jueves, 30 de junio de 2016

Tres personas, un Dios

(Santísima Trinidad. 22 de mayo de 2016)
Hoy la Iglesia admira, asombrada porque es desconcertante para la razón, el misterio de la existencia de una trinidad personal en Dios. Jesús lo reveló con gran sencillez; con esa sencillez con que las cosas son, sin más, antes de cualquier reflexión sobre ellas. Discutiendo en cierta ocasión con los doctores en Jerusalén sobre si él tenía o no autoridad para predicar públicamente, mencionó la autoridad recibida de su Padre, y reforzó aún más su argumento afirmando: "Yo y el Padre somos uno, somos una sola cosa". Algo parecido ocurre durante la Cena. Uno de los discípulos -Felipe- ante el tono de despedida que tiene el discurso de Jesús, le pide: Muéstranos al Padre y ya sería suficiente... A lo que Jesús, un tanto sorprendido por la petición, le responde: Felipe, quien me ve a mi, está también viendo al Padre: el Padre está en mi, y yo en el Padre. Más tarde les anuncia: El Padre os enviará un nuevo paráclito que permanecerá con vosotros y os conducirá hasta la plenitud de la verdad… Así es como hemos sabido los hombres que Dios, el ser divino, esa energía que ha creado e impregna cada átomo del cosmos, ese Ser a cuya imagen fuimos creados, no son una sino tres personas: Padre, Hijo, Espíritu Santo. Por eso nosotros decimos: Gloria a Dios, pero también: Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo. Recuerdo que pronunciando estas palabras falleció mi madre.

Misterio para la razón
A nosotros nos resulta chocante la existencia de tres personas que no sean a la vez tres seres diferentes, aunque entendemos que dos personas pueden quererse tanto y estar tan unidos que, siendo dos seres diferentes viven como una misma vida por el amor que tienen y que les une. También nosotros, hechos a su imagen y semejanza sólo alcanzamos la plenitud cuando damos y recibimos el amor. Y nos destruye el odio, el desprecio o la soledad. Estamos hechos para amar y ser amados. De tal manera que el que no ama a duras penas es amado, y el que no es amado tampoco consigue amar. Y al hablar de amor no me refiero al simple amor de atracción, sino al de donación, respeto, apertura del yo…, al amor generoso.
Por amor nuestro el Padre pidió al Hijo que se hiciera hombre y que viviera con nosotros, que nos enseñara, que se hiciera nuestro modelo. Y también nos donó al Espíritu divino, para que nos inspirase y sanase. Decir "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo" al comenzar algo es querer que eso sea así, que seamos amigos de Dios en todo lo que hacemos. Es maravilloso modo de comenzar, de salir de casa o de llegar, de tomar una decisión. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu santo. Fenomenal modo de terminar todo, de vivir como Jesús.  

miércoles, 29 de junio de 2016

Ven, Espíritu Santo

(Pentecostés, 15 de mayo 2016)



Hoy se celebra de rojo en recuerdo de las llamaradas de fuego que aparecieron sobre los discípulos reunidos con María y con los Doce. No se manifestó como una paloma, sino como un fuerte y repentino viento, y especie de lenguas de fuego que se dividían y se posaban sobre cada uno. Quedaron transformados por dentro; ya no fueron nunca los mismos… Y, juntos, fueron la Iglesia. Viva desde entonces; nunca desaparecerá. Hubo persecuciones, divisiones, errores y meteduras de pata. Se hicieron mejor o peor las cosas. Hubo santos y pecadores (o mejor, pecadores santos, y pecadores que se quedaron con su pecado…) Pero siempre se cumplió lo que Jesús había dicho un día a Pedro: “ni el poder del infierno podrá con ella”.

Recibieron "todos" el Espíritu santo
Recibieron todos el Espíritu santo. Suelen representarse los 12 junto a María, pero con María estaban los demás discípulos y discípulas. Por eso a todos se nos transmite en la en el sacramento de la Confirmación. Todos lo recibimos. En oriente el sacramento se otorga inmediatamente después del bautismo incluso a los niños. En occidente, cuando se trata de un niño, se espera a que sea mayor, y se le invita a que responda, que renueve las promesas bautismales personalmente… En cualquier caso, un cristiano sin Confirmación está como a medio hacer, es igual que un bautizado que no nunca hubiera comulgado. Son los tres sacramentos los que "hacen" al cristiano, lo completan. Si hay aquí algunos sin confirmar, gustosamente les invito a hacer la catequesis el próximo año y recibiréis el don del Espíritu santo también: "sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu santo'...
Por supuesto, recibir simplemente los sacramentos no lo es todo para ser cristiano. Los sacramentos son como toques de Jesús en el alma -como cuando tocaba a un enfermo para sanarlo-, pero luego hay que caminar: "levántate y anda", camina. Camina hacia el cielo, o sea, hacia la perfección cristiana: revístete de la caridad de Cristo, anuncia su evangelio, santifica tu trabajo, fórmate en el conocimiento del evangelio y la vida de la Iglesia.
Hablar lenguas, hablar con obras
Salieron los discípulos a la calle ante el asombro de todos, que les entendían cada uno en su lengua. Termina la Pascua: Salgamos de aquí a anunciar el Evangelio con nuestra palabra y nuestra vida. Es el lenguaje que todos entienden; es la lengua del corazón, de la caridad, de la honradez, de la generosidad...


Ascensión. ¿Ver para creer?

 (La ascensión del Señor al cielo. 8 de mayo 2016)

Echar de menos a Jesús      
En la generación de nuestros padres  y abuelos se decía: "Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión". Efectivamente, aunque lo celebramos hoy, domingo, veis que San Lucas cuenta que este suceso del que fueron testigos los discípulos, la ascensión de Jesús al cielo, ocurrió cuarenta días después de la resurrección, tal día como el pasado jueves. Quizá precisamente por no celebrarlo el jueves no haga hoy buen tiempo... Así, pues, Jesús, desde un jueves como el pasado dejamos de verte con estos ojos, dejamos de ver tu figura, la figura de tu cuerpo; y de oír el sonido de tu voz, y ver la sonrisa de tu boca y percibir el calor a tu vera. Desde entonces sólo te vemos como te vemos ahora: tras la figura de este pan del que un día dijiste: "Tomad y comed, porque esto es mi cuerpo". O cuando escuchamos tus palabras en la proclamación del. "No es fácil, en realidad, acostumbrarse a la ausencia física de Jesús. Echamos de menos su palabra humana, su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de hacer el bien. Querríamos volver a mirarle de cerca, cuando se sienta al lado del pozo cansado por el duro camino, cuando llora por Lázaro, cuando ora largamente, cuando se compadece de la muchedumbre. Siendo Dios, se hizo hombre, perfecto hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de nosotros, para ir al Cielo. ¿Cómo no echarlo en falta? (S. Josemaría Escrivá)
Pero querría plantearos una pregunta: ¿Lo reconoceríamos si estuviera entre en medio de nosotros? ¿Reconocemos "al que viene en nombre del Señor" cuando llega? Porque lo cierto fue que muchos de los que veían tu cuerpo, escucharon tu voz y palparon tus manos, no creyeron, no distinguieron nada especial, no se dieron cuenta de con quien hablaban… Hombre, diréis, si viéramos los milagros... Pero recordad su queja: "Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen… se ha endurecido su corazón…"

Cambiar yo, para poder descubrirle vivo
Podríamos también argüir: ¿Y por qué no se nos hace ver más claramente? Pero en seguida me doy cuenta de que él podría contestarnos: ¿Qué claridad falta, la mía o más bien la tuya? "Si tú conocieras el don de Dios -recuerdas que le dice a la mujer samaritana- y quién es el que te dice 'dame de beber'… tú le pedirías a él, y te daría agua viva”, una fuente para ti sólo. Si yo te reconociera, si te descubriera. “Es el Señor”, como san Juan desde aquella barca… "El que me ama guardará mi palabra, y mi padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él…", dijo en otra ocasión, respondiendo a la cuestión de por qué se había revelado a unos pocos y no a todo el mundo.
En fin, estamos terminando la pascua. ¿Ha supuesto en mi un cierto cambio, una mejora, he curado las  heridas, he cambiado mi vida, me he encontrado con él íntimamente, he sentido su poder de curación? Siempre nos quedamos cortos, ¡verdad?. Pero, como aquellos discípulos del día de la ascensión, volvemos contentos a Jerusalén, a la Iglesia, con María, felices. Allí en medio también está -misteriosamente- el Señor.

martes, 7 de junio de 2016

El nuevo mandato

(24 abril 2016. Dom 5 de Pascua, C)
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: "Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros. (Del capítulo 15 del evangelio según san Juan)

El mandato del amor
Acabamos de escuchar directamente el famoso mandamiento nuevo, el mandato del amor entre los discípulos. Nos estamos refiriendo constantemente a él, porque el amor de caridad es característico cristiano. Pero hoy lo hemos escuchado en su contexto: salie Judas del lugar donde se encuentran cenando la pascua. Jesús sabe lo que significa esa ausencia, sabe lo que Judas trama. Así, sus palabras suenan como despedida y última encomienda, casi como su tesoro. Nada tiene entonces para dejarles como herencia, más que su cuerpo, su Madre... y el mandato: amaos como os he amado yo. Ahora que me voy, que cada uno haga con los demás lo que hacía yo; así todos se darán cuenta de que sois discípulos míos. Como veis, el mandato no tiene nada de dulzón, de buenismo sin más. Jesús se está refiriendo a la verdadera fuerza que los mantenía unidos: el amor con que les trataba a todos era lo que les mantenía unidos entre si. Su dedicación, su comprensión con sus fallos, la defensa que hacía de ellos, la confianza con que les encargó el evangelio ... todo eso les hizo sentirse hermanos entre ellos. "Ahora, hacedlo vosotros"…
Pecados de omisión
Por eso, en la Iglesia, en su interior, esto es lo más importante. Por supuesto, la caridad es igualmente importante en todos los ámbitos de la vida; es la sal de la amistad, la alegría del matrimonio, lo mejor en el trabajo... Cuando se rompe esa concordia interior, todo se deteriora, y la vida se hace durísima para quien lo no experimenta… Juan Pablo II escribió en su primera encíclica estas palabras que no necesitan casi comentario: "El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.” Y por cierto, esa experiencia amarga de soledad las podemos provocar nosotros en los demás; no sólo en los amores o lealtades traicionados o la indiferencia, sino también con nuestros pequeños egoísmos, en la convivencia, con esos defectos que hacen sufrir a otros innecesariamente. Por supuesto que a menudo ni nos damos cuenta ni lo hacemos a propósito; sencillamente, es sólo que no pensamos mucho en los demás, nos cuesta hacernos realmente cargo de ellos. Que tengamos siempre un corazón grande, sin cerrarnos en lo cómodo. Que sepamos también confesarnos: "no he querido a esta persona todo lo que debía quererla". San Juan, que es el evangelista que transmite esta conversación, reflexiona también en sus tres cartas: el Amor -dice- procede de Dios. Dios es amor, todo el que viene de él lo comprende. 
Cultivar el amor
Pero tened presente quel amor no es "automático"; lo único automático aquí es el amor propio. Hay que planteárselo para que nazca, hay que mirar con los ojos de Dios, con los ojos de Cristo, de María: de las personas que se sienten llenas de gozo y por ello son las que menos poseen como suyo, como intocable… De hecho, la caridad nace de la generosidad, del desprendimiento; entonces se experimenta y se enamora uno del amor: "Entonces se darán cuenta de que sois discípulos míos".