(Cuar 5 b (2012) El grano de trigo que muere y da fruto)
Hoy tenemos la famosísima comparación que Jesús hace de sí
mismo con el grano de trigo, que si no muere queda infecundo; en cambio, cuando
muere caído en tierra y enterrado, y aparentemente fracasa, es cuando realmente
da fruto y se multiplica. Es difícil no evocar esta imagen cuando dentro de
unos momentos vamos a repartir entre nosotros precisamente el pan, que es
Cristo.
Con esta imagen, el Señor te recuerda que la vida de un
cristiano nunca es inútil, siempre da fruto aun cuando no lo parezca, y su vida
se multiplica en otros y continua viviendo en ellos para gloria del que los
engendró.
Jesús pronunció estas palabras tras su llegada a Jerusalén, al
término de aquel viaje que acabó con su juicio, condena y ejecución (Por eso se
lee ahora, porque el domingo próximo, Domingo de Ramos, haremos ya memoria de
la Sagrada Pasión del Señor). De esta manera les anticipó una explicación del
drama que iban a presenciar –y en parte, vivir-, y que ellos en ese momento no
comprendían ni estaban en condiciones de entender. Cuando ocurra esto –les
viene a decir el Señor-, sabed que mi fracaso sólo lo será en apariencia, como
el fracaso de un grano de trigo, o de cualquier semilla: “justamente se malogra
cuando no cae en ‘tierra buena’, sino ‘entre espinas, en terreno endurecido o
pedregoso’”.
En el s II, un escritor cristiano le escribió al emperador, en
plena persecución, diciéndole: “mira, la sangre de los mártires a los que
condenáis a muerte está siendo semilla de nuevos cristianos”.
En general, es una gran verdad de la vida el hecho de que
florece lo que se da, se gana lo que se entrega; y que el mejor modo de perder
algo es no hacer nada con ello. ‘Dad y se os dará’. El tacaño no recibe nada,
el egoísta produce rechazo, el vago provoca que nadie le quiera ayudar y el
orgulloso consigue que nadie le dé consejos…
Es verdad que al dar no siempre se recibe. Pero es que, en
realidad, nunca hay que hacerlo por eso, porque entonces uno, en realidad, no
está dando: se pudre la donación. La clave está en dar con alegría, hacer el
bien porque es bello, porque es lo bueno, porque es lo que quiero, con
independencia de cómo me lo paguen los demás.
Y, además de nuestra conciencia, a Dios, que todo lo ve,
siempre le emocionaremos, siempre nos lo premiará: ‘tu Padre, que ve en lo
escondido, te recompensará. Aunque el mayor premio es él, como le dijo santo
Tomás a Jesús cuando éste le preguntó qué recompensa quería: “Nada que no seas
tú”, le respondió.
También ocurre lo mismo con los esfuerzos que hacemos por
dominar el mal genio, o por ser disciplinado en la tv, en la bebida, en el
juego, en el estudio… pueden parecer en un primer momento una negación, pero no
lo son. Son, como decía san Josemaría al hablar de la pureza, una ‘afirmación
gozosa’.
Darse, gastar la vida, morir y dar fruto como el grano de
trigo... Como decía el titular de nuestra parroquia, san Josemaría: Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé
útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con
tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores
impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de
Cristo que llevas en el corazón
El Señor nos ha precedido en dar la vida por la salvación. Aprendamos
nosotros también a no medirnos demasiado, no ser tan calculadores del propio
interés.