To 34 c Jesucristo Rey del universo 2013
Le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»
Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos.»
Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»
Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?
Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.»Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»
(Fragmento del capítulo 23 del evangelio de san Lucas)
Hace unos días comentaba el párroco que, a diferencia de otras fiestas del Señor (el nacimiento, la última cena, la anunciación...), hoy celebramos un misterio que aún está por llegar, que aún no ha sucedido: el reinado del Mesías.
¿El reino? ¿Qué reino?
¡Lo esperamos!, desde luego -"¡venga tu Reino!"-, pero está claro que aún no ha llegado: hay crímenes, hay guerra y se amenaza, se oprime a la gente y se la explota; se engaña, se viola, se encarcela injustamente, se blasfema; existen desigualdades humillantes, se desprecia a los desgraciados, se secuestra a gente para traficar con sus órganos. ¡¿Quién creería en el reinado de Dios?! Como en el impresionante pasaje de Lucas que acabamos de leer, el mundo se burla del supuesto Rey divino y de su supuesto poder… Y sin embargo, lo celebramos. En esperanza, pero lo celebramos: "mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor, Jesucristo", dice el sacerdote al terminar en la Misa el Padrenuestro. Y todos replicamos: ¡sí!, "porque tuyo es el reino -lo mereces-, el poder y la gloria por siempre"...
"Creo en tu Reino"
Nos parecemos -se parece la Iglesia- a ese hombre del que el evangelio de hoy nos dice que colgaba en otra cruz junto al Señor -en el mismo suplicio- y que salió en su defensa, en medio de la lluvia inmunda de insultos y burlas dirigidos al "Rex Iudaeorum" clavado y desangrándose: "Nosotros estamos aquí merecidamente, pero ¡este hombre no ha hecho nada!", grita, ¡es inocente! Y se dirige a Jesús de un modo que estremece: "Jesús, ¡acuérdate de mi cuando llegues a tu Reino". ¡Qué maravilloso acto de fe en el reinado de Jesús! Jesús, ¡tú sí que mereces reinar -parece decir-, tú sí que eres el Rey! Y, sí, ¡claro que reinarás! Y acuérdate de mi cuando empieces a reinar..."Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso", le dice Jesús conmovido. Es el primer santo canonizado. No lo canonizó ningún papa; lo canonizó Jesús.
"Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre". Sí: el mundo y la historia serán tuyos, Jesús de Nazaret, serán de Dios y no de Satanás, ni de quienes le sirven...
¿Quién puede descubrir el reino?
A Jesús quisieron coronarle rey algunas veces durante su ministerio en Galilea, pero él no lo permitió. Decía: no he venido a ser servido –a reinar-, sino a servir y a dar mi vida en redención. Dios ha venido a servir al hombre. La verdad es que esto es asombroso. Quizá se entiende mejor si leemos esto junto con la respuesta de Jesús a los fariseos que le preguntan por la llegada del Reino de Dios: "Mirad -les dice-, el reino no viene con ostentación; el reino de Dios está ya en medio de vosotros". Así, Dios reina ahora conquistando para el reino los corazones -uno por uno-, el pensamiento, la dedicación, la vida de los que le entienden.
¿A mi, qué me ciega para el Reino, para ver a ese Rey que el buen ladrón fue capaz de descubrir en el crucificado? A lo mejor la respuesta está en estas palabras del Señor: "no podéis ser siervos de dos señores". Efectivamente, puede que no seamos esos grandes criminales de los que hablábamos antes, pero tampoco logramos "ver" el reino, ni entrar en él, porque en realidad somos ya siervos de otro "señor", estamos esclavizados por algo o por alguien. ¡Es tan fácil que nos ocurra esto!
Yo, ¿a quién sirvo? A menudo los hombres somos grandes servidores -esclavos, casi- del alcohol, del sexo, del dinero, del orgullo... (porque hay pecados, pero también hay vicios) que esclavizan durísimamente. Tal vez necesitemos ir a nuestro libertador con sinceridad, -como el malhechor de la cruz-, reconocer la realeza de Jesús a ofrecerle la corona de rey de nuestra vida de verdad, con hechos, arrojando con valentía a sus pies las cadenas que nos esclavizaban.
Le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»
Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos.»
Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»
Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?
Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.»Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»
(Fragmento del capítulo 23 del evangelio de san Lucas)
Hace unos días comentaba el párroco que, a diferencia de otras fiestas del Señor (el nacimiento, la última cena, la anunciación...), hoy celebramos un misterio que aún está por llegar, que aún no ha sucedido: el reinado del Mesías.
¿El reino? ¿Qué reino?
¡Lo esperamos!, desde luego -"¡venga tu Reino!"-, pero está claro que aún no ha llegado: hay crímenes, hay guerra y se amenaza, se oprime a la gente y se la explota; se engaña, se viola, se encarcela injustamente, se blasfema; existen desigualdades humillantes, se desprecia a los desgraciados, se secuestra a gente para traficar con sus órganos. ¡¿Quién creería en el reinado de Dios?! Como en el impresionante pasaje de Lucas que acabamos de leer, el mundo se burla del supuesto Rey divino y de su supuesto poder… Y sin embargo, lo celebramos. En esperanza, pero lo celebramos: "mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor, Jesucristo", dice el sacerdote al terminar en la Misa el Padrenuestro. Y todos replicamos: ¡sí!, "porque tuyo es el reino -lo mereces-, el poder y la gloria por siempre"...
"Creo en tu Reino"
Nos parecemos -se parece la Iglesia- a ese hombre del que el evangelio de hoy nos dice que colgaba en otra cruz junto al Señor -en el mismo suplicio- y que salió en su defensa, en medio de la lluvia inmunda de insultos y burlas dirigidos al "Rex Iudaeorum" clavado y desangrándose: "Nosotros estamos aquí merecidamente, pero ¡este hombre no ha hecho nada!", grita, ¡es inocente! Y se dirige a Jesús de un modo que estremece: "Jesús, ¡acuérdate de mi cuando llegues a tu Reino". ¡Qué maravilloso acto de fe en el reinado de Jesús! Jesús, ¡tú sí que mereces reinar -parece decir-, tú sí que eres el Rey! Y, sí, ¡claro que reinarás! Y acuérdate de mi cuando empieces a reinar..."Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso", le dice Jesús conmovido. Es el primer santo canonizado. No lo canonizó ningún papa; lo canonizó Jesús.
"Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre". Sí: el mundo y la historia serán tuyos, Jesús de Nazaret, serán de Dios y no de Satanás, ni de quienes le sirven...
¿Quién puede descubrir el reino?
A Jesús quisieron coronarle rey algunas veces durante su ministerio en Galilea, pero él no lo permitió. Decía: no he venido a ser servido –a reinar-, sino a servir y a dar mi vida en redención. Dios ha venido a servir al hombre. La verdad es que esto es asombroso. Quizá se entiende mejor si leemos esto junto con la respuesta de Jesús a los fariseos que le preguntan por la llegada del Reino de Dios: "Mirad -les dice-, el reino no viene con ostentación; el reino de Dios está ya en medio de vosotros". Así, Dios reina ahora conquistando para el reino los corazones -uno por uno-, el pensamiento, la dedicación, la vida de los que le entienden.
¿A mi, qué me ciega para el Reino, para ver a ese Rey que el buen ladrón fue capaz de descubrir en el crucificado? A lo mejor la respuesta está en estas palabras del Señor: "no podéis ser siervos de dos señores". Efectivamente, puede que no seamos esos grandes criminales de los que hablábamos antes, pero tampoco logramos "ver" el reino, ni entrar en él, porque en realidad somos ya siervos de otro "señor", estamos esclavizados por algo o por alguien. ¡Es tan fácil que nos ocurra esto!
Yo, ¿a quién sirvo? A menudo los hombres somos grandes servidores -esclavos, casi- del alcohol, del sexo, del dinero, del orgullo... (porque hay pecados, pero también hay vicios) que esclavizan durísimamente. Tal vez necesitemos ir a nuestro libertador con sinceridad, -como el malhechor de la cruz-, reconocer la realeza de Jesús a ofrecerle la corona de rey de nuestra vida de verdad, con hechos, arrojando con valentía a sus pies las cadenas que nos esclavizaban.