TO 13 2012 La mujer hemorroísa y la hija de
Jairo
En este vivo relato evangélico –tan
característico de san Marcos- hay dos detalles que llaman la atención, aunque a
primera vista no sean esenciales, sino anecdóticos (Ya hemos aprendido que en
el evangelio todo es importante).
Uno de esos detalles que llaman la atención
es la captación de Jesús de aquel “tocar” especial de la mujer anónima. En
medio de aquel apretujamiento de gente curiosa que va con él porque les parece
que ha decidido hacer un milagro con la hija de Jairo, alguien le ha tocado de
una manera especial. Y el se da cuenta. Cuando aquella mujer le toca de aquel
modo, angustiado y lleno de confianza, él lo nota.
Y yo pensaba: no es lo mismo hacer las
cosas de Dios de un modo o de otro, comulgar con devoción o sin atención, rezar
sólo pidiendo o con amor y reverencia, hacer algo por Dios o por uno mismo… Él
lo nota, él sabe, el nos ve llegar a la Iglesia, le encanta oírnos; no le da
igual que le hablemos o le ignoremos. Él tiene corazón.
Muchas veces hemos dicho que nuestro Dios
no es un ídolo de piedra, sino que siente, conoce, padece, ama, le importan. Me
acaban de enviar la foto de un cartel publicitario junto a una autopista, en
Filipinas. Se lee esto, sobre un fondo azul:
Talk to me
-God
Otro detalle anecdótico pero significativo de
este relato es lo que ocurre cuando Jesús llega a casa de ese pobre hombre, Jairo
(importante, sí, pero pobre. No olvidemos que todos lo somos, somos más pobres
de lo que nos imaginamos: no tiene más que sobrevenirnos una desgracia, como a
este “jefe de la sinagoga” para darnos cuenta) San Marcos hace notar que Jhs, tal vez para animar y consolar,
les dice que la niña no está muerta, sino que duerme. Es el mismo tipo de
comentario que hace cuando su amigo Lázaro muere.
Pues bien, a continuación el Ev dice que ante este
comentario piadoso del Señor, aquellas plañideras y gente que se lamentaba a gritos empezaron a reírse de él. Tal vez les parecía una ingenuidad; se podría decir que les hizo gracia -como si fuera un chiste- el recurso simplón de aquel
hombre, bueno pero un tanto ingenuo. Lo suyo en ese momento era llorar desgarradoramente -nada de comentarios piadosos- porque la todopoderosa Parca había pasado por aquella familia sembrándola de luto.
Sin embargo, no tenían razón. No era él el que se estaba equivocando, sino ellos. Era verdad que estaba dormida y
no muerta, en ese sentido desesperante de la expresión "muerta". Porque para Dios es así.
Para Dios, la muerte o la enfermedad no son exactamente lo mismo que para
nosotros; "Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos -les dijo en cierta ocasión a un grupo de saduceos-, puesto que todos viven para él”… Hace poco, en su cumpleaños, decía Benedicto XVI:
"Me encuentro ante el último tramo del recorrido
de mi vida y no sé qué me espera. Sé que la luz de Dios está, que Él ha
resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad, que su bondad es
más fuerte que cualquier mal de este mundo y ello me ayuda a continuar con
seguridad".
La enfermedad y la muerte casi siempre han
sido y son temas tabú para nosotros los humanos. Está mal visto hablar de ello. El enfermo se siente
desconcertado o culpable de molestar… Se le abandona pronto, se oculta o
se lamenta como si se tratara de un dolor insufrible, puesto que con la
enfermedad la persona ha perdido todo su valor. Se pierde toda capacidad de consolar, a no ser mintiendo (si es que a la mentira se le puede llamar consuelo) Pero para Dios, que es nuestro
Padre, no es así: todos viven para él. La muerte no es para él el obstáculo que le separe de su critatura (es es dador
de vida, el creador, el inventor, el fabricante de la vida); no, para él el
verdadero obstáculo y muro impenetrable, la verdadera muerte de sus hijos es el pecado.
Él
sabe que la muerte “no fue así al inicio”, como leemos en 1ª lect, porque él creó
al hombre vivo y le hizo inmune al poder de la destrucción biológica. El sabe que “por el Diablo entró la muerte en
el mundo”, que fue el terrible error del pecado lo que hizo entrar la
enfermedad y la muerte. Por eso precisamente vuelca su corazón con los enfermos: les cura,
les conforta, les acompaña, les hace sentirse bien, vivos para Dios y para sí
mismos. Así nos enseña a nosotros, los
cristianos, a ser a ser como él ante la enfermedad o la muerte de nuestros
hermanos: cuidarles, hacerles sentirse útiles, presentes, valorados, queridos…. Si no, no tendrá nada
de extraño que la cultura de la muerte penetre y domine de nuevo el mundo.
1 comentario:
si, ojalá .... talk to me!!
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