miércoles, 8 de mayo de 2013

María





Pasc 6 c 2013
   Queridos: Estamos recorriendo los últimos pasos del camino pascual, y yo querría hablaros de María, la madre del Señor, que es por voluntad suya también madre nuestra, madre de todo el que la acepte "entre sus cosas", como dice el evangelio que hizo el discípulo amado, Juan. Hoy, esa especie de santoral secular que se va creando, celebra el Día de la Madre por ser el primer domingo de Mayo. La verdad es que antes sentía una cierta prevención ante esa dedicación; me parecía algo un tanto artificial y de finalidad comercial. Pero, ¡vaya!, ahora ya no me parece tan mal: "el mes de las flores"... también es el de la Madre del Señor. 

   Ser madre es algo grande, no es un 'hecho' sin más. A mi me parece una verdadera vocación de Dios, una vocación divina. Jesús también tuvo Madre: María de Nazaret. Y debe de ser tan significativo el hecho de la filiación materna  que nos ha dado a su madre por nuestra, a sus discípulos y hermanos. "Desde aquel día, el discípulo la recibió en su casa", dice el evangelio de san Juan, al recordar lo que Jesús les dijo -a él mismo y a María- desde la Cruz. Y en ese discípulo se han visto reflejados todos los discípulos que han amado a María. Porque la filiación a María es, de algún modo, un acto libre, no se impone: hay que quererla, 2recibirla". Es preciso hacerlo así, porque ella no es Dios, no es -digamos- teologalmente "necesaria". Es... un don, un regalo de Jesús. 

   No es divina ni nosotros la adoramos: es hermana nuestra, una de nosotros, de nuestra parentela, hija de Adán. Pero es especial: fue "llena de la gracia", engendró a Jesús y le acompañó toda su vida, la única que acompañó a Jesús durante toda su vida; ella es el vaso de la revelación. Fue la primera creyente, la primera cristiana, y hubo un momento en que era la única: ella era la Iglesia. Ha participado ya de la resurrección: está viva y gloriosa, no sólo el alma sino alma y cuerpo. Así que es, desde luego discípula, y la primera. Pero también te ve con ojos de madre, te ve como hijo o hija, y le gustaría tratarte como tal. Jesús se lo ofreció a ella y también a ti. Pero para eso hay que "recibirla". 

   ¿Qué es recibir a María como madre? Supongo que, ante todo, conocerla: meditar en el misterio de su persona y de su vocación, para ver el parentesco espiritual que nos une a ella. Luego, tratarla: poner en marcha la fe para verla y dirigirnos a ella sabiendo que nos conoce, nos escucha, nos ve, ora con nosotros y por nosotros. Y rezar. Rezar, recitar oraciones (que eso significa la palabra rezar). Seguramente no está de moda aconsejar "rezar". Se valora más lo creativo, lo espontáneo, y se sospecha que tras el rezo hay rutina. Pero mirad, aunque es orar y no rezar lo estrictamente necesario, rezar es como una propedéutica del orar, una pedagogía de la oración. Puede que sea cierto que hay gente que reza y no hace oración, ok. Es más: todos hemos de reconocer que a menudo rezamos sin orar. Pero también es cierto que sin rezar raramente se llega a orar, o al menos a orar bien, que no es cosa fácil. Puede que sólo rezando no se llegue a orar, pero desde luego, más difícil todavía es llegar a orar sin rezar.

   Así que recemos a María. Rezar pensando, rezar implicándose, rezar personalizando… Luego, a volar, orar. Tengamos oraciones, devociones. Hagámosla con devoción, con amor, sin rutina ni escrúpulo –con libertad-, pero con constancia. Recemos especialmente a María, todos los días, en todo momento, en cualquier momento. Para sentir la maternidad divina, que Dios ha querido manifestarnos a través de ella. Porque Dios es un Padre con corazón de madre. Pidámosle especialmente la fidelidad, de la que es un arquetipo, y la castidad que se cultive en la caridad con Dios y con todos. La castidad tiene mucho que ver con la caridad. Sin caridad el sexo no llega a ser amor ni la castidad llega a ser una virtud auténtica. 

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