sábado, 5 de marzo de 2016

El famoso "joven rico"

(11 de oct 2015 TO 28 b)
Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: Una cosa te hace falta: anda, cuánto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme. Abatido por estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras.
(Del cap. 10 del evangelio según san Marcos)

Todos somos ricos en algo
Hermanos, el episodio que hoy nos trae el evangelio de san Marcos ha sido muy comentado, siempre ha llamado la atención. Es conocido como el pasaje del joven rico. Creo que Juan Pablo II escribió una carta a los jóvenes haciendo de él una glosa; tal vez considerando que, en realidad,  todos los jóvenes sois ricos, en el sentido de que tenéis la vida entera por delante y suficiente libertad para beber de ella a manos llenas. ¿No es eso la verdadera riqueza? Veis que la narración se divide en dos partes: la primera la ocupa el diálogo de Jesús con ese personaje, que le sale al encuentro para pedirle un consejo sobre su vida. La segunda nos da cuenta el vivo diálogo que el suceso provocó entre Jesús y los discípulos acerca de sobre la riqueza y el desprendimiento. El asunto nos atañe a todos. Aunque no nos consideremos lo que se dice ricos, todos somos ricos en algo, y puede que a todos nos pida el Señor dejar algo por seguirle. En realidad, todos tenemos cosas buenas de las que no nos gusta desprendernos y por cuya preocupación podríamos dejar a Jesús. Y es ahí está  el núcleo del diálogo de Jesús y lo que lo hace siempre significativo: ¡Todos somos el joven rico!

Jesús, cautivado por la inquietud del chico -como le puede estar ocurriendo con alguno de vosotros- le invita a seguirle y le pide que se desprenda de lo que hasta entonces ocupaba su vida, ya que -si acepta la invitación- ya no lo va a necesitar; es más, podría estorbarle. El chico se lo piensa mejor y rehusa en silencio. Como sabe que el impulso que le había empujado era hermoso y que Jesús ha quedado desairado, se aparta de allí entristecido. ¿No se esperaba una invitación así? ¿No deseaba en realidad un seguimiento? No sabemos. Pero el narrador aventura esta explicación: "Es que era muy rico". 
¿Y yo, hasta dónde estoy dispuesto a llegar? Puede que tu apegamiento no sea al dinero. Puede que sea simplemente a tu sueldo, o a los viajes, a la zona en que vivo, a la posición, a la fama o al entorno. O tal vez a la sabiduría, la fortuna o el prestigio... ¿Qué me frenaría, si Jesús ahora me dijera "¡Sígueme!"

Vocaciones
Al comienzo, la respuesta a la pregunta sobre "heredar vida eterna" es que guarde la ley moral, la ley de Dios. Pero cuando insiste,  mostrando así que siente un cierto afán de plenitud, se produce como un cambio en la actitud del propio Jesús: le miró y le amó, se prendó de él. Y le invitó a hacerse discípulo dejando atrás lo demás, como había invitado a aquellos cinco pescadores: "venid conmigo y a partir de ahora trabajad para mi, seréis pescadores de hombre..." Es la vocación a la entrega dentro de la Iglesia, la que la ha sostenido y sostiene a lo largo de la historia: el "ministerio" (o servicio), ya sea ordenado o carismático. Pidamos hoy que muchos sientan y escuchen la llamada. "La mies es mucha y los trabajadores pocos", dijo él. ¿Tú pides? Porque el que no pide, no recibe, ya que o no desea o no espera.

Podría decirse que esta vez al Señor su plan le salió mal. Y consuela pensar que no siempre le salen bien las cosas a Jesús, el Verbo encarnado. Y como entonces, igual ahora: no siempre respondemos como a él le gustaría. Es más, pocas veces respondemos. El mundo sigue necesitando a los discípulos. Una visión simple de la fe hace pensar que cuando una cosa no sale como Dios quiere es que en el fondo no lo quería. Así llegarían a la aberración de pensar que Dios en el fondo quiere los crímenes que cometemos los hombres, que son voluntad de Dios. Y luego añaden escandalizados: ¡cómo puede Dios permitir esto o aquello! Confunden la Voluntad de Dios con su Providencia, capaz de sacar bien incluso de nuestros errores y maldades, cuando rectificamos. Dios no quiere el mal jamás. Otra cosa es que su providencia sea capaz de conducir "todo al bien de los que le aman", como reflexiona san Pablo. Así, Dios quiere vocaciones. Que haya pocas no quiere decir que no las quiera. Dios llama. Lo que hay es poca gente dispuesta a escuchar. "Poniendo en él su mirada, le amó…" ¡Ojalá me dejase yo mirar, amar!

¿Excluido del Reino?
La segunda parte es el diálogo con los discípulos. Comentan lo sucedido con un deje de pena. Entonces él les revela algo que les sorprende: la dificultad de los ricos para entrar en el Reino. Y no porque se lo prohiba nadie, sino porque no dan el paso. No es cuestión de que Dios les corte el paso, sino que ellos no lo dan. No que no llame, sino que los llamados no quieren. Ya hemos explicado muchas veces que cuando Jesús habla del Reino no se refiere sólo al futuro, sino también al presente, a la presencia ya actual del Reino. Jesús les viene a decir: cuando uno es rico, a menudo se apega a los bienes que Dios le da, no quiere soltarlos ni aunque él se los pida porque piensa que son suyos, y que Dios no le puede dar la seguridad que esos bienes le dan (¡el dominio del futuro! Aunque no sea verdad...); piensa que en realidad la aventura de Cristo no le puede en realidad llenar ni dar seguridad; y entonces uno se distancia; es decir, no entra en la lógica del reino. Está dispuesto a pedir, a rezar, pero no a dar.
Cambiar esta mentalidad es muy difícil. Los apóstoles lo dicen con total sencillez. "Para los hombres, imposible -reconoce Jesús-, pero no para Dios. Dios lo puede todo", incluso cambiar nuestra mentalidad.

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