cruz, porque hoy sigue siendo Cristo crucificado en muchos discípulos suyos y queremos acompañar a esos hermanos que sufren. También nosotros -normalmente en cosas sin importancia- sufrimos y podemos unir nuestro sufrimiento al suyo, con su amor. Todo sufrimiento de un cristiano es santificable con él, desde entonces, ninguno es inútil, porque sirve para expresar el amor y la gratitud al Padre por sus dones.  No digamos ¡qué cruz! Pensemos: gracias, Padre, por tu bendición, por hacerme partícipe de la Cruz de Jesús.

1 comentario:

Begochu Al-bayyāzīn dijo...

Qué bueno!
Qué recuerdos tan recientes!
Qué herencia...