To 4 a La Candelaria 2014
Hoy recordamos uno de esos pocos sucesos que conocemos de la infancia de Jesús: su presentación y rescate -como primogénito varón que era- en el Templo de Jerusalén.
Una terrible historia
Resulta interesante conocer la historia de esta costumbre judía que practicaron con él sus padres, y que se remontaba a los orígenes de Israel, al pacto hecho con Yahveh durante la huída de la esclavitud de Egipto. El faraón, como recordáis, se negaba a darles libertad, y Yahveh hizo un prodigio terrible: en una noche, exterminó a los primogénitos de aquel país, como ellos antes habían asesinado a los niños varones israelitas que nacían a las esclavas hebreas. El Faraón, supersticioso y aterrado ante el prodigio, no sólo les permitió escapar, sino que les ordenó que se fueran. Aquella noche, siguiendo las instrucciones de Yahveh, Moisés ordenó que cada familia sacrificara y comiera un cordero, y que marcaran con su sangre las jambas de sus puertas como protección ante el Exterminador, porque esa sangre sería la señal de que allí habitaba un hebreo. Jesús hizo referencia a este suceso durante la Cena de despedida, presentándose a sí mismo como el misterioso cordero sacrificado.
Aquella tremenda historia dejó, entre otras, esta huella en las costumbres de Israel: el primogénito de cada familia se ofrecía a Yahveh a los cuarenta días del nacimiento, y luego se rescataba ofreciendo a cambio un cordero, o dos tórtolas, si es que la familia no podía permitirse económicamente sacrificar un cordero. De ese modo no olvidaban que su vida era regalo de Dios, y que estaban en deuda con la sangre del misterioso Cordero.
Purificación de María
Previamente a entrar en el Templo, la madre del niño tenía que purificarse de la impureza legal contraída por el derramamiento de sangre. Y así lo hizo María, a pesar de ser toda pura, inmaculada. Este gesto nos recuerda el de Jesús, puro y limpio, también quiso ser bautizado en el Jordán para abrirnos así el camino. También en esto María está como en la estela del Hijo. Son misterios llenos de simbolismo, que nos hablan del abajarse de Dios hacia nosotros, atraído por el amor que nos tiene. Él fue el verdadero cordero, y efectivamente con la señal de su sangre somos librados del verdadero Exterminador: "el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día", les dijo a los judíos en una ocasión memorable.
La presentación y rescate del primogénito se vivía como una alegre fiesta familiar en tiempos de Jesús. Así, esta tierna escena de la Familia de Jesús nos habla del cariño hacia los niños, de la gratitud a Dios por su vida y su salvación desde pequeños, de la responsabilidad que sentían hacia ellos. Pensadlo un poco en vuestro caso, en vuestros hijos: cómo os preocupáis no sólo de que aprendan lengua y matemáticas y a manejar ordenadores, sino de quererles, de transmitirles la fe con vuestra vida.
Presentar los hijos a Dios
La narración evangélica nos hace mirar a nuestra Señora, a la madre de Jesús, que escucha la profecía de Simeón sobre el futuro del Niño. Querríamos hoy acompañarla y pensar también nosotros en la misión divina de vuestros hijos. Y procurar en serio llevarlos al Señor, presentarlos ante él, y hacer de ellos otro Cristo. Los padres y madres sois los primeros educadores cristianos. Enseñad la piedad. Pero con sinceridad: de corazón, yendo vosotros sinceramente por delante. Enseñad no sólo el cumplimiento, la práctica, sino la plenitud y amor, el sentido. Consagradlos a Dios en vuestro corazón -son suyos en realidad-, para que él haga de ellos lo que le sea de mayor utilidad en sus planes de salvación sobre la humanidad. Entonces estaréis cumpliendo vuestra vocación de padres. Y esta es la historia de esta fiesta y esta procesión de las candelas.
Hoy recordamos uno de esos pocos sucesos que conocemos de la infancia de Jesús: su presentación y rescate -como primogénito varón que era- en el Templo de Jerusalén.
Una terrible historia
Resulta interesante conocer la historia de esta costumbre judía que practicaron con él sus padres, y que se remontaba a los orígenes de Israel, al pacto hecho con Yahveh durante la huída de la esclavitud de Egipto. El faraón, como recordáis, se negaba a darles libertad, y Yahveh hizo un prodigio terrible: en una noche, exterminó a los primogénitos de aquel país, como ellos antes habían asesinado a los niños varones israelitas que nacían a las esclavas hebreas. El Faraón, supersticioso y aterrado ante el prodigio, no sólo les permitió escapar, sino que les ordenó que se fueran. Aquella noche, siguiendo las instrucciones de Yahveh, Moisés ordenó que cada familia sacrificara y comiera un cordero, y que marcaran con su sangre las jambas de sus puertas como protección ante el Exterminador, porque esa sangre sería la señal de que allí habitaba un hebreo. Jesús hizo referencia a este suceso durante la Cena de despedida, presentándose a sí mismo como el misterioso cordero sacrificado.
Aquella tremenda historia dejó, entre otras, esta huella en las costumbres de Israel: el primogénito de cada familia se ofrecía a Yahveh a los cuarenta días del nacimiento, y luego se rescataba ofreciendo a cambio un cordero, o dos tórtolas, si es que la familia no podía permitirse económicamente sacrificar un cordero. De ese modo no olvidaban que su vida era regalo de Dios, y que estaban en deuda con la sangre del misterioso Cordero.
Purificación de María
Previamente a entrar en el Templo, la madre del niño tenía que purificarse de la impureza legal contraída por el derramamiento de sangre. Y así lo hizo María, a pesar de ser toda pura, inmaculada. Este gesto nos recuerda el de Jesús, puro y limpio, también quiso ser bautizado en el Jordán para abrirnos así el camino. También en esto María está como en la estela del Hijo. Son misterios llenos de simbolismo, que nos hablan del abajarse de Dios hacia nosotros, atraído por el amor que nos tiene. Él fue el verdadero cordero, y efectivamente con la señal de su sangre somos librados del verdadero Exterminador: "el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día", les dijo a los judíos en una ocasión memorable.
La presentación y rescate del primogénito se vivía como una alegre fiesta familiar en tiempos de Jesús. Así, esta tierna escena de la Familia de Jesús nos habla del cariño hacia los niños, de la gratitud a Dios por su vida y su salvación desde pequeños, de la responsabilidad que sentían hacia ellos. Pensadlo un poco en vuestro caso, en vuestros hijos: cómo os preocupáis no sólo de que aprendan lengua y matemáticas y a manejar ordenadores, sino de quererles, de transmitirles la fe con vuestra vida.
Presentar los hijos a Dios
La narración evangélica nos hace mirar a nuestra Señora, a la madre de Jesús, que escucha la profecía de Simeón sobre el futuro del Niño. Querríamos hoy acompañarla y pensar también nosotros en la misión divina de vuestros hijos. Y procurar en serio llevarlos al Señor, presentarlos ante él, y hacer de ellos otro Cristo. Los padres y madres sois los primeros educadores cristianos. Enseñad la piedad. Pero con sinceridad: de corazón, yendo vosotros sinceramente por delante. Enseñad no sólo el cumplimiento, la práctica, sino la plenitud y amor, el sentido. Consagradlos a Dios en vuestro corazón -son suyos en realidad-, para que él haga de ellos lo que le sea de mayor utilidad en sus planes de salvación sobre la humanidad. Entonces estaréis cumpliendo vuestra vocación de padres. Y esta es la historia de esta fiesta y esta procesión de las candelas.
1 comentario:
Gesto externo e interno...¡Precioso!
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