lunes, 15 de agosto de 2016

Cómo perdona Dios

(12 de junio 2016. Do 11 del tiempo ordinario C)
¿Por qué has menospreciado a Yahveh haciendo lo malo a sus ojos, matando a espada a Urías el hitita, tomando a su mujer por mujer tuya y matándole por la espada de los ammonitas? Pues bien, nunca se apartará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya. David dijo a Natán: «He pecado contra Yahveh.» Respondió Natán a David: «También Yahveh perdona tu pecado; no morirás. (2 Samuel 12)
Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.» Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados.» Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz.» (Evangelio de san Lucas, 7)

Hoy la liturgia de la palabra se detiene en el tema del perdón de la culpa por parte de Dios; de cómo perdonó a David sus crímenes, y de cómo declaró Jesús el perdón de aquella mujer anónima pecadora que lavó y perfumó sus pies durante una comida. Hablemos del perdón de Dios. Nosotros perdonamos y pedimos perdón; y  eso realmente eso bueno, generoso, conveniente y necesario. ¡No podemos ni debemos estar toda la vida enfadados, por mucha razón que tengamos! (que no siempre tenemos tanta). Así, pues, perdonémonos siempre y cuanto antes. Y facilitemos a los otros que nos perdonen -cuando les hemos ofendido o simplemente molestado-, disculpándonos con sencillez y sinceridad. Todo esto del perdón es una gran obra de caridad y también de sentido común. Aunque cueste, por el orgullo. 
Pero hablemos de otra cosa: del perdón de Dios. Pues aunque la gente nos perdone, el pecado deja siempre una huella en el mundo y en nosotros. Es una ofensa al bien, a Dios, a la propia dignidad; nos hace feos, malos, fríos. Nos aleja de Dios. Puede que los demás nos perdonen, pero el mal que hacemos o nos hacen queda ahí, en mi o en los demás, hecho en cierto modo para siempre y con todas sus consecuencias. Y concretamente en mi -en quien lo hace- queda en forma culpa; y en el mundo como huella. Tal vez eso es lo que refleja el escándalo de los oyentes de Jesús cuandodice a la mujer: -Estás perdonada de tu pecado. "¿Quién puede perdonar la culpa, los pecados, sino Dios?" , comentan, con toda razón. Es decir: ¿quién podrá hacerme de nuevo, devolverme la inocencia, borrar la culpa y perdonarla? Eso sólo lo puede hacer Dios, por amor: -"Dios ha perdonado tu pecado, no vas a morir", le dice Natán a David de parte de Yahveh. Como Jesús dice a la mujer: -"Tu fe te ha salvado. Vete en paz."
¿Cómo puede Dios hacernos de nuevo?
En diálogo con el fariseo sobre esta mujer Jesús explica que esa mujer ha amado mucho, y que eso le ha salvado, eso ha hecho posible que Dios la perdonara. Y cuando dice que ha amado mucho no se refiere precisamente a sus amoríos, sino a la sinceridad de su dolor, a su deseo de ser perdonada, expresados en ese gesto valiente y humilde, y lleno de amor por Jesús, aún a despecho de lo que los demás pensaran de ella y del Señor. Así, Jesús revela que Dios nos perdona porque le amamos. No porque amemos sin más, claro, ya que todo el mundo ama algo; a menudo sus caprichos, su voluntad, su gloria, su tranquilidad…a quien no debe o como no debe. Sino porque el dolor por el mal hecho se convierte en una forma de amor, de arrepentimiento, que busca con lágrimas la curación. Porque le amamos -y él nos ama- nos perdona. Por eso la falta de sinceridad interior o exterior es la dificultad máxima que Dios encuentra para curar nuestro corazón. Como el fariseo, que sólo se preocupa de juzgar a los otros, o como David, que en su engreimiento real ni si quiera se entera del terrible daño que ha hecho con su adulterio. A David le envía un profeta que le reprenda con severidad, precisamente para que se dé cuenta. Él reacciona con humildad, y el Señor le perdona inmediatamente.
No dejes, Señor, que se oscurezca nuestra conciencia; no dejes a tus hijos en la Iglesia fríos, cuando nos esperas siempre. El Papa ha querido elevar de categoría litúrgica la fiesta de Santa Magdalena, y le ha otorgado el título de apóstol. Es muy bonito. No sólo porque revela la vocación apostólica en las mujeres, sino por la tradición que la presenta como pecadora ganada por el amor a Jesús.


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