jueves, 26 de marzo de 2015

Id y bautizad

Fiesta del bautismo de Jesús 2015

Bautismo y conversión
El Bautismo de Jesús por Juan, su pariente, que hoy conmemoramos, nos impulsa a hablar de nuestro propio bautismo (aunque no lo recordemos, y precisamente porque no lo recordamos). Este signo o rito de conversión y renacimiento existía, como sabéis, ya antes de Jesús en diversas tradiciones religiosas. El agua resulta para ello muy expresiva de limpieza y de resurrección. Para nosotros, la palabra "bautizo" evoca la fiesta -familiar, tierna y sencilla- en torno a un niño recién recién nacido.  Es preciso quitarse un poco esa idea de la imaginación. En tiempos del Señor bautizarse era algo bastante "fuerte"; suponía que un hombre había decidido confesar públicamente su desesperanza y dolor, confesar públicamente su pecado y su deseo de conversión; iniciar una nueva vida… Jesús, como otros muchos galileos, se acercó hasta la zona del Jordán donde su pariente anunciaba llegado "el momento", el día de Dios, el Reino, y bautizaba. En un momento determinado se acercó a Juan para ser sometido al rito. Juan, que había recibido la moción del Espíritu sobre la mesianidad de su primo, que se opuso enérgicamente; por él, mas bien, lo hubiera presentado públicamente como hizo en otro momento ante algunos discípulos: "¡Este es el cordero de Dios...!" Pero Jesús insistió: "¡Es así como hay que comenzar el reino!" Es aquí: en el Jordán de la humildad del corazón, y no intentando cambiar el mundo primero, como si eso garantizara de por sí la bondad del mundo, como si ese cambio se pudiera hacer sin cambiar los corazones… Cuando Jesús salió del agua, sintió en su alma humana el mandato del Padre: "¡Eres mi hijo amado entre los hombres!". ¡Empieza ya! Y ahí empezó todo.

Tu bautismo y el de tus hijos
Pero volvamos a nuestro bautismo. Cuando Jesús quiso dejar un rito significativo de la conversión y nueva vida, señaló este: "Id y bautizad, en el nombre el Padre y del Hijo y del Espíritu santo"… El nombre trinitario, ¡el nuevo nombre! Él nos hace participar de su ser y su misión, y la voz del Padre suena de nuevo: tú eres mi hijo amado, mi enviado, mi Cristo… El bautismo nos hace otro cristo, ¡el mismo Cristo! 
Pero ese don que entonces recibimos ha de desarrollarse. Poco a poco, día a día, circunstancia a circunstancia: con la comunión, la penitencia, la formación, la purificación y las virtudes… Hay que crecer: es preciso que el don germine, se desarrolle, vaya dando fruto. Ya sabéis que, aunque sea propio de adultos, la historia ha hecho que también se bautizen los niños de los ya creyentes, si lo desean. Se ve desde el principio. ¿Os acordáis del carcelero de Pablo y su familia en Filipos? Se bautizó él ¡y toda su casa! La historia conmueve, y está llena de sabiduría, llena de lógica. Pero pensad en la educación. "Dejad que lo niños se acerquen a mi, no se lo impidáis"... no los escandalicéis. Porque algunas veces les impedimos que vayan a Jesús, aunque sea de modo pasivo, o por omisión, o porque les damos mal ejemplo, o porque no sabemos educarles al no habernos formado nosotros... Qué buena oportunidad para ponernos al día, es el bautismo de los hijos.
El bautismo del Señor nos llena de alegría, por nuestra participación en él; pero también nos recuerda también la responsabilidad y el compromiso que conlleva: hacia nosotros mismos, en primer lugar; pero también especialmente hacia vuestros hijos.

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