2º domingo navidad
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
(...)
Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal,ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
(Del capítulo 1 del evangelio de san Juan. Resumen)
Dios Hombre
Veis que en este segundo domingo navideño se lee este texto del Evangelio de san Juan, que tiene un cierto sabor filosófico y por eso nos sorprende un tanto. Este evangelista es uno de los doce apóstoles, como sabéis: el más joven y amado por Jesús. Al parecer murió muy anciano ya, en Éfeso. Poco antes escribió su propia narración evangélica, pero antes de la narración propiamente dicha, colocó este discurso, que parece querer ser como el resumen de todo lo que luego iba a contar. Viene a decirnos: ¿Queréis saber qué es lo más maravilloso en todo lo que os voy a contar acerca de Jesús de Nazaret?
Pues que en Jesús el Verbo divino se hizo hombre, y así Dios habitó ya para siempre entre nosotros.
A Dios no le ha visto nadie, nadie puede verlo, porque ver es abarcar, y nadie puede contemplarlo por completo. Fue él quien se nos lo reveló, al encarnarse su Verbo. Nos reveló su presencia en el mundo, su solicitud por nosotros, nuestra semejanza y su amistad.
En Cristo, uno de la Trinidad nos ha mostrado, de un modo humano, la forma de ser de Dios. Eso nos llena de esperanza, nos hace confiar en su comprensión. También nos hace respetar mejor a los demás, porque hay en ellos como una huella del modo de ser divino, y una relación con él.
Acampar en medio
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: se hizo hombre, se hizo humano. Emplea un verbo de significado grato y evocador para los judíos, acampar: acampó entre nosotros. A nosotros lo de acampar nos suena a algo deportivo, pero a ellos les traía recuerdos de su época nómada y cómo algún clan se unía a ellos y se les permitía acampar en medio de los demás, se les acogía. O tal vez la misteriosa tienda vacía que Yahveh ordenó instalar a Moisés en medio de las acampadas del pueblo, para que recordaran su presencia y su Alianza. Cuando iniciaron su éxodo hacia la tierra prometida, les dijo: hacedme una tienda… yo viajaré junto a vosotros. Acampó entre ellos, puso su tienda entre las nuestras. Ahora -nos dice el evangelio- al encarnarse el Verbo en la persona de Jesús, Dios ha acampado entre nosotros de un modo inimaginable: ha vivido totalmente nuestras vicisitudes, nuestra propia vida, para que a través de lo visible lleguemos a lo invisible. Posiblemente de ahí venga la costumbre de velar el sagrario y llamarlo "tabernáculo"... Esa "tienda" nos dice que ahora también, aunque de un modo invisible, Jesús sigue entre nosotros, Dios está muy cerca. Se suele decir del Papa: es muy cercano… porque cuando mira, sonríe, pregunta o se interesa. Más aún es Dios con nosotros.
Conocer a Cristo en los evangelios
Dios con nosotros, Enmanuel... Pero, y nosotros ¿estamos con él? ¿le conocemos? Hay que empaparse del evangelio; todos los días deberíamos leerlo un rato, en directo y de la mano de la Iglesia Madre. En realidad, es imposible amar a Cristo sin conocerlo, como es imposible conocer Dios desde dentro de sí sin conocer a Jesucristo.
Y luego, ir más allá, hasta llegar a un trato personal con él; llegar a la meditación cristiana. Eso es en realidad ser cristiano no sólo de nombre o de convicciones, sino vitalmente: yo trato a Cristo, sé quién es. Y este puede ser un gran propósito de esta Navidad: tratar realmente a Cristo Jesús, conocerlo y amarlo.
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
(...)
Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal,ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
(Del capítulo 1 del evangelio de san Juan. Resumen)
Dios Hombre
Veis que en este segundo domingo navideño se lee este texto del Evangelio de san Juan, que tiene un cierto sabor filosófico y por eso nos sorprende un tanto. Este evangelista es uno de los doce apóstoles, como sabéis: el más joven y amado por Jesús. Al parecer murió muy anciano ya, en Éfeso. Poco antes escribió su propia narración evangélica, pero antes de la narración propiamente dicha, colocó este discurso, que parece querer ser como el resumen de todo lo que luego iba a contar. Viene a decirnos: ¿Queréis saber qué es lo más maravilloso en todo lo que os voy a contar acerca de Jesús de Nazaret?
Pues que en Jesús el Verbo divino se hizo hombre, y así Dios habitó ya para siempre entre nosotros.
A Dios no le ha visto nadie, nadie puede verlo, porque ver es abarcar, y nadie puede contemplarlo por completo. Fue él quien se nos lo reveló, al encarnarse su Verbo. Nos reveló su presencia en el mundo, su solicitud por nosotros, nuestra semejanza y su amistad.
En Cristo, uno de la Trinidad nos ha mostrado, de un modo humano, la forma de ser de Dios. Eso nos llena de esperanza, nos hace confiar en su comprensión. También nos hace respetar mejor a los demás, porque hay en ellos como una huella del modo de ser divino, y una relación con él.
Acampar en medio
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: se hizo hombre, se hizo humano. Emplea un verbo de significado grato y evocador para los judíos, acampar: acampó entre nosotros. A nosotros lo de acampar nos suena a algo deportivo, pero a ellos les traía recuerdos de su época nómada y cómo algún clan se unía a ellos y se les permitía acampar en medio de los demás, se les acogía. O tal vez la misteriosa tienda vacía que Yahveh ordenó instalar a Moisés en medio de las acampadas del pueblo, para que recordaran su presencia y su Alianza. Cuando iniciaron su éxodo hacia la tierra prometida, les dijo: hacedme una tienda… yo viajaré junto a vosotros. Acampó entre ellos, puso su tienda entre las nuestras. Ahora -nos dice el evangelio- al encarnarse el Verbo en la persona de Jesús, Dios ha acampado entre nosotros de un modo inimaginable: ha vivido totalmente nuestras vicisitudes, nuestra propia vida, para que a través de lo visible lleguemos a lo invisible. Posiblemente de ahí venga la costumbre de velar el sagrario y llamarlo "tabernáculo"... Esa "tienda" nos dice que ahora también, aunque de un modo invisible, Jesús sigue entre nosotros, Dios está muy cerca. Se suele decir del Papa: es muy cercano… porque cuando mira, sonríe, pregunta o se interesa. Más aún es Dios con nosotros.
Conocer a Cristo en los evangelios
Dios con nosotros, Enmanuel... Pero, y nosotros ¿estamos con él? ¿le conocemos? Hay que empaparse del evangelio; todos los días deberíamos leerlo un rato, en directo y de la mano de la Iglesia Madre. En realidad, es imposible amar a Cristo sin conocerlo, como es imposible conocer Dios desde dentro de sí sin conocer a Jesucristo.
Y luego, ir más allá, hasta llegar a un trato personal con él; llegar a la meditación cristiana. Eso es en realidad ser cristiano no sólo de nombre o de convicciones, sino vitalmente: yo trato a Cristo, sé quién es. Y este puede ser un gran propósito de esta Navidad: tratar realmente a Cristo Jesús, conocerlo y amarlo.
1 comentario:
Conocer y amar... precioso,
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