lunes, 2 de julio de 2012

Where I ought to be


Junio de 2012. Kenia. Crónica del viaje (1)


 “In the higlands you woke up in the morning and thought: Her I am, where I ought to be” (Isak Dinesen, Out of Africa)

KIMANGAO-MWINGI, (KITUI), domingo 24 de junio
Estoy a punto de abandonar Kimangao –mañana lunes saldré hacia Nairobi a las 8,30, con el obispo de Kitui, y el martes volaré a Madrid, de noche, con una escala de tres horas en Doha- y estoy un poco conmocionado, porque el “mal de África” existe. Es muy difícil explicar, entender -e incluso comprender- cómo puede uno apegarse a un lugar como este, más bien pobre –incluso muy pobre- y bastante incómodo. Kitui es una provincia de Kenia situada  a unos 200 kms hacia el este de Nairobi. Pertenece a lo que aquí llaman “tierras altas”; pero, al revés de las zona de Nairobi, Machakos o el valle del Rift, ésta es semiárida; apenas llueve uno 20 días al año, divididos entre noviembre-diciembre y abril-mayo. El suelo es volcánico, de tierra roja casi arenosa,  muy polvorienta y muchas piedras de basalto, de granito o calcitas. Todo está siempre cubierto por polvo rojo, se cuela por todas partes. Si lloviera sería una verdadera potencia agrícola. Tiene ahora una temperatura primaveral, deliciosa; junio y julio son los meses frescos, y por la noche, en un cielo digno de El Rey León, uno se guía por la Cruz del Sur, y no por la Estrella Polar.
 Kimangao, la localidad donde hemos estado trabajando, es una pequeña circunscripción de la provincia –un municipio, diríamos, aunque no aquí no existen ayuntamientos-, situada a unos 60 kms de la ´capital´ de esta zona, que se llama Mwingu. Hasta Mwingu llega la carretera asfaltada desde Nairobi; pero de Mwingu hasta aquí el autobus tarda dos horas por una carretera de tierra muy incómoda y no muy segura, en lo que al terreno se refiere; en otros aspectos, esto es una zona muy básica, muy rural, pero también muy pacífica  y de valores morales básicos muy sólidos. La gente de aquí son kamba, una de las tribus más numerosas del país junto a los kikuyu y los luos. Los kamba tienen lengua propia, y fama -por lo que he visto en Nairobi- de gente honrada, tranquila y acogedora, y así nos lo ha parecido a nosotros. Todos hablan kikamba, con los foráneos hablan kiswahili, que es la lingua franca de por aquí; y bastantes hablan o entienden inglés (un inglés difícil de comprender para mi –cosa no rara- y para casi todos).
Nosotros hemos estado viviendo en lo que puede considerarse el centro geográfico de Kimangao. Se trata de una antigua misión comboniana transformada ahora en conjunto parroquial, desde que la administración apostólica se convirtió en diócesis. Los combonianos, por italianos, tuvieron que marcharse durante la Guerra Mundial. Luego se hicieron cargo de ella unos misioneros irlandeses hasta que la diócesis la convirtió en parroquia. Esta antigua misión cuenta con una buena iglesia, un colegio de secundaria para chicas, con internado, donde estudian –y mucho- unas 400 chicas de todo Kitui. También hay un convento de franciscanas donde viven cuatro religiosas, todas ellas de por la zona o de la provincia vecina de Machakos. Al otros lado de la aldea hay una escuela primaria estatal y un conjunto de unas 8 ó 9 “tiendas”, así que es esto es el centro del lugar. En total viven por aquí unas cien personas; el resto está desperdigado por un círculo de unos 10 km. No hay casi agua corriente ni internet. Hay algo de electricidad. No hay rastro de asfalto ni nada que se le parezca en decenas de kilómetros a la redonda. Apenas hay cemento. Las casas son muy elementales. Las de las pequeñas concentraciones de población suelen tener una tienda en la parte exterior, donde se venden los productos más peregrinos, que casi nadie compra, y la vivienda está en la parte trasera, con una salida al lugar donde tienen algunas cabras y gallinas.
 El párroco atiende 31 “stations”, o pequeñas aldeas o grupos de población. Con él  -father Boniface- me alojo en la antigua Mission house, junto a la iglesia. También vive aquí father Charles. Y ya no hay más habitaciones.
Los chicos que han venido al campo de trabajo viven casi sobre el terreno, en una antigua leprosería arreglada y convertida en residencia-escuela de niños discapacitados. Teníamos encargados dos proyectos de restauración: el del antiguo hospital abandonado de la misión, que hemos convertido en el hospital de maternidad para la región, y el de un conjunto de cabañas, que el obispo quiere convertir en lugar fijo de campamentos de jóvenes, catequistas, etc. Estas dos reformas son las que vinimos a hacer, ese era nuestro “workcamp”.
Hemos venido cincuenta y tantos alumnos de Retamar, junto a cuatro profesores y yo mismo. En Nairobi se nos han juntado un pequeño grupo de cuatro que venían desde Hong Kong, y sobre todo un buen grupo dekenianos, alumnos de la Universidad de Strathmore; ocho, para ser concretos. Veíamos bastante advertidos de la dureza del sitio,  pero las dos horas de carretera de tierra –después de cuatro horas por carretera normal y un vuelo largo con llegada esa misma madrugada, a lo que se añadía el hecho de que llegáramos al camp de noche, sin ver apenas los sitios, quebró un poco la entereza de los chicos. Además, veníamos un poco histéricos sobre los peligros: mosquitos de la malaria, serpientes cobra, agua contaminada… en fin. Pero llegó el sol, puntual, como siempre en esta tierra en la que sale y se pone a la misma hora, las 6,30 y las 18,30 siempre la misma todo el año, y de golpe. Se dice que aquí no atardece, sino que el sol se apaga, y hay algo de eso. Del mismo modo que no es que amanezca, salga el sol y vaya instaurándose la mañana; no, aquí el sol  tarda cinco minutos en salir. Diez minutos antes es noche cerrada, y diez minutos después es plena mañana. Empezábamos a trabajar a las 7, hasta las 13hs. Parada hasta las 2 y continuar hasta las 5. A las 18,30 tienen la santa misa en la iglesia del pueblo. De 5,30 a 6,30 de la tarde es la hora mágica del pueblo; la gente pasea, se saluda y descansa.
NAIROBI, martes 26 de junio
Estoy en en Nairobi desde ayer. Llega la despedida de verdad. Ahora estoy en el aeropuerto Jomo Kennyata de Nairobi, en la sala de embarque de Qatar Airways. El viaje de ayer a Strathmore fue muy bueno y bastante rápido, porque el obispo se mueve con un buen 4x4 con chofer. Tardamos sólo 3,30 horas. Él tenía más prisa que yo porque tenía una reunión con una fundación holandesa que le ayudará en una escuela para niños descapacitados que está montando. Después del lunch, siesta,  ducha y en Mbaghati Study Center, un centro de san Rafael para universitarios vecino a la Universidad de Strathmore.  David, uno de los que vive allí, se ofreció a acompañarme adonde quisiera. Yo le pedí que me llevase al centro de la ciudad para visitar la catedral y ver el distrito comercial, financiero y de gobierno. Disfrutamos como dos enanos y me solté bastante en el inglés  con él –qué remedio!-. La catedral me entusiasmó. Es moderna, pero tiene unos magníficos vitrales de colores.  Entramos en una cosa tipo gran superficie, con un esquema semejante al de los nuestros, aunque todo un poco más cutrecillo…; pero lo mejor son las tiendas de la zona comercial. A las 7 cenamos y luego, en la tertulia, me pidieron que contara cosas de mi experiencia en el campo.
Esta mañana, 26 de junio, me he levantado a las 5,30, porque aquí la meditación la hacen a las 6. Luego les celebré la misa, gracias a Dios en latín. Puestos a hacer planes hasta las 6, que saldrá el avión, me interesaba conocer Strathmore school y Kianda, que está en la otra punta de la ciudad respecto a donde me alojo, porque aquello había sido idea de nuestro Padre (y hoy es 26 de junio), y él siguió el proyecto paso a paso durante los primeros años. Y se nota. La primera impresión que he tenido es una cosa graciosa y es que a uno le da la impresión de estar en Gaztelueta y en Ayalde. No sólo por el estilo, etc, sino porque los adolescentes y los niños se ve que son iguales en todas partes. Pero el colegio de chicos es espectacular; parece de veras uno de esos colegios ingleses de las pelis. Tened en cuenta que, a pesar de la imagen que podemos tener en Europa, toda la región de Nairobi es muy verde y de temperatura bastante fresca, sobre todo ahora, que están en su invierno.
No estaba muy decidido a ver cosas de turistas: animales, Rift Valley etc., pero Cormac Burk, al que pasé a saludar en su casa, me animó a acercarme al menos a Rift Valley, el territorio de los Masai, y contemplarlo desde las colinas de Ngong. Está cerca, a una media hora en coche, así que fuimos… y al superar las colinas y aparecer la vista del valle me quedé anonadado. No recuerdo haber visto nada tan bello en mi vida, un paisaje tan místico. Rift Valley está formado por una enorme falla del terreno que se alarga desde Etiopía a Uganda, pasando por el noroeste de Kenia. Es una zona plana y muy verde, en la que destacan algunos antiguos volcanes y lagos. Un paisaje digno del origen del hombre. De hecho, parece que es aquí donde se desarrolló el homo sapiens sapiens y de aquí creo que es también la Eva mitocondrial, o sea la mujer de la que dependen todos los humanos actuales: de este lugar, pues, provenimos todos. Ha sido una visita tan rápida que es otro de los motivos por los que me gustaría volver.
EN DOH, miércoles 27 de junio
Acabamos de aterrizar en la capital de Qatar, Doha, y estoy ahora de nuevo en la zona de tránsito del aeropuerto. Son las 12,30 (11,30 en España). Hay miles de personas de todas las razas y lenguas de la tierra; parece el ombligo donde conflluyen Asia-Europa-África. Mi vuelo a Madrid es a las 2, dentro de una hora y media, y hemos llegado a las 10,30. No consigo conectarme a la red, así que no hay forma de ver o contestar el correo.  Tendré que enviar las crónicas todas de golpe cuando llegue a casa…, eso será a las 6,30 de la mañana de hoy, que ya es 27 de junio.


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