martes, 18 de agosto de 2015

"Siento compasión": Dios escucha.

(19 de julio 2015 Dom 17 b del TO)

El milagro de vernos
Estábamos leyendo en el evangelio de san Marcos la pequeña "escapada" que Jesús propone a los apóstoles al regresar de aquella primera misión. ¿Os acordáis como a  atracar a tierra descubre que  le está esperando la gente y se pone a hablar con ellos largo tiempo? Al final, Jesús hace un milagro maravilloso, la multiplicación milagrosa de unos pocos panes y peces para  darles de comer a todos. Digo maravilloso, no tanto por lo portentoso, sino por su significación: que Dios se preocupe de que estamos sin comer me parece realmente maravilloso revelador. Pero, según nos dice san Marcos, la gente apenas se dio cuenta de que estaba realizando un milagro. Así es la mayor parte de las veces lo que Dios hace por nosotros. Y también así nos pide que obremos nosotros. 


Darse cuenta

Se preocupó: "Siento compasión de esta gente... ¿Dónde podríamos comprar pan para alimentarlos? Ciertamente quiso hacer un milagro, quiso demostrar su poder a los discípulos (poder del que ellos también participarían). Pero antes de todo eso, se dio cuenta; se dio cuenta y se preocupó. Darse cuenta es escuchar al otro; escuchar incluso lo que no nos dice. Ayer estaba viendo un debate político en la tele, y pensaba: aquí no se escucha, aquí sólo se discute: se intenta que se te oiga a ti, y que el otro quede humillado. De la discusión no suele salir luz, solía decir san Josemaría, porque cada uno quiere quedar por encima. Qué raramente uno le dice al otro: ¡Pues, tienes razón!
No escuchamos al otro. Dios siempre escucha, no sólo nuestra voz, sino nuestro corazón, nuestra necesidad (como esas madres que tienen como un sexto sentido para percibir que a su bebé le pasa algo o necesita algo). No escuchamos porque, al parecer, no tenemos tiempo. Sentimos un cierto vértigo antes de decir a alguien: ¡cuéntame! Hace tiempo se puso de moda esa broma: cuando uno te preguntaba "¡Hombre, fulano! ¿Cómo estás?" Te podían responder: "¿Te conformas si te digo "bien", o te cuento de verdad?" Al parecer eso sólo lo hacen los amigos, o los enamorados, un padre con su hijo… ¡y no siempre1 No escuchamos porque en realidad no nos interesa, porque no nos ponemos en el lugar, porque no preguntamos... Tal vez porque solo nos interesa lo nuestro: como decía aquel niño: "un egoísta es uno que no piensa en mi".


La comunión espiritual

Muchos Padres de la Iglesia usaron este relato para explicar el pan eucarístico. Venían a decir: como Jesús multiplicó el pan, multiplica ahora su cuerpo, que es vida del mundo: "Si no coméis mi cuerpo, sin no bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros". Eso nos ocurre cuando dejamos de comulgar un tiempo excesivo voluntariamente, o lo recibimos tibiamente: sin fe, sin atención, sin pureza, sin amor. "Danos ese pan siempre", se pedimos hoy. La comunión espiritual -para cuando no se puede comulgar- es una fuente de unión impresionante. Además podemos expresarla en cualquier momento. "Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos". Esta es una fórmula que un escolapio enseñó al san Josemaría siendo niño. La comunión espiritual es medicina precisamente de la falta de ganas, de la falta de fe, de la falta de gracia suficiente. Pues, aunque no sea preciso ser santos para comulgar, es preciso desear la santidad, haber purificado el corazón, el alma. A veces con la confesión y la conversión. Y, siempre, con el deseo espiritual. Repetidla a menudo. Mientras os dormís, cuando pasáis por delante de una iglesia... "¡Danos siempre ese pan!"

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