(to 31 b 2012)
Un escriba se acercó a Jesús y le
preguntó: "¿Qué mandamiento es el primero de todos?" Respondió Jesús:
"-El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el
único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con toda tu mente, con todo tu ser." Marcos cap. 12
Esta respuesta de Jesús
sigue impresionando cuando la escuchamos con atención al cabo de 20 siglos, como
al parecer impresionó entonces a aquel
escriba que le preguntaba. Es verdad, dijo tras pensar la respuesta del Señor,
tienes toda la razón: en realidad, sin eso todo lo demás que se haga por Dios
no vale apenas nada.
“No estás lejos del Reino...” Has
comprendido a Dios (ahora te falta entrar). Has entendido que Dios no es
simplemente el legislador, poderoso y temible, que pone las reglas y pide
cuentas. Has comprendido que detrás de sus dones está un amor personal, una
donación personal de si mismo a ti; eres un poco parte de él como un hijo lo es
de su padre, que se ve totalmente reflejado y como proyectado en su hijo. Así
hay en nosotros algo de Dios, en lo que él se mira y se ve. Por eso Jesús les
enseña: “Cuando oréis, decid: Padre…”,
llamadle Padre. No sé –si lo pensáis ahora un poco- si realmente puedo decir
que le considero realmente mi Padre. Aunque se llena el cor cuando piensa.
También se puede decir que el amor de Dios es
esponsal, que es un amor incluso más intenso que el paterno. Los hijos se
acaban despegando, mientras su amor esponsal originariamente es el más fuerte e
intenso que cabe. Uno vive en el otro, vive de la vida del otro que es
realmente la suya, a ratos querrían fundirse… Así también es Dios con la
humanidad (y con cada uno).
Él, por tanto, aspira a
ganar nuestro amor, no sólo a que le ofrezcamos una obediencia externa a
nosotros mismos, cosas mientras no le damos el corazón, el pensamiento,
nuestras fuerzas, que tengas ganas de conocerle y amarle. Porque el amor sólo
se paga con amor.
También desea que ames
lo que él ama, especialmente que ames a tus hermanos los hombres, a todos. Hay
algunos a los que resulta más fácil y casi espontáneo amar: por afinidad, por
cercanía, por pasión, por correspondencia, porque son parte de tu vida… Pero
Jhs dice: si sólo “amáis a los que os
aman o a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?”. Y, como para
subrayarlo, añade: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os
persiguen. Así os pareceréis a vuestro Padre, así amaréis como sois amados,
como os amáis a vosotros mismos. Amadles como os amáis a vosotros mismos,
porque yo los quiero como a mi mismo y como a vosotros. Al menos, tened
misericordia de ellos, como yo tengo misericordia de vosotros.
Así que no lo
olvidemos. Tenemos muchas cosas que hacer, mucho que cumplir, mucho que evitar:
no robar, no engañar, no despreciar… pero mientras no lleguemos a amar Jhs nos
dirá: sigue, porque todavía te falta para entrar en el Reino.
Hay dos cosas que son
condición y a la vez manifestación del amor: la atención y las atenciones. Sólo
cuando se mira atentamente, cuando se presta atención al Señor llega uno a
amarle. Tratarle, no tener prisa, no ser superficiales. Y atenciones. Como en
el amor humano, sólo las atenciones encienden el trato, lo hacen único y abren
la puerta de ambos corazones. Y eso es lo que hay que hacer en la oración.
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