Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
- «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó:
- «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo:
«El Mesías de Dios.»
(Del capítulo 9 del evangelio según san Lucas)
Pedro tomó la palabra y dijo:
«El Mesías de Dios.»
(Del capítulo 9 del evangelio según san Lucas)
¿Quién pensáis que soy yo?
Jesús no comenzó su ministerio diciendo soy el Mesías -el Cristo-. Lo fue insinuando poco a poco, como cuando les dice “aquí hay más que un profeta”, u otras expresiones indirectas. Lo sabían desde luego María y José; también Juan el Bautista. Pero él no se presentó a sí mismo de ese modo. Él predicaba el evangelio, la buena nueva del Reino y de la conversión. Pero al verle actuar o escucharle la gente empezó a pensar que él se tenía por Mesías, o al menos realizaba acciones que corresponderían a ese personaje anunciado y anhelado. Sobre todo les llenaba de consternación cuando se realizaba un milagro por su palabra, o cuando se atrevía a decir a alguien: "tus pecados quedan perdonados"…
Así fue, al parecer, hasta que él mismo -y es la escena que hoy nos evangeliza- lo planteó abiertamente a los discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Qué dice la gente de mi? ¿Qué piensa? Y luego más directamente a ellos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?".
"Tú eres el Mesías", le responde Pedro. Es estimulante pensar el recorrido espiritual que realizaron esos hombres hasta dar el salto interior del acto de fe; esa afirmación, ese acto lleno de discernimiento, nacido de una libertad intelectual que se siente retada los hechos que ve, por las palabras que escucha. Es una especie de salto espiritual, en que consiste el acto de fe: "tú eres el Mesías".
Hay una exclamación popular en la que se dice dice: "¡Ver para creer...!" Y realmente es cierto -aunque parezca paradójico- que para creer, primero hay que ver algo. La fe es creer algo que no se "ve", porque alcanza, intuye, y afirma algo más allá de lo perceptible. Pero se apoya en lo que se ve, claro: no es irracional. Es más, si uno no se empeña en ver lo que Dios nos muestra, tampoco puede llegar a aceptar aquello de más que nos revela, aquello que está más allá de la percepción. Si uno no se acerca a Jesús, ni escucha de corazón su palabra, tampoco puede pretender alcanzar el don de la fe. Y si uno escucha lleno de prejuicios o con displicencia -como ocurría con algunos de los que le escucharon-, no llegan tampoco al umbral de la fe, desde donde se da el paso; uno mismo se cierra el camino.
La fe que transforma la vida
Jesús no comenzó su ministerio diciendo soy el Mesías -el Cristo-. Lo fue insinuando poco a poco, como cuando les dice “aquí hay más que un profeta”, u otras expresiones indirectas. Lo sabían desde luego María y José; también Juan el Bautista. Pero él no se presentó a sí mismo de ese modo. Él predicaba el evangelio, la buena nueva del Reino y de la conversión. Pero al verle actuar o escucharle la gente empezó a pensar que él se tenía por Mesías, o al menos realizaba acciones que corresponderían a ese personaje anunciado y anhelado. Sobre todo les llenaba de consternación cuando se realizaba un milagro por su palabra, o cuando se atrevía a decir a alguien: "tus pecados quedan perdonados"…
Así fue, al parecer, hasta que él mismo -y es la escena que hoy nos evangeliza- lo planteó abiertamente a los discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Qué dice la gente de mi? ¿Qué piensa? Y luego más directamente a ellos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?".
"Tú eres el Mesías", le responde Pedro. Es estimulante pensar el recorrido espiritual que realizaron esos hombres hasta dar el salto interior del acto de fe; esa afirmación, ese acto lleno de discernimiento, nacido de una libertad intelectual que se siente retada los hechos que ve, por las palabras que escucha. Es una especie de salto espiritual, en que consiste el acto de fe: "tú eres el Mesías".
Hay una exclamación popular en la que se dice dice: "¡Ver para creer...!" Y realmente es cierto -aunque parezca paradójico- que para creer, primero hay que ver algo. La fe es creer algo que no se "ve", porque alcanza, intuye, y afirma algo más allá de lo perceptible. Pero se apoya en lo que se ve, claro: no es irracional. Es más, si uno no se empeña en ver lo que Dios nos muestra, tampoco puede llegar a aceptar aquello de más que nos revela, aquello que está más allá de la percepción. Si uno no se acerca a Jesús, ni escucha de corazón su palabra, tampoco puede pretender alcanzar el don de la fe. Y si uno escucha lleno de prejuicios o con displicencia -como ocurría con algunos de los que le escucharon-, no llegan tampoco al umbral de la fe, desde donde se da el paso; uno mismo se cierra el camino.
La fe que transforma la vida
La confesión de la fe, la formulación psíquica de su contenido, nos transforma. La fe no es una fórmula para enunciar más o menos distraídamente, sino una verdad que uno profesa aceptar -en base a la palabra y vida de Jesús- y en base también, en parte, a lo que me dice el corazón y la razón. Pero una vez que se enuncia en el alma, la transforma: creo que Dios es padre y creador; creo que el Espíritu santo es el alma de la Iglesia; creo en el perdón de los pecados, que pueden ser perdonados; creo en la vida eterna, creo que esta vida no es todo: espero en el Señor, y sé que me juzgará, con misericordia infinita y con absoluta sinceridad y verdad. ¡Y todo eso le cambia la vida!
Los apóstoles -que aquí reciben indirectamente la revelación del mesianismo de Jesús- fueron descubriendo después más cosas acerca de él. Por ejemplo, cuando les dice: "Yo y el Padre somos uno". Ahora, les pide: "No digáis nada de esto a la gente". Nos resulta curioso que Jesús les ordene que no hablen a nadie de lo que acaba de decirles. Lo entenderemos mejor si nos damos cuenta del motivo: todavía no estaba todo dicho, ni habíabn aprendido todo. Faltaba aún la pasión, y también la resurrección,
y el Espíritu santo, y la Iglesia...
La fe debe crecer, hacerse madura. Como ocurre también a nosotros. Es preciso siempre alimentar la fe, estudiarla. ¿Por qué no hacéis grupos de estudio, o dedicáis un tiempo a la lectura personal, a plantearos preguntas? Sed audaces. Quered conocer. Si hemos de ser la sal de la tierra, la luz del mundo, hemos de aprender. Sabiendo que este es un aprendizaje especial, tiene una dimensión vital. Esto vale desde luego en la dimensión moral del mensaje, pero también en la vida interior, en la visión del mundo, que es la base de la dimensión moral. La fe requiere oración. La oración: estaba orando Jesús. Entrar en la intimidad de Dios. La oración no es solo para los monjes. Sin oración, estamos en peligro, somos "cristianos en peligro", como escribió en cierta ocasión Juan Pablo II. Y no se refería a los cristianos perseguidos, sino a nosotros, los acomodados a una vida de cumplimiento sin oración personal que transforme la visión propia del mundo, de las personas, de las cosas, de nuestra misión. Al fin y al cabo, decir de veras: "Estoy convencido de que tú, Jesús, eres el Cristo, el Mesías", cambiaría por completo mi vida.
La fe debe crecer, hacerse madura. Como ocurre también a nosotros. Es preciso siempre alimentar la fe, estudiarla. ¿Por qué no hacéis grupos de estudio, o dedicáis un tiempo a la lectura personal, a plantearos preguntas? Sed audaces. Quered conocer. Si hemos de ser la sal de la tierra, la luz del mundo, hemos de aprender. Sabiendo que este es un aprendizaje especial, tiene una dimensión vital. Esto vale desde luego en la dimensión moral del mensaje, pero también en la vida interior, en la visión del mundo, que es la base de la dimensión moral. La fe requiere oración. La oración: estaba orando Jesús. Entrar en la intimidad de Dios. La oración no es solo para los monjes. Sin oración, estamos en peligro, somos "cristianos en peligro", como escribió en cierta ocasión Juan Pablo II. Y no se refería a los cristianos perseguidos, sino a nosotros, los acomodados a una vida de cumplimiento sin oración personal que transforme la visión propia del mundo, de las personas, de las cosas, de nuestra misión. Al fin y al cabo, decir de veras: "Estoy convencido de que tú, Jesús, eres el Cristo, el Mesías", cambiaría por completo mi vida.