(En la conversión de san Pablo)
"Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.
Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?". El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: "Yo soy Jesús a quien tú persigues
Mañana se conmemora en la liturgia la Conversión de san Pablo. Pocos santos tienen en la liturgia dos conmemoraciones, pero es que la conversión de este joven y fogoso rabino de la tribu de Benjamín, marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia primitiva, como sabéis.
Debió una conmoción entre sus coetáneos, desde luego. Pero incluso dentro de la propia Iglesia fue un gran don de Dios. Por eso nosotros hoy lo recordamos con gratitud. Aún conmueve profundamente su historia, y las diecisiete epístolas que conservamos suya forman parte de nuestras sagradas escrituras.
De Saulo a san Pablo
Como recordáis, su conversión de Pablo fue casi instantánea y producida por un acontecimiento milagroso, de carácter espiritual: un fenómeno en parte empírico y en parte psíquico-espiritual: se dirigía a Damasco en esa especie de tarea de debelar a la secta de "los nazarenos" que se había impuesto a sí mismo, cuando en una visión interior deslumbrante tuvo la experiencia de la presencia de Jesús que le hablaba: "¿Por qué me persigues...?"
Pablo recordaría toda su vida ese amoroso reproche.
Todavía se dan las conversiones, y muy numerosas, aunque no conozcamos. Yo he sido testigo de varias, y siempre emocionan y te fortalecen. Pero hoy podríamos pedir también a Jesús que nos convierta a nosotros. Porque, como decía san Josemaría, no nos convertimos una sola vez, son sucesivas conversiones lo que nos va acercando a Dios; no nos convertimos de una vez para siempre.
¿Debo yo convertirme? ¿En qué?
El Papa Francisco usa a veces esta expresión -convertirse- cuando dice que indica que es preciso hacer alguna reforma institucional: "hay que convertirse", dice, y resulta que se refiere a reformar la estructura de los tribunales o del modo de ejercer el mismo papado.
Y es cierto que todos tenemos que convertirnos, y nos vendría bien hacerlo más a menudo. Desde luego lo hacemos cuando revivimos el papel del hijo pródigo después de faltar o cometer un pecado. Pero creo que también podríamos hablar de conversión en otro sentido: cuando se trata de un planteamiento más general de nuestra vida, y no sólo una sola falta. Por ejemplo, cuando descubro y reconozco que soy perezoso, o un poco tibio, o comodón, o que soy orgulloso, o que no tengo bien enfocado el trabajo, o que no soy austero con mis gastos… Y eso es más propiamente una conversión, un verdadero descubrimiento que nos hace cambiar y corregir el rumbo de nuestra vida, o de un aspecto del carácter. Sin carácter, sin mejoras en el carácter, es muy difícil ser santo, ser cristianos de verdad.
La Iglesia entera avanza al ritmo de nuestras conversiones. Y como la conversión de Saulo le otorgó el regalo de un apóstol, el número 13, nuestra conversión le llevará también una alegría a tantas personas, será parte de la buena nueva, del Evangelio; y en primer lugar llenará de alegría el corazón de tu padre Dios, de María, de tu ángel, y de todos los santos que te contemplan.
"Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.
Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?". El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: "Yo soy Jesús a quien tú persigues
Mañana se conmemora en la liturgia la Conversión de san Pablo. Pocos santos tienen en la liturgia dos conmemoraciones, pero es que la conversión de este joven y fogoso rabino de la tribu de Benjamín, marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia primitiva, como sabéis.
Debió una conmoción entre sus coetáneos, desde luego. Pero incluso dentro de la propia Iglesia fue un gran don de Dios. Por eso nosotros hoy lo recordamos con gratitud. Aún conmueve profundamente su historia, y las diecisiete epístolas que conservamos suya forman parte de nuestras sagradas escrituras.
De Saulo a san Pablo
Como recordáis, su conversión de Pablo fue casi instantánea y producida por un acontecimiento milagroso, de carácter espiritual: un fenómeno en parte empírico y en parte psíquico-espiritual: se dirigía a Damasco en esa especie de tarea de debelar a la secta de "los nazarenos" que se había impuesto a sí mismo, cuando en una visión interior deslumbrante tuvo la experiencia de la presencia de Jesús que le hablaba: "¿Por qué me persigues...?"
Pablo recordaría toda su vida ese amoroso reproche.
Todavía se dan las conversiones, y muy numerosas, aunque no conozcamos. Yo he sido testigo de varias, y siempre emocionan y te fortalecen. Pero hoy podríamos pedir también a Jesús que nos convierta a nosotros. Porque, como decía san Josemaría, no nos convertimos una sola vez, son sucesivas conversiones lo que nos va acercando a Dios; no nos convertimos de una vez para siempre.
¿Debo yo convertirme? ¿En qué?
El Papa Francisco usa a veces esta expresión -convertirse- cuando dice que indica que es preciso hacer alguna reforma institucional: "hay que convertirse", dice, y resulta que se refiere a reformar la estructura de los tribunales o del modo de ejercer el mismo papado.
Y es cierto que todos tenemos que convertirnos, y nos vendría bien hacerlo más a menudo. Desde luego lo hacemos cuando revivimos el papel del hijo pródigo después de faltar o cometer un pecado. Pero creo que también podríamos hablar de conversión en otro sentido: cuando se trata de un planteamiento más general de nuestra vida, y no sólo una sola falta. Por ejemplo, cuando descubro y reconozco que soy perezoso, o un poco tibio, o comodón, o que soy orgulloso, o que no tengo bien enfocado el trabajo, o que no soy austero con mis gastos… Y eso es más propiamente una conversión, un verdadero descubrimiento que nos hace cambiar y corregir el rumbo de nuestra vida, o de un aspecto del carácter. Sin carácter, sin mejoras en el carácter, es muy difícil ser santo, ser cristianos de verdad.
La Iglesia entera avanza al ritmo de nuestras conversiones. Y como la conversión de Saulo le otorgó el regalo de un apóstol, el número 13, nuestra conversión le llevará también una alegría a tantas personas, será parte de la buena nueva, del Evangelio; y en primer lugar llenará de alegría el corazón de tu padre Dios, de María, de tu ángel, y de todos los santos que te contemplan.
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