Junio de 2012. Kenia.
Crónica del viaje (1)
“In the higlands you woke up in the morning
and thought: Her I am, where I ought to be” (Isak Dinesen, Out of Africa)
KIMANGAO-MWINGI,
(KITUI), domingo 24 de junio
Estoy a punto de
abandonar Kimangao –mañana lunes saldré hacia Nairobi a las 8,30, con el obispo
de Kitui, y el martes volaré a Madrid, de noche, con una escala de tres horas
en Doha- y estoy un poco conmocionado, porque el “mal de África” existe. Es muy
difícil explicar, entender -e incluso comprender- cómo puede uno apegarse a un
lugar como este, más bien pobre –incluso muy pobre- y bastante incómodo. Kitui
es una provincia de Kenia situada a unos
200 kms hacia el este de Nairobi. Pertenece a lo que aquí llaman “tierras
altas”; pero, al revés de las zona de Nairobi, Machakos o el valle del Rift, ésta
es semiárida; apenas llueve uno 20 días al año, divididos entre
noviembre-diciembre y abril-mayo. El suelo es volcánico, de tierra roja casi
arenosa, muy polvorienta y muchas
piedras de basalto, de granito o calcitas. Todo está siempre cubierto por polvo
rojo, se cuela por todas partes. Si lloviera sería una verdadera potencia
agrícola. Tiene ahora una temperatura primaveral, deliciosa; junio y julio son
los meses frescos, y por la noche, en un cielo digno de El Rey León, uno se
guía por la Cruz del Sur, y no por la Estrella Polar.
Kimangao, la localidad donde hemos estado
trabajando, es una pequeña circunscripción de la provincia –un municipio,
diríamos, aunque no aquí no existen ayuntamientos-, situada a unos 60 kms de la
´capital´ de esta zona, que se llama Mwingu. Hasta Mwingu llega la carretera
asfaltada desde Nairobi; pero de Mwingu hasta aquí el autobus tarda dos horas por
una carretera de tierra muy incómoda y no muy segura, en lo que al terreno se
refiere; en otros aspectos, esto es una zona muy básica, muy rural, pero
también muy pacífica y de valores
morales básicos muy sólidos. La gente de aquí son kamba, una de las tribus más
numerosas del país junto a los kikuyu y los luos. Los kamba tienen lengua
propia, y fama -por lo que he visto en Nairobi- de gente honrada, tranquila y
acogedora, y así nos lo ha parecido a nosotros. Todos hablan kikamba, con los
foráneos hablan kiswahili, que es la lingua franca de por aquí; y bastantes
hablan o entienden inglés (un inglés difícil de comprender para mi –cosa no
rara- y para casi todos).
Nosotros hemos
estado viviendo en lo que puede considerarse el centro geográfico de Kimangao.
Se trata de una antigua misión comboniana transformada ahora en conjunto
parroquial, desde que la administración apostólica se convirtió en diócesis.
Los combonianos, por italianos, tuvieron que marcharse durante la Guerra
Mundial. Luego se hicieron cargo de ella unos misioneros irlandeses hasta que
la diócesis la convirtió en parroquia. Esta antigua misión cuenta con una buena
iglesia, un colegio de secundaria para chicas, con internado, donde estudian –y
mucho- unas 400 chicas de todo Kitui. También hay un convento de franciscanas
donde viven cuatro religiosas, todas ellas de por la zona o de la provincia
vecina de Machakos. Al otros lado de la aldea hay una escuela primaria estatal
y un conjunto de unas 8 ó 9 “tiendas”, así que es esto es el centro del lugar.
En total viven por aquí unas cien personas; el resto está desperdigado por un
círculo de unos 10 km. No hay casi agua corriente ni internet. Hay algo de
electricidad. No hay rastro de asfalto ni nada que se le parezca en decenas de
kilómetros a la redonda. Apenas hay cemento. Las casas son muy elementales. Las
de las pequeñas concentraciones de población suelen tener una tienda en la
parte exterior, donde se venden los productos más peregrinos, que casi nadie
compra, y la vivienda está en la parte trasera, con una salida al lugar donde
tienen algunas cabras y gallinas.
El párroco atiende 31 “stations”, o pequeñas
aldeas o grupos de población. Con él -father
Boniface- me alojo en la antigua Mission house, junto a la iglesia. También
vive aquí father Charles. Y ya no hay más habitaciones.
Los chicos que
han venido al campo de trabajo viven casi sobre el terreno, en una antigua
leprosería arreglada y convertida en residencia-escuela de niños discapacitados.
Teníamos encargados dos proyectos de restauración: el del antiguo hospital abandonado
de la misión, que hemos convertido en el hospital de maternidad para la región,
y el de un conjunto de cabañas, que el obispo quiere convertir en lugar fijo de
campamentos de jóvenes, catequistas, etc. Estas dos reformas son las que
vinimos a hacer, ese era nuestro “workcamp”.
Hemos venido
cincuenta y tantos alumnos de Retamar, junto a cuatro profesores y yo mismo. En
Nairobi se nos han juntado un pequeño grupo de cuatro que venían desde Hong
Kong, y sobre todo un buen grupo dekenianos, alumnos de la Universidad de
Strathmore; ocho, para ser concretos. Veíamos bastante advertidos de la dureza
del sitio, pero las dos horas de
carretera de tierra –después de cuatro horas por carretera normal y un vuelo
largo con llegada esa misma madrugada, a lo que se añadía el hecho de que
llegáramos al camp de noche, sin ver apenas los sitios, quebró un poco la
entereza de los chicos. Además, veníamos un poco histéricos sobre los peligros:
mosquitos de la malaria, serpientes cobra, agua contaminada… en fin. Pero llegó
el sol, puntual, como siempre en esta tierra en la que sale y se pone a la
misma hora, las 6,30 y las 18,30 siempre la misma todo el año, y de golpe. Se
dice que aquí no atardece, sino que el sol se apaga, y hay algo de eso. Del
mismo modo que no es que amanezca, salga el sol y vaya instaurándose la mañana;
no, aquí el sol tarda cinco minutos en
salir. Diez minutos antes es noche cerrada, y diez minutos después es plena
mañana. Empezábamos a trabajar a las 7, hasta las 13hs. Parada hasta las 2 y
continuar hasta las 5. A las 18,30 tienen la santa misa en la iglesia del
pueblo. De 5,30 a 6,30 de la tarde es la hora mágica del pueblo; la gente
pasea, se saluda y descansa.
NAIROBI, martes 26 de junio
Estoy en en
Nairobi desde ayer. Llega la despedida de verdad. Ahora estoy en el aeropuerto
Jomo Kennyata de Nairobi, en la sala de embarque de Qatar Airways. El viaje de
ayer a Strathmore fue muy bueno y bastante rápido, porque el obispo se mueve
con un buen 4x4 con chofer. Tardamos sólo 3,30 horas. Él tenía más prisa que yo
porque tenía una reunión con una fundación holandesa que le ayudará en una
escuela para niños descapacitados que está montando. Después del lunch,
siesta, ducha y en Mbaghati Study Center,
un centro de san Rafael para universitarios vecino a la Universidad de
Strathmore. David, uno de los que vive
allí, se ofreció a acompañarme adonde quisiera. Yo le pedí que me llevase al
centro de la ciudad para visitar la catedral y ver el distrito comercial,
financiero y de gobierno. Disfrutamos como dos enanos y me solté bastante en el
inglés con él –qué remedio!-. La
catedral me entusiasmó. Es moderna, pero tiene unos magníficos vitrales de
colores. Entramos en una cosa tipo gran
superficie, con un esquema semejante al de los nuestros, aunque todo un poco
más cutrecillo…; pero lo mejor son las tiendas de la zona comercial. A las 7
cenamos y luego, en la tertulia, me pidieron que contara cosas de mi
experiencia en el campo.
Esta mañana, 26
de junio, me he levantado a las 5,30, porque aquí la meditación la hacen a las
6. Luego les celebré la misa, gracias a Dios en latín. Puestos a hacer planes
hasta las 6, que saldrá el avión, me interesaba conocer Strathmore school y
Kianda, que está en la otra punta de la ciudad respecto a donde me alojo,
porque aquello había sido idea de nuestro Padre (y hoy es 26 de junio), y él siguió
el proyecto paso a paso durante los primeros años. Y se nota. La primera
impresión que he tenido es una cosa graciosa y es que a uno le da la impresión
de estar en Gaztelueta y en Ayalde. No sólo por el estilo, etc, sino porque los
adolescentes y los niños se ve que son iguales en todas partes. Pero el colegio
de chicos es espectacular; parece de veras uno de esos colegios ingleses de las
pelis. Tened en cuenta que, a pesar de la imagen que podemos tener en Europa,
toda la región de Nairobi es muy verde y de temperatura bastante fresca, sobre
todo ahora, que están en su invierno.
No estaba muy
decidido a ver cosas de turistas: animales, Rift Valley etc., pero Cormac Burk,
al que pasé a saludar en su casa, me animó a acercarme al menos a Rift Valley,
el territorio de los Masai, y contemplarlo desde las colinas de Ngong. Está
cerca, a una media hora en coche, así que fuimos… y al superar las colinas y
aparecer la vista del valle me quedé anonadado. No recuerdo haber visto nada
tan bello en mi vida, un paisaje tan místico. Rift Valley está formado por una
enorme falla del terreno que se alarga desde Etiopía a Uganda, pasando por el
noroeste de Kenia. Es una zona plana y muy verde, en la que destacan algunos
antiguos volcanes y lagos. Un paisaje digno del origen del hombre. De hecho,
parece que es aquí donde se desarrolló el homo sapiens sapiens y de aquí creo
que es también la Eva mitocondrial, o sea la mujer de la que dependen todos los
humanos actuales: de este lugar, pues, provenimos todos. Ha sido una visita tan
rápida que es otro de los motivos por los que me gustaría volver.
EN DOH, miércoles 27 de junio
Acabamos de
aterrizar en la capital de Qatar, Doha, y estoy ahora de nuevo en la zona de
tránsito del aeropuerto. Son las 12,30 (11,30 en España). Hay miles de personas
de todas las razas y lenguas de la tierra; parece el ombligo donde conflluyen
Asia-Europa-África. Mi vuelo a Madrid es a las 2, dentro de una hora y media, y
hemos llegado a las 10,30. No consigo conectarme a la red, así que no hay forma
de ver o contestar el correo. Tendré que
enviar las crónicas todas de golpe cuando llegue a casa…, eso será a las 6,30
de la mañana de hoy, que ya es 27 de junio.
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