Epifanía 2015
Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.»
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
(Del evangelio de san Mateo)
La caída del prejuicio racial o nacional
“Hemos venido a adorar…” Qué bonito es lo que han cantado en la entrada: "No adoréis a nadie más que a Él". No adoréis el dinero, no adoréis a los líderes, no os adoréis a vosotros mismos, no adoréis a nadie, más que a él… Adorar es un gesto q consistía en besar el manto: un gesto de reconocimiento, de agradecimiento; como una rendición, pero voluntaria, muy parecida a la amorosa: un gesto hacia el que te salva, hacia el salvador. Estos hombres, cuya historia hoy recuerda la liturgia, tenidos por verdaderos sabios o "académicos" de su época, habían visto lo que les pareció una señal que cumplía la profecía hebrea de un Rey salvador en Israel, y se presentan allí para para adorarlo. La Iglesia vio en ellos como una confirmación del carácter universal de la misión de Jesús, del mesianismo universal de Jesús. Él venía por cierto -pensaban- como Mesías para los judíos, pero también para los gentiles. Venía para la gente sencilla, extraordinariamente sencilla, como los pastores de Belén; pero también para los sabios e importantes. Para cada hombre, para todos los hombres. Todo esto, que nos parece evidente a nosotros ahora, no lo era al principio. En realidad, sigue sin serlo, puesto que esta especie de hegemonía del prejuicio -sobre los grupos y personas- es realmente atávico. Además, adquiere en ocaciones forma como intelectual. Sobre prejuicios se basaron y se basan las ideologías. En realidad somos todos hermanos, porque procedemos de un mismo padre. Todos estamos igualmente necesitados de salvación, porque todos somos pecadores. Somos todos ciegos en parte, y necesitamos igualmente la luz de Cristo.
La procesión de razas y culturas a Belén
Aquella visita de los magos persas supuso el comienzo de un movimiento hacia la luz amanecida en Belén al que está invitado la humanidad entera. La luz de aquella estrella sigue brillando de algún modo para cada uno, para cada generación. Es bonito que fuera en aquel momento un hecho científico, puesto que también ahora a través del conocimiento de la naturaleza se manifiesta el creador. Como también lo hace en la bondad, en la inocencia o en la belleza. Es precisamente el ojo del corazón el que descubre al Señor, como es también el que cierra él. En realidad, pasa entre los poetas y científicos: unos ven y otros no; como puede pasar también entre dos personas, y también entre uno con Dios (que también es persona): que no sepamos ver la estrella, ver las señales, porque estamos cegados, como Herodes o como los sabios de su corte. Uno sólo puede ver aquello a lo que está abierta su mente. Y también es frecuente que uno no vea lo que no quiere ver, o vea de un modo deformado lo que mira afectado ya de entrada por un prejuicio.
La adoración y la fe
Los reyes ofrecieron regalos. La adoración verdadera -como el amor verdadero- tiende a expresarse en regalos. Leí la historia de dos amantes que querían en secreto regalarse una cadena del reloj y una peineta de plata: en el recíproco don se agotaban sus haberes, pero se daban uno al otro. También la adoración a Dios lleva al respeto a su voluntad, a la obediencia. Cuando no la hay, es que tampoco hay verdadero amor de Dios. En la aparente frescura con que uno dice: "Bien, al fin y al cabo Dios es bueno y aguanta, no va a condenarme por esto o aquello"… hay una falta de sobrecogimiento ante la grandeza divina que nos indica que la fe no es verdadera. La Epifanía es la fiesta de la fe, de la iluminación del corazón con la luz del Mesías, que, por pequeño -un niño- nos sobrecoge, precisamente por la grandeza de su amor. Como en nuestra vida, donde también se muestra Jesús a veces como poco poderoso. La fe de aquellos hombres no se desmoronó al comprobar que el magnífico rey mesías no se hallaba -ni se le esperaba- en el palacio de Jerusalén. Al revés, se fortaleció, porque admiró la grandeza del que siendo grande se hace pequeño por amor.
Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.»
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
(Del evangelio de san Mateo)
“Hemos venido a adorar…” Qué bonito es lo que han cantado en la entrada: "No adoréis a nadie más que a Él". No adoréis el dinero, no adoréis a los líderes, no os adoréis a vosotros mismos, no adoréis a nadie, más que a él… Adorar es un gesto q consistía en besar el manto: un gesto de reconocimiento, de agradecimiento; como una rendición, pero voluntaria, muy parecida a la amorosa: un gesto hacia el que te salva, hacia el salvador. Estos hombres, cuya historia hoy recuerda la liturgia, tenidos por verdaderos sabios o "académicos" de su época, habían visto lo que les pareció una señal que cumplía la profecía hebrea de un Rey salvador en Israel, y se presentan allí para para adorarlo. La Iglesia vio en ellos como una confirmación del carácter universal de la misión de Jesús, del mesianismo universal de Jesús. Él venía por cierto -pensaban- como Mesías para los judíos, pero también para los gentiles. Venía para la gente sencilla, extraordinariamente sencilla, como los pastores de Belén; pero también para los sabios e importantes. Para cada hombre, para todos los hombres. Todo esto, que nos parece evidente a nosotros ahora, no lo era al principio. En realidad, sigue sin serlo, puesto que esta especie de hegemonía del prejuicio -sobre los grupos y personas- es realmente atávico. Además, adquiere en ocaciones forma como intelectual. Sobre prejuicios se basaron y se basan las ideologías. En realidad somos todos hermanos, porque procedemos de un mismo padre. Todos estamos igualmente necesitados de salvación, porque todos somos pecadores. Somos todos ciegos en parte, y necesitamos igualmente la luz de Cristo.
La procesión de razas y culturas a Belén
Aquella visita de los magos persas supuso el comienzo de un movimiento hacia la luz amanecida en Belén al que está invitado la humanidad entera. La luz de aquella estrella sigue brillando de algún modo para cada uno, para cada generación. Es bonito que fuera en aquel momento un hecho científico, puesto que también ahora a través del conocimiento de la naturaleza se manifiesta el creador. Como también lo hace en la bondad, en la inocencia o en la belleza. Es precisamente el ojo del corazón el que descubre al Señor, como es también el que cierra él. En realidad, pasa entre los poetas y científicos: unos ven y otros no; como puede pasar también entre dos personas, y también entre uno con Dios (que también es persona): que no sepamos ver la estrella, ver las señales, porque estamos cegados, como Herodes o como los sabios de su corte. Uno sólo puede ver aquello a lo que está abierta su mente. Y también es frecuente que uno no vea lo que no quiere ver, o vea de un modo deformado lo que mira afectado ya de entrada por un prejuicio.
La adoración y la fe
Los reyes ofrecieron regalos. La adoración verdadera -como el amor verdadero- tiende a expresarse en regalos. Leí la historia de dos amantes que querían en secreto regalarse una cadena del reloj y una peineta de plata: en el recíproco don se agotaban sus haberes, pero se daban uno al otro. También la adoración a Dios lleva al respeto a su voluntad, a la obediencia. Cuando no la hay, es que tampoco hay verdadero amor de Dios. En la aparente frescura con que uno dice: "Bien, al fin y al cabo Dios es bueno y aguanta, no va a condenarme por esto o aquello"… hay una falta de sobrecogimiento ante la grandeza divina que nos indica que la fe no es verdadera. La Epifanía es la fiesta de la fe, de la iluminación del corazón con la luz del Mesías, que, por pequeño -un niño- nos sobrecoge, precisamente por la grandeza de su amor. Como en nuestra vida, donde también se muestra Jesús a veces como poco poderoso. La fe de aquellos hombres no se desmoronó al comprobar que el magnífico rey mesías no se hallaba -ni se le esperaba- en el palacio de Jerusalén. Al revés, se fortaleció, porque admiró la grandeza del que siendo grande se hace pequeño por amor.
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