(15 de marzo 4Dom Cuaresma)
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios".
(Del capítulo 3 del evangelio según san Juan)
Conciencia, Ley... ¡Salvador!
El pasado domingo hablaba la liturgia de los mandamientos, y os decía que teníamos que agradecer el hecho de que Dios nos haya dado no sólo la conciencia, para descubrir el bien, sino la Ley divina, como luz para el corazón. Pero hoy veis que el Señor va más allá: no sólo nos dio una ley para guiarnos, sino también un salvador: tanto amó Dios al mundo... Dios no sólo nos señala la norma, sino que nos da el amigo que nos ayuda: su Hijo, hecho hombre. ¡Tan cercano!, de carne, hermano. ¡Gracias, Padre! Miradle aquí hablar de noche con este hombre ilustre en Jerusalén, Nicodemo. Es un personaje en el país, un tipo importante, religiosa y políticamente hablando. Ha oído hablar del tal Jesús, que ha llegado de Galilea y está conmocionando el corazón de la gente, y anunciando la presencia misteriosa del Reino; tal vez le ha escuchado mezclado entre la gente. Obviamente, él no puede rebajarse a hablar públicamente con ese rabino "rural" y autodidacta, pero está impactado, y va de noche y le pregunta por el Reino...
La sorpresa de Nicodemo
Jesús (que trata con todos: ricos y pobres, sanos y enfermos, listos y más sencillos) le explica que él, aunque sea bueno e importante en Israel, un verdadero israelita, también tiene que nacer de nuevo; no sólo han de hacerlo los pecadores públicos, o gente apartada de la Ley, sino todos, también él, aunque sea importante y sabio: porque no es cosa externa sólo, ni sólo moralizante: es un nacimiento nuevo, de lo Alto, un don divino que transforma, más que una auto transformación hecha a fuerza de brazos. Y también le revela que él mismo, Jesús, es el salvador. El diálogo es impresionante. Nicodemo no acabó de decidirse, ni parece que diera en ese momento el paso de hacerse discípulo. Temía. Pero más tarde, durante el proceso secreto del Sanedrín a Jesús, él sale en su defensa y pide que se le otorgue el derecho a la defensa. Luego, tras la crucifixión, el buen anciano da ya la cara, y reclama -junto a José de Arimatea- el cuerpo del ajusticiado, para sepultarlo. La Iglesia lo venera como santo.
Sólo Dios puede salvarnos
Aquí, entre vosotros, seguro que hay más de un Nicodemo, ojalá lo haya. Pero volvamos al principio. Fijaos: Jesús le dice que la ley sola no nos salva, ya que en realidad somos débiles y no podemos soportarla. Se precisa la fuerza de Dios que nos cure. Y esa fuerza nos llega por la amistad del Señor: su ayuda, su palabra, su cercanía. El que está cerca de él, aunque caiga se levanta. Más aún: como se ve en la primera lectura, es Dios en realidad el que toma la iniciativa de salvarnos, como tomó Ciro, un rey pagano, para restaurar Jerusalén. Dios es en realidad el que salva. O como dice san Pablo, habéis sido salvados por gracia, no ha sido mérito vuestro ni de vuestras obras.
Es cierto, es él quien se acerca… Aunque también es cierto que tú le respondes. O no. "Tengo una duda, los flojos se salvan o vienen a buscarnos", decía un meme que se hizo muy popular el año pasado... No seamos flojos, perezosos espiritualmente. Salgamos más bien al encuentro de Cristo, en quien Dios se acerca a nosotros.
¿Qué nos impide salir a su encuentro? Normalmente, el hecho de que estamos bien, que estamos cómodos. Como Nicodemo. No somos malos. Estamos ya pensando en las vacaciones y en que qué bien, que parece que se ha pasado la crisis. No aprendemos que la crisis siempre se cierne, porque todo esto se acaba; y que lo importante siempre es "nacer de nuevo". También este es un aspecto de la conversión: levántate –espiritualmente- y sal como Nicodemo al encuentro del Señor que viene por ti. ¿Cómo? Bueno, eso lo tienes que responder tú.