martes, 20 de enero de 2015

Año Nuevo


Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
(Del capítulo 4 de la epístola de san Pablo a los fieles de Galacia)

Theotokós
Hoy se cumple la octava de la natividad del Señor, y la Iglesia celebra la maternidad divina de María. La piedad cristiana le llamó así desde muy pronto: Madre de Dios. Especialmente le ruega así, con ese dulce apelativo "Santa María, Madre de Dios: ruega por nosotros, pecadores"; como si quisiéramos subrayar su poder de intercesión: Madre de Dios, ruega por nosotros... Por supuesto, al llamarla de este modo no pretendemos decir que sea Madre de Dios en el sentido estricto en que algunos mitos antiguos decían, por ejemplo, que una diosa engendraba un dios, que le daba la existencia... María no ha dado, por supuesto, la existencia a Dios, sino al revés. No la llamamos madre de Dios en ese sentido. Pero sí en un sentido real, no figurativo o solamente poético; puesto que realmente engendró al Hijo hecho hombre: la novedad humana del Verbo nació de ella, de santa María virgen. También Jesús puede decirle "Totus tuus sum, Maria", como comprendió un día de 1962, con notable agudeza telológica, el entonces joven Karol Wojtyla ¡Esto es algo realmente muy grande! Jesús la abraza y la llama mamá. Y nosotros también. En el convento de la Aguilera, creo que las religiosas de Iesu Communio tienen la costumbre de abrazarse -arrodilladas, como una niña- a la imagen de la Virgen sedente y embarazada que reside en la capilla. Bien puedes hacerlo tú también: totus tuus sum ego, Maria: soy todo tuyo, todo lo mío viene -o quisiera que procediera- de ti.

Año Nuevo
Hoy es también el comienzo también del año civil, y nos deseamos cosas buenas y felicidad unos a otros. También Dios nos las desea. Al fin y al cabo, suyo es el tiempo: el general y el tuyo, regalo y don máximo que recibimos de él en la tierra. Pues es Él quien nos da la capacidad de vivirlo -de experimentarlo con nuestra consciencia- y de saber así que somos  y quien somos, precisamente por tener dentro todo lo vivido: es "el contenido del corazón", que dijo un poeta granadino… y así se hace nuestro el tiempo, como parte de mi propio ser; casi, casi, la esencia de mi ser:  don suyo es. Con él y desde él escribimos el futuro, proyectamos lo que somos y lo hacemos real: escribimos nuestra vida. Esto es un poco filosófico, lo sé, pero cuando se comprende ¡es maravilloso! Es en el tiempo donde recibimos la paternidad y la fe, la gracia de Dios y el amor, y todas las otras cosas también. ¡Gracias, Señor, por el Tiempo! Cierto que el tiempo no es siempre limpio, puro: el hombre también ensucia el tiempo con su crueldad, con el odio, con la cerrazón, con la avaricia. Entonces el tiempo se nos hace duro, pesante; incluso odioso. Perdón, Señor, porque manchamos el tiempo con el mal, con el pecado. También yo.

Escribir en el tiempo
Así que ¿qué escribiré este año en el tiempo, durante este año que ahora comienza a nacer, en el tiempo del mundo y en el mío? Un buen planteamiento sería que, más que esperar la felicidad , como solemos decir, esperásemos poder escribir con nuestras vidas una historia de amor, como hace Dios, y llenar el tiempo del fruto propio de los discípulos, en la Iglesia. Como la madre de Jesús, que por eso es también Madre de Dios: porque lo engendró para el mundo, para nosotros. Santa María, Madre de Dios y madre nuestra: acompáñanos, haz que quitemos lo que estorba y mancha la historia, y que escribamos en cambio, contigo, la historia de Jesús: en nuestra casa, en la oficina, en la calle, en la intimidad de mis amigos y personas queridas, incluso en relación con los que no me traten bien.

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