Natividad de Jesús
Porque toda bota que calza el guerrero en el fragor de la batalla
y el manto revolcado en sangre, serán para quemar, combustible para el fuego.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado
y la soberanía reposará sobre sus hombros;
y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin sobre el trono de David y sobre su reino,
para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia
desde entonces y para siempre.
El celo del Señor de los ejércitos hará esto.
(Del capítulo 9 del libro del profeta Isaias)
El don del hijo
En una antigua antífona navideña se cantan estas palabras misteriosas del profeta Isaias: “Nos ha nacido un Niño, se nos ha dado un Hijo”. Para los antiguos, el anuncio de un nuevo hijo iba acompañado de un inefable de gozo, el mayor que podía experimentar un hombre. Un hijo era la proyección de la existencia personal más allá de la propia caducidad, de la propia limitación; y también la seguridad: el futuro, el gran regalo, mi otro yo. ¡Un hijo lo era todo! Tal vez puede decirse, por desgracia, que esto ahora no es así, sino que estamos tan infectados de egoísmo estéril, angustioso, autohumillante y destructivo, que a un nuevo niño lo vemos casi lo vemos como un lío. (Me dejó helado el hijo mayor de una familia amiga, una familia de seis hijos, que les reprochaba a sus padres haber tenido tantos después de él). Esterilizamos y nos autoesterelizamos tranquilamente, para vivir más cómodamente, sin tantas preocupaciones, sin amor por supuesto. Incluso los eliminamos, si nos vienen mal, antes o después de nacer. Que Dios se apiade de nosotros…
Grito de gozo, decíamos: “Nos ha nacido, nos ha sido dado…”. Pero, además, en el impersonal de la la forma gramatical de la segunda frase probablemente haya que ver a Dios: "Dios nos ha hecho el don de un hijo", leeríamos. El conjunto poético de exultación sonaría así: "¡Vamos a tener un hijo, Dios nos regala un descendiente!". En la antigüedad, esta afirmación maravillosa les resultaba casi evidente: es Dios el que crea, el que regala un hijo, un hermano. Ahora, no ocurre así; somos tan listos que hemos llegado a esta cegata conclusión científica: ha sido fruto de la unión de dos gametos…! Ah!, vaya, qué bien.
Recibir el don, que es Cristo
Isaias, el profeta que escribe, habla de este regalo en el contexto concreto de los problemas de subsistencia de Israel en aquel momento, atacado por todas partes. Como nosotros hoy, como la Iglesia y el mundo, siempre estamos en trance de supervivencia por un motivo u otro, siempre estamos en peligro, porque en realidad son tremendamente frágiles incluso las cosas que nos parece estables a primera vista. Por eso el poema de Isaías refleja la maravilla de descubrir que llega un salvador. Pues, bien, es Navidad; ¡he aquí al salvador!: es el Hijo, el eterno, el que existía desde el principio, porque estaba en Dios y era Dios… Al dársenos como hijo nuestro -al encarnarse-, como hijo de una de nosotros, de una de vosotras, hermano realmente, ha habitado entre nosotros, ha puesto su tienda entre nosotros (como la Tienda del encuentro de Moisés). Y sigue entre nosotros: es Cristo Jesús. "Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo"…, escribió San Josemaría como dedicatoria en un libro que regaló a un joven estudiante de arquitectura de aquí, de Madrid (Ricardo Fernández Vallespín, se llamaba: uno de aquellos que le siguieron). Él se nos ha acercado como salvador, nos ha nacido, se nos ha dado. Pero, ¿lo recibimos nosotros? Seguir sus huellas, encontrarle; día a día podemos hacerlo… lo hemos dicho ya varias veces. Aparte de los grandes encuentros, que son la eucaristía y la palabra.
Amar la vida
Y también, recuperar el amor por la vida, el respeto a la vida, a la huella del obrar de Dios en cada hombre y en la historia: en el pobre y en el rico, en el sabio y el necio, en el sano y el enfermo. A ellos vino Jesús, y a través de ti lo encontrarán, a través de ti vivirá entre ellos, se hará cercano a ellos, su vecino: acampará entre ellos.
Porque toda bota que calza el guerrero en el fragor de la batalla
y el manto revolcado en sangre, serán para quemar, combustible para el fuego.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado
y la soberanía reposará sobre sus hombros;
y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin sobre el trono de David y sobre su reino,
para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia
desde entonces y para siempre.
El celo del Señor de los ejércitos hará esto.
(Del capítulo 9 del libro del profeta Isaias)
El don del hijo
En una antigua antífona navideña se cantan estas palabras misteriosas del profeta Isaias: “Nos ha nacido un Niño, se nos ha dado un Hijo”. Para los antiguos, el anuncio de un nuevo hijo iba acompañado de un inefable de gozo, el mayor que podía experimentar un hombre. Un hijo era la proyección de la existencia personal más allá de la propia caducidad, de la propia limitación; y también la seguridad: el futuro, el gran regalo, mi otro yo. ¡Un hijo lo era todo! Tal vez puede decirse, por desgracia, que esto ahora no es así, sino que estamos tan infectados de egoísmo estéril, angustioso, autohumillante y destructivo, que a un nuevo niño lo vemos casi lo vemos como un lío. (Me dejó helado el hijo mayor de una familia amiga, una familia de seis hijos, que les reprochaba a sus padres haber tenido tantos después de él). Esterilizamos y nos autoesterelizamos tranquilamente, para vivir más cómodamente, sin tantas preocupaciones, sin amor por supuesto. Incluso los eliminamos, si nos vienen mal, antes o después de nacer. Que Dios se apiade de nosotros…
Grito de gozo, decíamos: “Nos ha nacido, nos ha sido dado…”. Pero, además, en el impersonal de la la forma gramatical de la segunda frase probablemente haya que ver a Dios: "Dios nos ha hecho el don de un hijo", leeríamos. El conjunto poético de exultación sonaría así: "¡Vamos a tener un hijo, Dios nos regala un descendiente!". En la antigüedad, esta afirmación maravillosa les resultaba casi evidente: es Dios el que crea, el que regala un hijo, un hermano. Ahora, no ocurre así; somos tan listos que hemos llegado a esta cegata conclusión científica: ha sido fruto de la unión de dos gametos…! Ah!, vaya, qué bien.
Recibir el don, que es Cristo
Isaias, el profeta que escribe, habla de este regalo en el contexto concreto de los problemas de subsistencia de Israel en aquel momento, atacado por todas partes. Como nosotros hoy, como la Iglesia y el mundo, siempre estamos en trance de supervivencia por un motivo u otro, siempre estamos en peligro, porque en realidad son tremendamente frágiles incluso las cosas que nos parece estables a primera vista. Por eso el poema de Isaías refleja la maravilla de descubrir que llega un salvador. Pues, bien, es Navidad; ¡he aquí al salvador!: es el Hijo, el eterno, el que existía desde el principio, porque estaba en Dios y era Dios… Al dársenos como hijo nuestro -al encarnarse-, como hijo de una de nosotros, de una de vosotras, hermano realmente, ha habitado entre nosotros, ha puesto su tienda entre nosotros (como la Tienda del encuentro de Moisés). Y sigue entre nosotros: es Cristo Jesús. "Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo"…, escribió San Josemaría como dedicatoria en un libro que regaló a un joven estudiante de arquitectura de aquí, de Madrid (Ricardo Fernández Vallespín, se llamaba: uno de aquellos que le siguieron). Él se nos ha acercado como salvador, nos ha nacido, se nos ha dado. Pero, ¿lo recibimos nosotros? Seguir sus huellas, encontrarle; día a día podemos hacerlo… lo hemos dicho ya varias veces. Aparte de los grandes encuentros, que son la eucaristía y la palabra.
Amar la vida
Y también, recuperar el amor por la vida, el respeto a la vida, a la huella del obrar de Dios en cada hombre y en la historia: en el pobre y en el rico, en el sabio y el necio, en el sano y el enfermo. A ellos vino Jesús, y a través de ti lo encontrarán, a través de ti vivirá entre ellos, se hará cercano a ellos, su vecino: acampará entre ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario