Esta semana hemos hecho dos memorias litúrgicas -la del Sagrado Corazón, y también la del Inmaculado Corazón de su madre, María- que nos sirven para meditar sobre el proceloso mundo de los
afectos -nuestros afectos-, eso que nos llevan y nos traen de acá para allá continuamente: alegrías y penas, los sentimientos de generosidad o de envidia, aprensiones y apegamientos, dolor o remordimiento, euforias o manías y aburrimiento y cansancio… el mundo de los afectos.
Dios tiene corazón
Dios tiene corazón
La devoción a ese aspecto del ser del Redentor, su Corazón, subraya la autenticidad de su ser humano. No es una especie Dios que aparece como hombre, sino que se hace realmente hombre, y por eso asume la condición humana en toda su integridad, y por eso tiene eso que solemos llamar "corazón". Cristo tiene corazón
humano, un corazón -un modo de ser, como el nuestro- que le hace sentir, dudar, decidir, preguntar, mostrar interés o indignación, conmoverse, aterrarse. Cristo tiene ese modo de ser que es esencial al ser humano, porque lo corpóreo y lo espiritual en la persona interactúan en continuo, como en un flujo de ida y vuelta: un conocimiento puede hacer llorar, un dolor puede hacer pensar, la bendición produce una alegría que no conseguimos recluir en el interior del espíritu y salta hacia afuera, la indeterminación del mundo físico respecto al hombre le somete a la duda, al miedo o le inspira el arrojo o la cobardía, le esclaviza con la promesa del placer y de una realización irreal... el mundo es para él pasional. Al hablar de corazón -el lugar fisiológico en que con más vehemencia se "siente" estas cosas del alma- nos referimos por eso al lugar íntimo de la persona donde se juntan el entender con el sentir, el decidir
con el dejarse influir… la libertad última para elegir el bien o el
mal, donde se forma el depósito de los recuerdos y de la identidad. Es el núcleo de la persona humana, que no está formado sólo de alma.
La santidad arraiga en el corazón
La santidad arraiga en el corazón
Al hacerse hombre y asumir el "corazón" con toda su limitación y su gloria, Dios nos ha revelado que se parece a nosotros más de lo que había pensado la filosofía al reflexionar sobre su naturaleza perfecta. Que Dios pueda tener
corazón humano no es, efectivamente, tan obvio. Al revelarlo en la encarnación, nos muestra que él es más que el Dios metafísico, el Dios deducido por la vía racional desde la causalidad y el ser, sino que en cierto modo es Dios pasional, al que le importan las cosas, le importamos nosotros: ama, se enfada, sufre, nos busca... y no es mero antropomorfismo lingüístico. No se emociona con las piedras y los montes, sino con su hijo Israel (nosotros): "Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Seréis entonces mi pueblo y yo seré vuestro Dios". Así, al hacerse plenamente hombre, Cristo ha dado legitimidad moral a nuestro corazón y a la dimensión sentimental de nuestro ser. Desde entonces sabemos que no se trata de no tener sentimientos o no expresarlos adecuadamente, No conmoverse, no ser capaz de conmoverse ante la pobreza o ante la bondad, ante la belleza o ante el sufrimiento o ante el pecado, no sentir nunca repulsión... no son señales de una especie madurez humana, ni de una supuesta fe en la sabiduría de Dios que lo permite, sino que al contrario puede ser señal de endurecimiento y tal vez de egoísmo.
El corazón es clave para Dios. Jesús asegura que de dentro de los hombres, del corazón , es de donde procede lo que contamina le ensucia: "es dentro, del corazón del hombre, de donde proceden los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y son lo que contamina al hombre". La santidad tiene que ver, pues, con el corazón. Por eso se te pide pongas el corazón en las relaciones personales, que mires a los ojos a las personas y veas su alma, que sonrías y manifiestes lo que hay en tu corazón, que apacigues el corazón que sufre, que sepas servir por amor, ser cortés por respeto y cariño, y manifiestes admiración llena de respeto ante el otro (aunque sea un pequeñín). Es preciso cultivar el corazón en el trato con personas, no darlo por supuesto simplemente porque "sintamos" la fuerza de sus tirones interiores de cuando en cuando para bien... o para el mal. Es necesario también poner el corazón y manifestarlo en el trato con Jesús, con la Virgen, con tu ángel, con la eucaristía, con la lectura espiritual, con la visita: amar todas las cosas en las que está Dios. Me gusta todo lo tuyo… me gusta leer tu evangelio, me gusta servirte en el apostolado, me gusta hacer por ti mi trabajo.
Proteger el corazón
También es preciso proteger el corazón de lo que lo mancha, lo envilece, lo empequeñece, lo aturde, lo despista. Es preciso educar el corazón, darle a probar lo bueno, lo sabroso, lo que vale la pena. Y también protegerlo de la agresión que suponen determinadas conversaciones, historias, miradas de pornografía, light y hard da igual -no se sabe cuál es peor...-, de fantasías perezosas, de esa vanidad que denota falta de fidelidad a quien debemos amor… Mortificar el corazón, protegiéndolo de lo que lo daña, como enseña el gran apóstol Pablo: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, aspirad a los bienes de arriba; dad muerte a todo lo terreno que queda aún en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Esto es lo que atrae la ira de Dios sobre los hijos de la desobediencia. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador". Y también enseñándole a amar no sólo lo placentero, lo que encapricha, sino al que lo necesita, al que se halla solo o entristecido, como ha hecho Dios: 'Al ver a la gente llorando se llenó de compasión, acercó a la mujer y le dijo: "no llores"... hemos leído hoy en el evangelio. Señor: danos un corazón como el tuyo, como el de María, Inmaculado precisamente porque ser espejo y reflejo del tuyo.
El corazón es clave para Dios. Jesús asegura que de dentro de los hombres, del corazón , es de donde procede lo que contamina le ensucia: "es dentro, del corazón del hombre, de donde proceden los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y son lo que contamina al hombre". La santidad tiene que ver, pues, con el corazón. Por eso se te pide pongas el corazón en las relaciones personales, que mires a los ojos a las personas y veas su alma, que sonrías y manifiestes lo que hay en tu corazón, que apacigues el corazón que sufre, que sepas servir por amor, ser cortés por respeto y cariño, y manifiestes admiración llena de respeto ante el otro (aunque sea un pequeñín). Es preciso cultivar el corazón en el trato con personas, no darlo por supuesto simplemente porque "sintamos" la fuerza de sus tirones interiores de cuando en cuando para bien... o para el mal. Es necesario también poner el corazón y manifestarlo en el trato con Jesús, con la Virgen, con tu ángel, con la eucaristía, con la lectura espiritual, con la visita: amar todas las cosas en las que está Dios. Me gusta todo lo tuyo… me gusta leer tu evangelio, me gusta servirte en el apostolado, me gusta hacer por ti mi trabajo.
Proteger el corazón
También es preciso proteger el corazón de lo que lo mancha, lo envilece, lo empequeñece, lo aturde, lo despista. Es preciso educar el corazón, darle a probar lo bueno, lo sabroso, lo que vale la pena. Y también protegerlo de la agresión que suponen determinadas conversaciones, historias, miradas de pornografía, light y hard da igual -no se sabe cuál es peor...-, de fantasías perezosas, de esa vanidad que denota falta de fidelidad a quien debemos amor… Mortificar el corazón, protegiéndolo de lo que lo daña, como enseña el gran apóstol Pablo: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, aspirad a los bienes de arriba; dad muerte a todo lo terreno que queda aún en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Esto es lo que atrae la ira de Dios sobre los hijos de la desobediencia. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador". Y también enseñándole a amar no sólo lo placentero, lo que encapricha, sino al que lo necesita, al que se halla solo o entristecido, como ha hecho Dios: 'Al ver a la gente llorando se llenó de compasión, acercó a la mujer y le dijo: "no llores"... hemos leído hoy en el evangelio. Señor: danos un corazón como el tuyo, como el de María, Inmaculado precisamente porque ser espejo y reflejo del tuyo.
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