Domingo TO 16 c
Yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta estaba atareada con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, estás afanada y turbada con muchas cosas, cuando en realidad hay sólo una que sea necesaria.
Hoy en el evangelio llega nuestro oído un nombre de resonancia maravillosa: Betania. Vive allí una mujer, Marta, que aloja en su casa a Jesús y a sus discípulos, peregrinos en Jerusalén. Marta tiene dos hermanos: María y Lázaro. Entre Jesús y esta familia nace una profunda amistad, llena de confianza y ternura. "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro", nos dirá con sencillez el evangelio, para explicar por qué Jesús decide regresar a visitarles desde el otro lado del Jordán. Lázaro está enfermo, moribundo -le han comunicado las hermanas-, y Jesús regresa, a pesar del peligro que suponía en ese momento acercarse a Jerusalén. También cuenta el evangelista que en el banquete que ofrecen a Jesús para celebrar la resurrección milagrosa de Lázaro, que había muerto antes de que Jesús pudiera llegar, su hermana María unge amorosamente la cabeza del Señor con una libra de perfume de nardo, después de romper el frasco en que lo guardaba. "Toda la casa se llenó de la fragancia del perfume", comenta el evangelista.
Amor de amistad
¡Betania! El sitio de descanso para Jesús, el lugar de la amistad, el ambiente en que la oración se convierte en charla llena de confianza, el sitio donde la amistad se hace milagro, el desagravio se materializa en perfume, y la confidencia termina en conversión. ¡Qué bien se está en Betania! Yo quisiera regresar allí todos los días un ratito al menos. Al titular de nuestra parroquia, san Josemaría, le emocionaba esa amistad. Decía: me gustaría que todos nuestros sagrarios fueran Betania: el lugar donde Jesús se encuentra como en su casa y nosotros estamos como en la gloria. Ojalá la Iglesia entera fuera Betania, ojalá lo fuera esta parroquia, ojalá lo fuera mi corazón. ¡Betania!
Hoy en el evangelio llega nuestro oído un nombre de resonancia maravillosa: Betania. Vive allí una mujer, Marta, que aloja en su casa a Jesús y a sus discípulos, peregrinos en Jerusalén. Marta tiene dos hermanos: María y Lázaro. Entre Jesús y esta familia nace una profunda amistad, llena de confianza y ternura. "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro", nos dirá con sencillez el evangelio, para explicar por qué Jesús decide regresar a visitarles desde el otro lado del Jordán. Lázaro está enfermo, moribundo -le han comunicado las hermanas-, y Jesús regresa, a pesar del peligro que suponía en ese momento acercarse a Jerusalén. También cuenta el evangelista que en el banquete que ofrecen a Jesús para celebrar la resurrección milagrosa de Lázaro, que había muerto antes de que Jesús pudiera llegar, su hermana María unge amorosamente la cabeza del Señor con una libra de perfume de nardo, después de romper el frasco en que lo guardaba. "Toda la casa se llenó de la fragancia del perfume", comenta el evangelista.
Amor de amistad
¡Betania! El sitio de descanso para Jesús, el lugar de la amistad, el ambiente en que la oración se convierte en charla llena de confianza, el sitio donde la amistad se hace milagro, el desagravio se materializa en perfume, y la confidencia termina en conversión. ¡Qué bien se está en Betania! Yo quisiera regresar allí todos los días un ratito al menos. Al titular de nuestra parroquia, san Josemaría, le emocionaba esa amistad. Decía: me gustaría que todos nuestros sagrarios fueran Betania: el lugar donde Jesús se encuentra como en su casa y nosotros estamos como en la gloria. Ojalá la Iglesia entera fuera Betania, ojalá lo fuera esta parroquia, ojalá lo fuera mi corazón. ¡Betania!
Visualmente, Betania está cerca de Jerusalén. Cuando uno está por allí puede hacerse una idea bastante concreta de esa proximidad, y es fácil comprender que no siempre regresaría Jesús hasta allí para dormir, pues está un poquito lejos. Y, definitivamente, bastante lejos de la región del Jordán, donde Jesús se se había refugiado del peligro que se cernía sobre él, y hasta donde le llegó el recado
de las hermanas: "Aquel a quien amas ha enfermado", tu amigo Lázaro se está muriendo, ven…
¡Betania! Hoy nos cuenta el evangelio la queja de Marta ante Jesús en un pasaje que probablemente corresponde en los primeros momentos de de la relación del Señor y sus discípulos con esa familia. Marta ha alojado al grupo viajero y asume a fondo el papel de anfitriona, mientras
María se ha quedado oyendo a Jesús, a los pies, entre los demás discípulos que se han sentado alrededor. Marta no se limita a llamar discretamente a su hermana, sino que se dirige en público a Jesús, con un reproche que, indirectamente, también afecta al Maestro. Pero el Señor no cede ni se pliega ante la queja; al revés, y con delicadeza le sugiere a Marta que también ella debería estar escuchándole a él en ese momento.
Hospitalidad
En el contexto litúrgico de hoy, sin embargo, no es tanto el equilibrio entre oración y acción, sino que es un elogio de la hospitalidad, como habéis escuchado en la historia de Abrahan en Mambré.: el que abre las puertas de su hogar -de su corazón- al peregrino, puede que en realidad las esté abriendo a Dios mismo. O también: el corazón humano bueno, recto –salmo- se convierte en lugar en que Dios reposa, y donde se produce la confidencia, incluso la vocación. Quien es hospitalario, acaba hospedando a Dios. Es una alabanza de Marta y su familia: sólo quien es verdaderamente humano es capaz de comprender a Dios, porque Dios es más humano incluso que nosotros. Un corazón duro no lo entiende. No caben los egocéntricos, los egoístas, los insensibles, los duros de corazón, escribió alguna vez san Josemaría.
En el contexto litúrgico de hoy, sin embargo, no es tanto el equilibrio entre oración y acción, sino que es un elogio de la hospitalidad, como habéis escuchado en la historia de Abrahan en Mambré.: el que abre las puertas de su hogar -de su corazón- al peregrino, puede que en realidad las esté abriendo a Dios mismo. O también: el corazón humano bueno, recto –salmo- se convierte en lugar en que Dios reposa, y donde se produce la confidencia, incluso la vocación. Quien es hospitalario, acaba hospedando a Dios. Es una alabanza de Marta y su familia: sólo quien es verdaderamente humano es capaz de comprender a Dios, porque Dios es más humano incluso que nosotros. Un corazón duro no lo entiende. No caben los egocéntricos, los egoístas, los insensibles, los duros de corazón, escribió alguna vez san Josemaría.
Betania nos trae
también el recuerdo de la Ascensión: según los evangelios, fue camino de Betania donde Jesús los condujo por última vez, antes de ascender desde el lugar que conmemora actualmente un pequeño templo circular casi en la cumbre del monte de los olivos. Y en Betania, dice la beata Emerick, se hospedó María, la madre de Jesús, que habría vivido con aquellos amigos del Señor durante los tres años siguientes… ¡Quién sabe! Quien hospeda alguna vez a Jesús, acaba quedándose luego junto a su Madre...
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