Purificación de María y Presentación del niño en el Templo
Dios es nuestro dueño
Los días 2 de febrero, a los cuarenta días de la Navidad, se recuerda la presentación ante Yaveh del niño Jesús, en el Templo de Jerusalén, y ofrenda que sus padres ofrecieron como rescate: dos pichones de paloma. La ley de Moisés establecía que todo primogénito varón era propiedad de Dios, y debía ser ofrecido a él. Si sus padres deseaban quedárselo, debían pagar por él un rescate. Era un ritual oscuro y muy antiguo; se remontaba a los orígenes, a la liberación de la esclavitud de Egipto. En la época del Señor se trataba ya sólo de una fiesta ritual, como ocurre con nuestro bautismo. Pero aquella exigencia constituía un fuerte recordatorio de algo que tendemos a olvidar: que la vida es de Dios, y particularmente que los hombres le pertenecemos, porque somos imagen y semejanza suya, hijos de su modo de ser y de su poder, incluso antes que hijos de nuestros padres. En realidad, ellos nos reciben de Dios. Y nos recuerda igualmente que no es sólo que le pertenezcamos, sino que estamos destinados a él, a su servicio, como los soldados de un gran Rey. En realidad, servir a este Rey es en realidad ser libre, es gozar de la verdadera libertad, que no es sólo la de indeterminación, sino sobre todo la de la elección, y la elección acertada. ¿De qué utilidad nos serviría la libertad si no tuviéramos ninguna posibilidad de hacer el bien, acertar?
Consagrarnos
En realidad, todos nosotros, los cristianos, estamos consagrados a Cristo -el hijo del gran Rey- por el bautismo: nos ungieron con su óleo, que precisamente se llama "crisma", lo mismo que en la confirmación: hemos sido consagrados a las buenas obras, como dice san Pablo. Ahora que aflora tanto la corrupción, las obras de destrucción de la vida, la mofa de las personas y sus ideas, la indiferencia ante la dignidad despreciada y olvidada, es bueno recordar que nosotros somos especiales: estamos consagrados a las buenas obras de Cristo.
Hoy también se recuerda a los consagrados a la Iglesia en algún instituto u orden religiosa, ya sea monástica, de acción misionera o de misericordia: los institutos religiosos… ¡tantos como han ido desarrollándose a los largo de estos veinte siglos, y que tantísimos frutos de santidad y de bien han dado! El Papa precisamente ha querido dedicar este año a la vida consagrada y les ha escrito una maravillosa carta apostólica. El Papa les decía hace poco: «Decid a los nuevos miembros, por favor, decidles que rezar no es perder tiempo, adorar a Dios no es perder tiempo, alabar a Dios no es perder tiempo. Si nosotros consagrados no nos detenemos cada día delante de Dios en la gratuidad de la oración, el vino será vinagre»
Laicos y religiosos
Hay varios cientos de miles de religiosos en el mundo, de todos los tipos y colores, en una variedad maravillosa. Recemos por ellos. Es preciso ayudarles, expresarles reconocimiento y apoyo siempre. Y, al mismo tiempo, recordar también que hay una consagración previa: la de los laicos en el mundo, la de todos vosotros. Consagración para su misión también, y su responsabilidad por la propia santificación y la de los muchos. La aparente "indeterminación" de esa consagración no significa que no la tengan, sino que está determinada por las circunstancias personales e irrepetibles de su vida en medio del mundo y su historia.
Dios es nuestro dueño
Los días 2 de febrero, a los cuarenta días de la Navidad, se recuerda la presentación ante Yaveh del niño Jesús, en el Templo de Jerusalén, y ofrenda que sus padres ofrecieron como rescate: dos pichones de paloma. La ley de Moisés establecía que todo primogénito varón era propiedad de Dios, y debía ser ofrecido a él. Si sus padres deseaban quedárselo, debían pagar por él un rescate. Era un ritual oscuro y muy antiguo; se remontaba a los orígenes, a la liberación de la esclavitud de Egipto. En la época del Señor se trataba ya sólo de una fiesta ritual, como ocurre con nuestro bautismo. Pero aquella exigencia constituía un fuerte recordatorio de algo que tendemos a olvidar: que la vida es de Dios, y particularmente que los hombres le pertenecemos, porque somos imagen y semejanza suya, hijos de su modo de ser y de su poder, incluso antes que hijos de nuestros padres. En realidad, ellos nos reciben de Dios. Y nos recuerda igualmente que no es sólo que le pertenezcamos, sino que estamos destinados a él, a su servicio, como los soldados de un gran Rey. En realidad, servir a este Rey es en realidad ser libre, es gozar de la verdadera libertad, que no es sólo la de indeterminación, sino sobre todo la de la elección, y la elección acertada. ¿De qué utilidad nos serviría la libertad si no tuviéramos ninguna posibilidad de hacer el bien, acertar?
Consagrarnos
En realidad, todos nosotros, los cristianos, estamos consagrados a Cristo -el hijo del gran Rey- por el bautismo: nos ungieron con su óleo, que precisamente se llama "crisma", lo mismo que en la confirmación: hemos sido consagrados a las buenas obras, como dice san Pablo. Ahora que aflora tanto la corrupción, las obras de destrucción de la vida, la mofa de las personas y sus ideas, la indiferencia ante la dignidad despreciada y olvidada, es bueno recordar que nosotros somos especiales: estamos consagrados a las buenas obras de Cristo.
Hoy también se recuerda a los consagrados a la Iglesia en algún instituto u orden religiosa, ya sea monástica, de acción misionera o de misericordia: los institutos religiosos… ¡tantos como han ido desarrollándose a los largo de estos veinte siglos, y que tantísimos frutos de santidad y de bien han dado! El Papa precisamente ha querido dedicar este año a la vida consagrada y les ha escrito una maravillosa carta apostólica. El Papa les decía hace poco: «Decid a los nuevos miembros, por favor, decidles que rezar no es perder tiempo, adorar a Dios no es perder tiempo, alabar a Dios no es perder tiempo. Si nosotros consagrados no nos detenemos cada día delante de Dios en la gratuidad de la oración, el vino será vinagre»
Laicos y religiosos
Hay varios cientos de miles de religiosos en el mundo, de todos los tipos y colores, en una variedad maravillosa. Recemos por ellos. Es preciso ayudarles, expresarles reconocimiento y apoyo siempre. Y, al mismo tiempo, recordar también que hay una consagración previa: la de los laicos en el mundo, la de todos vosotros. Consagración para su misión también, y su responsabilidad por la propia santificación y la de los muchos. La aparente "indeterminación" de esa consagración no significa que no la tengan, sino que está determinada por las circunstancias personales e irrepetibles de su vida en medio del mundo y su historia.
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